EL GATO VERDE
UN BAR DE BARRiO EN LAVAPiÉS
EL GATO VERDE
UN BAR DE BARRiO EN LAVAPiÉS
Existe un local en la zona conocida como el alto Lavapiés, donde la clientela se ha ganado el honor de ser parroquia, un término que en la gramática no escrita de los bares madrileños, ensalza la fidelidad y el compromiso de quienes dieron con su hueco delante de una barra. La de El Gato Verde recuperó su aspecto original de acero inoxidable en 2008, tras soportar durante años el peso de al menos siete capas de pintura. El suelo corrió una (buena) suerte parecida. Bajo algunas capas bastante destrozadas, emergió un precioso terrazo original con diseño de los años 60, que había soportado a las mil maravillas el paso de los años y el peso de los asiduos. Respecto al nombre, parece que fueron las paredes completamente verdes de aquel pequeño restaurante de comida ecuatoriana, las que bautizaron sin querer el siguiente proyecto, paciente y selectivo, de Enrique Vaz Oliver (en la ilustración), hostelero y artista.
En los ambientes musicales, se le conoce por sus apellidos, que han firmado, entre otros muchos trabajos, la banda sonora del espectáculo “Sinergía”, estrenado por la Compañía nueveuno, en el Circo Price de Madrid, pero detrás de la barra de El Gato Verde, suena mejor su nombre de pila. Cuando el local abrió sus puertas en 2008, eran dos socios. Comenzaron apretando el programa para dar cabida a exposiciones y conciertos, ¡cuántos más mejor!, pero enseguida achicaron el ritmo para programar menos y escoger mejor: “Los bares de moda acaban siendo víctimas de su propia prisa. Desde aquí, hemos visto como abrían y cerraban negocios en poco tiempo. El secreto es resistir diferenciándote y haciendo lo que te gusta y, por supuesto, ¡menos Fast Music!”.
El local, ejemplo de esencia concentrada en un espacio de dimensiones manejables, consta de dos plantas y un escueto sótano, donde el ambiente felino se lleva a los extremos, convirtiendo en tigres y panteras a quienes precisen del uso del servicio. La escalera conduce a un coqueto salón, donde el último hallazgo interesante es un viejo gramófono, comprado en El Rastro, que siempre fue un adorno y resulta que funciona a la perfección, tras una puesta apunto. Con el azar de su lado, llegaba no hace mucho a El Gato Verde, el regalo de una colección de discos de pizarra y baquelita, que se alternarán con la exigente selección de Vaz Oliver. Los cristales del salón superior, decorados con un montón de cuerpos flotantes, recuerdan la primera intervención artística a cargo del creador Doctor Anchoa, carteles de jazz y la reproducción de una litografía de Picasso, cuyo original tiene la fortuna de guardar Enrique en su propia casa, regalo de su abuela, galerista de arte.
El Gato Verde tampoco ignora los placeres del gusto. Avalado por sus parroquianos, Enrique puede presumir de su buena selección de cervezas artesanas (desde la apertura del local), que los clientes prefieren a cualquier marca industrial, de unas raciones de deliciosa cecina, abundantes y a buen precio, y de las empanadas chilenas del obrador de Rosi, que también vive y trabaja en Lavapiés: “Más que barrio, nosotros y el negocio de enfrente, El Despertar, aquí desde hace 35 años aunque haya ido cambiando de dueños, hacemos resistencia”… contra la gentrificación, una palabra que a Enrique no le gusta, ni el fenómeno que define, un proceso incómodo que cambia el paisanaje de un barrio con solera, provocando que la moda desplace a los vecinos de toda la vida, ante la carestía de alquileres y precios de servicios.
Entre sus clientes más antiguos, que es además un gran amigo, se encuentra El Chúngaro, compositor de música balcánica, que organiza eventos cíngaros en diferentes espacios de Madrid, y Vaz Oliver pergeña ahora seriamente crear una tertulia con pescadores que intercambien relatos de sus vidas mientras tejen sus propias moscas, ahí, junto al piano colocado a la izquierda de la barra, sobre el que se apoya una fila de libros, que se transforma según los caprichos de la clientela, y... un Gato... Pintado por mil manos, en forma de cadáver exquisito, y naturalmente en el color de la esperanza...
(De Sol Alonso, el 15 de noviembre de 2016)
Referencias útiles:
EL GATO VERDE (ver la ilustración)
Calle de la Torrecilla del Leal, 15
28012 Madrid
693 829 897
M Antón Martín / Lavapiés
Horario: de Lunes a Domingo, de 20h hasta las 2h30 de la madrugada.
Para seguir los pasos (re)creativos de EL GATO VERDE, conéctate a su web y su Facebook.
[Volver a Mi Petit Gourmet, Discoteca, Callejero o Blogosfera]
Existe un local en la zona conocida como el alto Lavapiés, donde la clientela se ha ganado el honor de ser parroquia, un término que en la gramática no escrita de los bares madrileños, ensalza la fidelidad y el compromiso de quienes dieron con su hueco delante de una barra. La de El Gato Verde recuperó su aspecto original de acero inoxidable en 2008, tras soportar durante años el peso de al menos siete capas de pintura. El suelo corrió una (buena) suerte parecida. Bajo algunas capas bastante destrozadas, emergió un precioso terrazo original con diseño de los años 60, que había soportado a las mil maravillas el paso de los años y el peso de los asiduos. Respecto al nombre, parece que fueron las paredes completamente verdes de aquel pequeño restaurante de comida ecuatoriana, las que bautizaron sin querer el siguiente proyecto, paciente y selectivo, de Enrique Vaz Oliver (en la ilustración), hostelero y artista.
En los ambientes musicales, se le conoce por sus apellidos, que han firmado, entre otros muchos trabajos, la banda sonora del espectáculo “Sinergía”, estrenado por la Compañía nueveuno, en el Circo Price de Madrid, pero detrás de la barra de El Gato Verde, suena mejor su nombre de pila. Cuando el local abrió sus puertas en 2008, eran dos socios. Comenzaron apretando el programa para dar cabida a exposiciones y conciertos, ¡cuántos más mejor!, pero enseguida achicaron el ritmo para programar menos y escoger mejor: “Los bares de moda acaban siendo víctimas de su propia prisa. Desde aquí, hemos visto como abrían y cerraban negocios en poco tiempo. El secreto es resistir diferenciándote y haciendo lo que te gusta y, por supuesto, ¡menos Fast Music!”.
El local, ejemplo de esencia concentrada en un espacio de dimensiones manejables, consta de dos plantas y un escueto sótano, donde el ambiente felino se lleva a los extremos, convirtiendo en tigres y panteras a quienes precisen del uso del servicio. La escalera conduce a un coqueto salón, donde el último hallazgo interesante es un viejo gramófono, comprado en El Rastro, que siempre fue un adorno y resulta que funciona a la perfección, tras una puesta apunto. Con el azar de su lado, llegaba no hace mucho a El Gato Verde, el regalo de una colección de discos de pizarra y baquelita, que se alternarán con la exigente selección de Vaz Oliver. Los cristales del salón superior, decorados con un montón de cuerpos flotantes, recuerdan la primera intervención artística a cargo del creador Doctor Anchoa, carteles de jazz y la reproducción de una litografía de Picasso, cuyo original tiene la fortuna de guardar Enrique en su propia casa, regalo de su abuela, galerista de arte.
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