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DETRÁS DE LA FACHADA:
(CÓMETE) LAS VENTAS

DETRÁS DE LA FACHADA:
(CÓMETE) LAS VENTAS

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   Construida en 1929 sobre un solar llamado Las Ventas del Espíritu Santo, que le dio su nombre, la Plaza de toros más grande de España y la tercera con más aforo del mundo se inauguró oficialmente el 21 de octubre de 1934. Con sus 45.800 metros cuadrados construidos y sus 23.798 espectadores de aforo, la denominada “Catedral de los Vientos” -por encontrarse en una de las zonas más ventosas de la capital- se convirtió rápidamente en la “Meca del toreo” tanto para los entendidos como para los toreros. Detrás de su exclusiva fachada circular de cuatro pisos y de estilo (neo)mudéjar, con azulejos cerámicos en los que figuran los escudos de todas las provincias españolas, la Monumental de las Ventas no solo encierra la Historia del toreo moderno y de la afición madrileña (que últimamente hace novillos) sino que también está íntimamente ligada a la evolución urbanística de la Villa.


   “Hontanar de felicidad para el mayor número de españoles”, según el gran aficionado a los toros, Ortega y Gasset, el lúdico, simbólico y dramático arte de la lidia encuentra su origen en el culto totémico al toro, que se remonta a los orígenes de las civilizaciones. Entre juego y mito, la lucha hasta la muerte entre el animal como símbolo de la energía creadora (o de la fuerza bruta) y el hombre como demostración de su inteligencia (o de su instinto parricida), es mucho más que una mera fiesta brava, sino que recrea el enfrentamiento mítico entre el hombre y la bestia. Cuando, en el siglo XIII, Alfonso X El Sabio decidió dividir la ceremonia del sacrificio del toro en tres solemnes partes y prohibir su organización a cambio de dinero, los festejos se convirtieron en una armónica obra de arte (¿además de catalizador político o opio del pueblo?).


   A partir del siglo XV, las fiestas taurinas caballerescas se urbanizaron y, entre días de mercado, celebraciones diversas, ejecuciones públicas (a garrote vil) y autos de fe (católica evidentemente), la céntrica y rectangular Plaza Mayor de la Villa también se convertía en Plaza de Toros cada vez que hiciera falta, tanto para las corridas populares como para los festejos reales. Si los Reyes, sus cortesanos y la Guardia Real disponían de la Real Casa de la Panadería para asistir al sonado evento, para el resto de los mortales, el aforo dependía del número de “claros” (casitas efímeras de madera que se construían para la ocasión alrededor de la plaza) y de balcones exteriores a la Plaza, alquilados al público por los vecinos de las casas circundantes. Pero cuando el toreo a pie se puso de moda con Felipe V (¿como reminiscencia del circo romano?), el nuevo espectáculo necesitaría un espacio propio, limpio y seguro.


   Mientras tanto, en la otra punta de la ciudad, es decir, a 5 km de dicha plaza, numerosas posadas o ventas, casas de hospedaje, fondas, tabernas, bodegones y merenderos proliferaban a orillas del arroyo Abroñigal (nuestra actual M o Calle 30) donde “chulos y manolas venían a matar los calores del verano y a disfrutar de las muchas verbenas que por aquel entonces se daban en la capital”. Entre los diferentes establecimientos de moda, la denominada Venta del Espíritu Santo -en homenaje a la ermita epónima que se encontraba en su lugar-, inaugurada el 3 de julio de 1630, se había convertido, con el tiempo, en “uno de los lugares preferidos de los madrileños para pasar sus ratos libres”, a pesar de los malos olores, que emanaban del arroyo. Entre baile y baile, nadie hubiera podido imaginarse en aquella época que el arrabal se integraría progresivamente a la ciudad y que, 3 siglos más tarde, la Plaza de toros Monumental de Madrid se erguiría en su lugar.


   Como suele pasar en la Historia (y en la vida), con la distancia, no se sabe con certeza dónde se construyó la primera plaza de toros de la ciudad. Unos afirman que se levantó en El Retiro a petición (¿y financiación?) de la familia real, entre 1631 y 1639, aunque no aparezca en ningún plano de la época. En cambio, sí que queda constancia de que el Duque de Lerma construyera una, en 1613, en su propia finca, situada en el solar del actual Hotel Palace, pero no cuenta, ya que nunca se abrió al público que tuvo que esperar hasta 1737 para entrar en una verdadera Plaza de Toros: la de Casa Puerta, construida junto al Río Manzanares, cerca de la... Puerta de Toledo, a petición (y financiación) de la Archicofradía de San isidro, San Pedro y San Andrés. “Fruto de la Ilustración, aplicada a una espectáculo en principio no ilustrado”, fue la primera plaza circular y con arena de la capital y, a pesar de su carácter provisional y de su estructura circular de madera (supuestamente) desmontable (ya que nunca se probó), acogió a 10.900 espectadores expectantes, muchas faenas importantes y unas cuantas cornadas mortales durante 12 años consecutivos.


   Por las mismas fechas, se construyó otra plaza, siguiendo el modelo preestablecido, detrás de la Puerta de Alcalá (al comienzo de la futura calle de Velázquez), en 1739, pero cuando el mismísimo rey Fernando VI decidió costear las obras de la primera plaza permanente de la ciudad, con un aforo de 12.000 espectadores, se desmontaron los dos cosos taurinos provisionales, en 1749, nada más inaugurar la nueva Plaza de Toros de la Puerta de Alcalá, situada esta vez entre las calles de Claudio Coelho y del Conde de Aranda (hasta su derrumbe en 1874). Y para hacer frente a la creciente profesionalización de los toreros, el empresario José Casadesús ideó la denominada Placita de Toros de los “Campos Elíseos”, en el barrio de Salamanca en 1864.


   Tuvo una vida corta (a causa de un incendio veraniego que la destruyó por completo en 1881), pero intensa ya que, además de servir de aula “donde no pocos toreros hacían el curso preparatorio para ingresar luego en facultad”, según las Remembranzas taurinas de Don Ventura (1958), se organizó en ella, por vez primera en Madrid, un espectáculo taurino nocturno, es decir, sin luz natural sino con luz artificial, un histórico sábado 05 de julio de 1879, que causó gran expectación y agitación entre la afición. En cuanto a la Plaza de Toros de Tetuán, construida en 1870 (en el actual nº297 de la calle de Bravo Murillo), “de las Victorias” solo tiene el nombre... ya que nunca llegó a imponerse como coso taurino de primera categoría a pesar de la ampliación de su aforo a 7.000 espectadores, en 1899, y a 9.000, en 1907.


   Como en la construcción del barrio de Salamanca, estrictamente planificada por el Plan Castro de 1860, no se contemplaba incluir las curvas de una plaza de toros en medio de sus calles paralelas, se derrumbó la Plaza de Toros de la Puerta de Alcalá, y el alcalde de Madrid, el VIII conde de Toreno, colocó, en 1872, la primera piedra (y muy bien lo debió de hacer ya que le nominarían Ministro de Fomento poco después) de la nueva plaza de toros, de estilo mudéjar, en la entonces llamada carretera de Aragón (actual plaza de Dalí en la que se instalaría el Palacio de Deportes). La Plaza de toros de Goya o de la carretera de Aragón se inauguró el 4 de septiembre de 1874 y, durante 60 años, sus 14.867 espectadores (y jueces populares) fueron testigos de las mejores faenas.


   Pero, entre el crecimiento de la población de la ciudad y el auge de la afición por la tauromaquia en la Villa, la Plaza de toros se quedó rápidamente pequeña y empezaron a florecer placitas de toros “de segunda categoría”, según la prensa taurina de la época, como la Plaza de Toros del Puente de Vallecas, en 1884, y la Plaza de Toros de Vista Alegre (donde el actual Palacio epónimo) y la Plaza de la Ciudad Lineal, en la esquina de Arturo Soria con López Vargas, en 1908. Definitivamente, Madrid necesitaba una Plaza Monumental como llevaba pidiéndola el célebre y celebrado matador “Joselito” (José Gómez Ortega), desde hacía tiempo.


   En 1918, la Diputación Provincial de Madrid encargó a los arquitectos José Espeliú (para la estructura) y Manuel Muñoz Monasterio (para la cerámica) el grandioso proyecto, que se realizaría en los terrenos cedidos por la familia de ganaderos de El Jaral de la Mira a cambio, evidentemente, de una concesión de 50 años, para explotar el coso taurino. Después de que la administración de Alfonso XIII aprobara todo el papeleo, las obras se iniciaron el 19 de marzo de 1922 en los polémicos solares de Las Ventas del Espíritu Santo, entre merenderos y barrancos del arroyo Abroñigal, y se terminaron en 1929 (como lo recuerda su imponente fachada). Sin embrago, solo se celebraría una corrida benéfica (a favor de los obreros parados) el 17 de junio de 1931, y habría que esperar hasta el 21 de octubre de 1934 para que tuviera lugar la inauguración oficial de la Plaza Monumental de Las Ventas del Espíritu Santo al son del famoso pasodoble “España Cañí” de Pascual Marquina Narro y de “¡Olés!” de euforia. Lo que nadie sabía es que, menos de dos años más tarde, se convertiría en una monumental huerta durante la Guerra (in)civil.


   A partir de su reapertura oficial y “triunfal” el 24 de mayo de 1939, con la celebración de la primera “Corrida de la Victoria”, poco a poco los madrileños recuperaron el fervor taurino olvidado gracias, en particular, a la creación de la Feria de San isidro, en 1947, por el dinámico empresario de origen belga, Livino Stuyck, que acababa de hacerse cargo del coso taurino. Durante la denominada “Década prodigiosa” de los 50, el todo Madrid se reunía para asistir a las faenas de Luis Miguel “Dominguín” (sin su Ava), de Julio Aparicio, de Rafael Ortega “El Gallito” y de “El Litri” (y su sombra), entre muchos otros. Mientras la década de los 60 rimaba con Antoñete, “El Vitri”, Curro Romero y “El Cordobés” (y su “kilo”) y la de los 70 con Pepe Camino, “Paquirri” y Palomo Linares, los “Moviditos” años 80 disfrutarían de las brillantes “actuaciones” de José María Manzanares, Espartaco, Paco Ojeda y Julio Robles. En cuanto al otro protagonista de esta lucha por la vida, “Belador” fue el único toro de lidia de la Historia de La Ventas en conseguir el indulto, el 19 de julio de 1982, por su bravura, casta y nobleza.


   Que nos guste o no, “la historia del toreo está ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera, resultará imposible comprender la segunda” (José Ortega y Gasset).


PD (nº1) anecdótica (del Centro de Asuntos Taurinos de la CAM):
- El 2 de abril de 1936 tuvo lugar primera actuación de una torera en la plaza, Juanita Cruz quien, además, sería primada con una vuelta al ruedo.
- El 25 de mayo de 1967, Curro Romero se negó a matar el 5º toro, por lo que se procedió a su detención y traslado a la comisaría donde pasaría algunas horas. Al día siguiente, volvió a torear y salió por la Puerta Grande.
- El 1 de julio de 1982, las tres espadas, Francisco Ruiz Miguel, Luis Francisco Esplá y José Luis Palomar salieron junto al ganadero Victorino Martín a hombros de la plaza, lo que hizo denominar al festejo “la corrida del siglo”.
- Menos de 100 toreros consiguieron el triunfo absoluto con salida a cuestas por la Puerta Grande desde la inauguración del coso taurino madrileño. De ahí, su fama de ser la plaza más exigente en el mundo.


PD (nº2) gastronómica: Este fin de semana, la Plaza de Toros de Las Ventas se convertirá en un gran mercado de alimentos madrileños. Una oportunidad para conocer la amplia oferta de productos agroalimentarios de la región. Para no perderte nada, consulta la Programación de las catas, talleres infantiles y foodtrucks participantes en la web de #CómeteLasVentas (también en Facebook y Twitter).


Referencias útiles:
PLAZA MONUMENTAL DE LAS VENTAS DEL ESPíRiTU SANTO
(en la ilustración)
Calle de Alcalá, 237
28028 Madrid
913 562 200
M Ventas


Para seguir los pasos taurinos de LAS VENTAS, conéctate a su web, su Facebook y su Twitter.


[Volver a Mi Petit GourmetCallejero o Blogosfera]

   Construida en 1929 sobre un solar llamado Las Ventas del Espíritu Santo, que le dio su nombre, la Plaza de toros más grande de España y la tercera con más aforo del mundo se inauguró oficialmente el 21 de octubre de 1934. Con sus 45.800 metros cuadrados construidos y sus 23.798 espectadores de aforo, la denominada “Catedral de los Vientos” -por encontrarse en una de las zonas más ventosas de la capital- se convirtió rápidamente en la “Meca del toreo” tanto para los entendidos como para los toreros. Detrás de su exclusiva fachada circular de cuatro pisos y de estilo (neo)mudéjar, con azulejos cerámicos en los que figuran los escudos de todas las provincias españolas, la Monumental de las Ventas no solo encierra la Historia del toreo moderno y de la afición madrileña (que últimamente hace novillos) sino que también está íntimamente ligada a la evolución urbanística de la Villa.


   “Hontanar de felicidad para el mayor número de españoles”, según el gran aficionado a los toros, Ortega y Gasset, el lúdico, simbólico y dramático arte de la lidia encuentra su origen en el culto totémico al toro, que se remonta a los orígenes de las civilizaciones. Entre juego y mito, la lucha hasta la muerte entre el animal como símbolo de la energía creadora (o de la fuerza bruta) y el hombre como demostración de su inteligencia (o de su instinto parricida), es mucho más que una mera fiesta brava, sino que recrea el enfrentamiento mítico entre el hombre y la bestia. Cuando, en el siglo XIII, Alfonso X El Sabio decidió dividir la ceremonia del sacrificio del toro en tres solemnes partes y prohibir su organización a cambio de dinero, los festejos se convirtieron en una armónica obra de arte (¿además de catalizador político o opio del pueblo?).


   A partir del siglo XV, las fiestas taurinas caballerescas se urbanizaron y, entre días de mercado, celebraciones diversas, ejecuciones públicas (a garrote vil) y autos de fe (católica evidentemente), la céntrica y rectangular Plaza Mayor de la Villa también se convertía en Plaza de Toros cada vez que hiciera falta, tanto para las corridas populares como para los festejos reales. Si los Reyes, sus cortesanos y la Guardia Real disponían de la Real Casa de la Panadería para asistir al sonado evento, para el resto de los mortales, el aforo dependía del número de “claros” (casitas efímeras de madera que se construían para la ocasión alrededor de la plaza) y de balcones exteriores a la Plaza, alquilados al público por los vecinos de las casas circundantes. Pero cuando el toreo a pie se puso de moda con Felipe V (¿como reminiscencia del circo romano?), el nuevo espectáculo necesitaría un espacio propio, limpio y seguro.


   Mientras tanto, en la otra punta de la ciudad, es decir, a 5 km de dicha plaza, numerosas posadas o ventas, casas de hospedaje, fondas, tabernas, bodegones y merenderos proliferaban a orillas del arroyo Abroñigal (nuestra actual M o Calle 30) donde “chulos y manolas venían a matar los calores del verano y a disfrutar de las muchas verbenas que por aquel entonces se daban en la capital”. Entre los diferentes establecimientos de moda, la denominada Venta del Espíritu Santo -en homenaje a la ermita epónima que se encontraba en su lugar-, inaugurada el 3 de julio de 1630, se había convertido, con el tiempo, en “uno de los lugares preferidos de los madrileños para pasar sus ratos libres”, a pesar de los malos olores, que emanaban del arroyo. Entre baile y baile, nadie hubiera podido imaginarse en aquella época que el arrabal se integraría progresivamente a la ciudad y que, 3 siglos más tarde, la Plaza de toros Monumental de Madrid se erguiría en su lugar.


   Como suele pasar en la Historia (y en la vida), con la distancia, no se sabe con certeza dónde se construyó la primera plaza de toros de la ciudad. Unos afirman que se levantó en El Retiro a petición (¿y financiación?) de la familia real, entre 1631 y 1639, aunque no aparezca en ningún plano de la época. En cambio, sí que queda constancia de que el Duque de Lerma construyera una, en 1613, en su propia finca, situada en el solar del actual Hotel Palace, pero no cuenta, ya que nunca se abrió al público que tuvo que esperar hasta 1737 para entrar en una verdadera Plaza de Toros: la de Casa Puerta, construida junto al Río Manzanares, cerca de la... Puerta de Toledo, a petición (y financiación) de la Archicofradía de San isidro, San Pedro y San Andrés. “Fruto de la Ilustración, aplicada a una espectáculo en principio no ilustrado”, fue la primera plaza circular y con arena de la capital y, a pesar de su carácter provisional y de su estructura circular de madera (supuestamente) desmontable (ya que nunca se probó), acogió a 10.900 espectadores expectantes, muchas faenas importantes y unas cuantas cornadas mortales durante 12 años consecutivos.


   Por las mismas fechas, se construyó otra plaza, siguiendo el modelo preestablecido, detrás de la Puerta de Alcalá (al comienzo de la futura calle de Velázquez), en 1739, pero cuando el mismísimo rey Fernando VI decidió costear las obras de la primera plaza permanente de la ciudad, con un aforo de 12.000 espectadores, se desmontaron los dos cosos taurinos provisionales, en 1749, nada más inaugurar la nueva Plaza de Toros de la Puerta de Alcalá, situada esta vez entre las calles de Claudio Coelho y del Conde de Aranda (hasta su derrumbe en 1874). Y para hacer frente a la creciente profesionalización de los toreros, el empresario José Casadesús ideó la denominada Placita de Toros de los “Campos Elíseos”, en el barrio de Salamanca en 1864.


   Tuvo una vida corta (a causa de un incendio veraniego que la destruyó por completo en 1881), pero intensa ya que, además de servir de aula “donde no pocos toreros hacían el curso preparatorio para ingresar luego en facultad”, según las Remembranzas taurinas de Don Ventura (1958), se organizó en ella, por vez primera en Madrid, un espectáculo taurino nocturno, es decir, sin luz natural sino con luz artificial, un histórico sábado 05 de julio de 1879, que causó gran expectación y agitación entre la afición. En cuanto a la Plaza de Toros de Tetuán, construida en 1870 (en el actual nº297 de la calle de Bravo Murillo), “de las Victorias” solo tiene el nombre... ya que nunca llegó a imponerse como coso taurino de primera categoría a pesar de la ampliación de su aforo a 7.000 espectadores, en 1899, y a 9.000, en 1907.


   Como en la construcción del barrio de Salamanca, estrictamente planificada por el Plan Castro de 1860, no se contemplaba incluir las curvas de una plaza de toros en medio de sus calles paralelas, se derrumbó la Plaza de Toros de la Puerta de Alcalá, y el alcalde de Madrid, el VIII conde de Toreno, colocó, en 1872, la primera piedra (y muy bien lo debió de hacer ya que le nominarían Ministro de Fomento poco después) de la nueva plaza de toros, de estilo mudéjar, en la entonces llamada carretera de Aragón (actual plaza de Dalí en la que se instalaría el Palacio de Deportes). La Plaza de toros de Goya o de la carretera de Aragón se inauguró el 4 de septiembre de 1874 y, durante 60 años, sus 14.867 espectadores (y jueces populares) fueron testigos de las mejores faenas.


   Pero, entre el crecimiento de la población de la ciudad y el auge de la afición por la tauromaquia en la Villa, la Plaza de toros se quedó rápidamente pequeña y empezaron a florecer placitas de toros “de segunda categoría”, según la prensa taurina de la época, como la Plaza de Toros del Puente de Vallecas, en 1884, y la Plaza de Toros de Vista Alegre (donde el actual Palacio epónimo) y la Plaza de la Ciudad Lineal, en la esquina de Arturo Soria con López Vargas, en 1908. Definitivamente, Madrid necesitaba una Plaza Monumental como llevaba pidiéndola el célebre y celebrado matador “Joselito” (José Gómez Ortega), desde hacía tiempo.


   En 1918, la Diputación Provincial de Madrid encargó a los arquitectos José Espeliú (para la estructura) y Manuel Muñoz Monasterio (para la cerámica) el grandioso proyecto, que se realizaría en los terrenos cedidos por la familia de ganaderos de El Jaral de la Mira a cambio, evidentemente, de una concesión de 50 años, para explotar el coso taurino. Después de que la administración de Alfonso XIII aprobara todo el papeleo, las obras se iniciaron el 19 de marzo de 1922 en los polémicos solares de Las Ventas del Espíritu Santo, entre merenderos y barrancos del arroyo Abroñigal, y se terminaron en 1929 (como lo recuerda su imponente fachada). Sin embrago, solo se celebraría una corrida benéfica (a favor de los obreros parados) el 17 de junio de 1931, y habría que esperar hasta el 21 de octubre de 1934 para que tuviera lugar la inauguración oficial de la Plaza Monumental de Las Ventas del Espíritu Santo al son del famoso pasodoble “España Cañí” de Pascual Marquina Narro y de “¡Olés!” de euforia. Lo que nadie sabía es que, menos de dos años más tarde, se convertiría en una monumental huerta durante la Guerra (in)civil.


   A partir de su reapertura oficial y “triunfal” el 24 de mayo de 1939, con la celebración de la primera “Corrida de la Victoria”, poco a poco los madrileños recuperaron el fervor taurino olvidado gracias, en particular, a la creación de la Feria de San isidro, en 1947, por el dinámico empresario de origen belga, Livino Stuyck, que acababa de hacerse cargo del coso taurino. Durante la denominada “Década prodigiosa” de los 50, el todo Madrid se reunía para asistir a las faenas de Luis Miguel “Dominguín” (sin su Ava), de Julio Aparicio, de Rafael Ortega “El Gallito” y de “El Litri” (y su sombra), entre muchos otros. Mientras la década de los 60 rimaba con Antoñete, “El Vitri”, Curro Romero y “El Cordobés” (y su “kilo”) y la de los 70 con Pepe Camino, “Paquirri” y Palomo Linares, los “Moviditos” años 80 disfrutarían de las brillantes “actuaciones” de José María Manzanares, Espartaco, Paco Ojeda y Julio Robles. En cuanto al otro protagonista de esta lucha por la vida, “Belador” fue el único toro de lidia de la Historia de La Ventas en conseguir el indulto, el 19 de julio de 1982, por su bravura, casta y nobleza.


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