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Mi PETiT VERANO (nº31):
LA HiSTORiA DE LA AViACiÓN

Mi PETiT VERANO (nº31):
LA HiSTORiA DE LA AViACiÓN

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   Ahora que la imaginación vuela más que nunca para elegir destino, es un buen momento para repasar la historia de un medio de transporte, que ha permitido al hombre cumplir uno de sus sueños más primitivos: volar. La capacidad innata de las aves ha sido estudiada, envidiada y emulada hasta la saciedad, ya sea con ligeros inventos incontrolables, pesados artilugios que desafiaron la ley de la gravedad, o modernas aeronaves, provistas de los más importantes avances tecnológicos. Con el tiempo, y después de que muchos científicos, apasionados, curiosos y astrónomos se dejaran los huesos, e incluso, la vida en ello, el ser humano ha logrado conquistar el cielo de una manera eficaz y segura. Para todos los que en estos días aterrizan en Madrid, o simplemente, para los que decidan disfrutar de las bondades de la capital en verano, el Museo ABC destapa los grandes hitos de la aviación española, en su exposición “Pasión por Volar. Aviones, aeropuertos y otras historias”, un plan para ir sin exceso de equipaje y nutrirse de nuestra Petit historia de la aviación.  


   Dicen que ya en el año 300 a.C. los chinos inventaron la cometa cuya técnica de planeación fue estudiada, entre otros, por el emperador Gao Yang, que no dudó en tirar de prisioneros para sus experimentos, brindando a más de uno la oportunidad de huir (literalmente) volando de su encierro. Más tarde, en el año 200. a.C., el militar y estratega, Zhuge Liang, ideó la linterna de Kong Ming -las lámparas flotantes que ahora se lanzan al cielo en Nochevieja mientras se pide un deseo-, para iluminar las noches de su ejército, y de paso, asustar al enemigo con un espectáculo de otro mundo. Aquellas estructuras de papel de seda con armazón de bambú, en cuyo interior se prendía parafina, se elevaban por el calor de una llama que disminuía la densidad del aire, convirtiéndose en las precursoras de los futuros globos aerostáticos.


   Curioso y más cercano fue el afán de volar del andalusí Abbás Ibn Firnás, un científico obsesionado con el cielo hasta tal punto que, en el año 852, decidió lanzarse desde una de las torres de la Mezquita de Córdoba, agarrado a una enorme lona que hizo las veces del primer paracaídas. Por increíble que parezca, cayó sin estilo, pero también sin daños mayores y años después, ya con 65 primaveras, se atrevió a repetir tirándose con unas alas de madera, seda y plumas que, esta vez sí, le costaron fracturarse las 2 piernas. Sin embargo, Abbás no cesó en su intento, y cuentan que antes de morir, concluyó que su error había sido no haber añadido una cola a su máquina de volar.


   Bellos y documentados son los estudios, diseños y dibujos de aeronaves, que en el siglo XV dejó el artista del Renacimiento italiano, Leonardo da Vinci. Lo curioso es que nunca llegó a construir, y mucho menos a probar, ninguno de ellos, pero en el siglo XX, otros lo harían por él con la grata sorpresa de que su diseño del ala delta, funcionaba.


   Ya entrado el siglo XVIII, y siguiendo la estela de la lámpara china, los hermanos franceses Montgolfier, Joseph-Michel y Jacques-Étienne, hijos de un fabricante de papel, hicieron su primera demostración pública de lo que hasta entonces había sido para ellos sólo un juego. El 04 de junio de 1783 elevaron una enorme bolsa esférica de lino, forrada de papel y llena de aire caliente, que recorrió 2 km en 10 minutos, y alcanzó los 2.000 metros de altura. Fue el primer globo aerostático. Luego, subieron en él a ovejas, patos y gallos, metidos en cestas, hasta que el monarca Luis XVI dio su consentimiento para experimentar con humanos. Y el 21 de noviembre del mismo año, los intrépidos Marqués d’Arlandes y Pilatre de Rozier recorrieron 8 km sobre París a una altura de 100 metros en el primer vuelo en globo tripulado de la Historia.


   El logro era importante, pero el gran problema era que el piloto no podía controlar la dirección del artefacto, hasta que en 1852, otro francés, el ingeniero Henri Giffard  inventó un globo con motores y timón, el dirigible, que resolvió el entuerto. Les siguieron el alemán Ferdinand von Zeppelin, cuyo apellido se hizo marca, y que en 1929 realizó el primer viaje alrededor del mundo a bordo de su invento; el matemático cántabro Leonardo Torres Quevedo que a principios del siglo XX construyó el primer dirigible español; y en 1937, la catástrofe del Hinderburg, un dirigible de 20 metros de largo, orgullo de la Alemania Nazi, que llevaba a los pudientes a cruzar el Atlántico por aire, pero que a punto de aterrizar en Nueva Jersey se incendió provocando la muerte de 36 pasajeros.


   Más allá de los globos y dirigibles, otras máquinas, basadas en el planeo de las aves fueron diseñadas para surcar los cielos. En 1799, tal y como adelantó Abbás Ibn Firnás, el inventor británico Sir George Cayley diseñó un planeador con cola de control con un espacio para el piloto justo debajo del centro de gravedad. Aquel prototipo sentó las bases de la futura aerodinámica. En 1866, el también británico Frank Wenham dio en la clave al descubrir que unas alas largas y, contra todo pronóstico, fijas, podrían ser la solución. Ni corto ni perezoso, en 1871 construyó para probarlo el primer túnel de viento de la historia. Le siguió en esta teoría, el alemán Otto Lilienthal, que a finales del siglo XIX dejó valiosas muestras documentadas del primer vuelo planeado controlado, y que hasta su muerte en 1896, por un accidente -como no- aéreo, realizó más de 2.000 vuelos.


   El principal engorro era que aquellos aparatos necesitaban ayuda para despegar, ya fuera lanzándose desde un terreno en altura o mediante sistemas de empuje adicionales. Entonces, los esfuerzos se centraron en solventar estos problemas mediante motores de vapor o diseños que dejaban entrever el futuro de la aerodinámica. En 1896, un científico estadounidense, llamado Samuel Pierpont Langley, logró que su aeronave Aerodrome No. 5 levantara no solo el vuelo 1.000 metros, sino también la curiosidad del gobierno que, pensando en su carrera militar, le subvencionó con 50.000 dólares, destinados a crear un potente motor. A pesar de que sus esfuerzos, no se logró el éxito esperado, pero sus aportaciones fueron tan básicas para los aviones de hoy en día, que muchos le consideran el inventor del avión.


   En 1899, los hermanos Wilbur y Orville Wright, dueños de una fábrica de bicicletas, cambiaron ruedas por alas y pistones por motores para fabricar, primero planeadores, y con el nuevo siglo, una máquina voladora a motor que aún siendo más pesada que el aire pudiera cumplir su objetivo. Sus diseños derivaron en el avión, que hoy todos conocemos, y con la aerodinámica, el motor y el control como prioridades, los hermanos Wright crearon un biplano, el Wright Flyer, con el que el 17 de diciembre de 1903 realizaron el primer vuelo a motor de la historia, ayudado por unos raíles y una catapulta para el lanzamiento, y cuyo piloto, tumbado boca abajo, controlaba el artefacto gracias a unos cables atados a las alas.


   Aquel día, los hermanos se turnaron para realizar 4 vuelos en Kitty Hawk, un pueblo de Carolina del Norte, donde algunos despistados lugareños se convirtieron en improvisados testigos de un hito en la historia de la aviación cuando Wibur, en el último de sus intentos, llegó a recorrer 260 metros en apenas un minuto. La prensa se hizo eco de la noticia, y entre 1904 y 1905, los Wright, convertidos casi en atracción turística, realizaron más de 105 vuelos públicos. También fue Wilbur, en mayo de 1908, el que realizó el primer trayecto cargado con 2 pasajeros, y con él también llegó la primera víctima, cuando ese mismo año estrelló uno de sus aparatos con 2 acompañantes de bordo.


   En la misma época, otro intrépido, el brasileño Alberto Santos Dumont, experimentó sin parar, y después de probar varios dirigibles, llegó al diseño de una aeronave similar a la de los hermanos Wright, con el mismo sistema de cuerdas para el control, pero que no necesitaba de los raíles ni de la catapulta para alzarse, por lo que muchos consideran que aunque su primera demostración pública fue realizada en París el 13 de septiembre de 1906, él fue el autor del primer vuelo en avión. Desde entonces, muchos otros competidores quisieron reivindicar tal honor, entre ellos, incluso salió el nombre de un español, el coruñés Diego Marín, obsesionado con las aves y la mecánica de los molinos de viento, que en 1793 elevó un armazón realizado por el herrero de su pueblo, que cubierto de plumas, le llevó hacia Burgo de Osma en 360 metros de una aventura que los vecinos consideraron diabólica, por lo que aterrados, quemaron el artefacto al día siguiente.


   Con el tiempo, los problemas heredados se fueron solventando, y la estabilidad y la velocidad de esas máquinas llamaron la atención del mundo militar, que las empezó a usar en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). La contienda supuso un empujón increíble para la aviación cuyas aeronaves pasaron de los 110 km/h iniciales a los 230 km/h de los últimos años de conflicto. Y entraron en los libros de Historia los nombres de pilotos míticos, como el francés Roland Garros, que en 1914 añadió ametralladoras a unos aviones primitivamente pensados para el espionaje, o Manfred Von Richthofen, un piloto alemán conocido como el Barón Rojo, que derribó 80 aeroplanos enemigos y que murió, ironías de la vida, de un balazo disparado desde tierra firme.


   Acabada la guerra, se avanzó en diseño, materiales y tecnología para intentar sacar partido de esos aparatos como medio de transporte. Nacieron así las primeras líneas aéreas durante una época de entreguerras, considerada como la Era de Oro de la Aviación, en la que gobiernos y medios de comunicación incentivaron con jugosos premios en metálico los nuevos récords de kilómetros recorridos y velocidad. Aunque las distancias iban aumentando, los pilotos y aeronaves aún necesitaban de varias paradas para lograrlo. Hubo un español, Ramón Franco, hermano pequeño del Generalísimo, que en 1926 y a bordo del hidroavión Plus Ultra, realizó por primera vez un vuelo entre España y América, concretamente Buenos Aires, deteniéndose en Las Palmas de Gran Canaria, Río de Janeiro, Recife y Montevideo. Y en 1927, el estadounidense Charles Lindberg, logró completar el primer vuelo transatlántico sin escalas al recorrer 5.800 km de un tirón, en 33 horas y media, en un viaje que le llevó desde Nueva York a París.


   En los años 30, llegó el piloto automático, y en 1932, Amelia Earhart (en la ilustración) se convirtió en la primera mujer en cruzar en solitario el Atlántico. En los 40, se creó el motor a reacción cuya invención comparten el militar británico, Frank Whittle, y el alemán, Hans von Ohain, y con él, el Cometa de Havilland, el primer avión comercial de reacción. Luego, fue el turno de la cabina presurizada, que evitaba los problemas de volar cada vez más alto, y con la Segunda Guerra Mundial, un brutal aumento en la producción y desarrollo tecnológico de los aviones con los bombarderos de larga distancia y los primeros caza, que alcanzaron los 640 km/h y los 12.000 metros de altura. En 1947, se superó la velocidad del sonido, y en 1962, el avión cohete North American X-15 llegó a la termosfera con una altura cercana a los 100.000 kilómetros convirtiéndose en el primer vuelo de un avión por el espacio, dando el pistoletazo de salida a una eterna competencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética por la carrera espacial.


   Hoy en día, las principales preocupaciones siguen siendo las de aquellos atrevidos que dedicaron su vida al afán de surcar los cielos: llegar al destino sano y salvo, porque no por volar muy alto, uno logra entrar en el cielo, y si no que se lo digan a Ícaro y a sus alas de cera.


PD: ¡No te pierdas la Historia de la Aviación en imágenes!


                                           (De Lidia Martín, el 12 de agosto de 2015)


Referencias útiles:
EXPO “PASiÓN POR VOLAR”


¿CUÁNDO? De Martes a Sábado, de 11h a 20h; y los Domingos, de 10h a 14h, hasta el Domingo 27 de septiembre de 2015.


¿QUÉ? Pasión por volar se acerca a los inicios y desarrollo de la aeronáutica en España. Una historia de grandes logros y pequeños fracasos, marcada siempre por dos virtudes, la superación y la intuición; y una premisa, la investigación, que hoy denominamos I+D. El recorrido de esta muestra se desarrolla principalmente a través de dibujos de la propia colección del centro y de los archivos de iBERiA, e instantáneas de los archivos del diario ABC y AENA.


¿DÓNDE? En el Museo ABC
Calle Amaniel, 29-31
28015 Madrid
917 588 379
M San Bernardo / Plaza España / Noviciado / Ventura Rodríguez


¿CUÁNTO? Entrada gratuita


Para saberlo todo de la expo PASiÓN POR VOLAR, conéctate a la web del MUSEO ABC (también en Facebook y Twitter).


[Volver a Mi Petit Pinacoteca, Verano, Callejero o Blogosfera]

   Ahora que la imaginación vuela más que nunca para elegir destino, es un buen momento para repasar la historia de un medio de transporte, que ha permitido al hombre cumplir uno de sus sueños más primitivos: volar. La capacidad innata de las aves ha sido estudiada, envidiada y emulada hasta la saciedad, ya sea con ligeros inventos incontrolables, pesados artilugios que desafiaron la ley de la gravedad, o modernas aeronaves, provistas de los más importantes avances tecnológicos. Con el tiempo, y después de que muchos científicos, apasionados, curiosos y astrónomos se dejaran los huesos, e incluso, la vida en ello, el ser humano ha logrado conquistar el cielo de una manera eficaz y segura. Para todos los que en estos días aterrizan en Madrid, o simplemente, para los que decidan disfrutar de las bondades de la capital en verano, el Museo ABC destapa los grandes hitos de la aviación española, en su exposición “Pasión por Volar. Aviones, aeropuertos y otras historias”, un plan para ir sin exceso de equipaje y nutrirse de nuestra Petit historia de la aviación.  


   Dicen que ya en el año 300 a.C. los chinos inventaron la cometa cuya técnica de planeación fue estudiada, entre otros, por el emperador Gao Yang, que no dudó en tirar de prisioneros para sus experimentos, brindando a más de uno la oportunidad de huir (literalmente) volando de su encierro. Más tarde, en el año 200. a.C., el militar y estratega, Zhuge Liang, ideó la linterna de Kong Ming -las lámparas flotantes que ahora se lanzan al cielo en Nochevieja mientras se pide un deseo-, para iluminar las noches de su ejército, y de paso, asustar al enemigo con un espectáculo de otro mundo. Aquellas estructuras de papel de seda con armazón de bambú, en cuyo interior se prendía parafina, se elevaban por el calor de una llama que disminuía la densidad del aire, convirtiéndose en las precursoras de los futuros globos aerostáticos.


   Curioso y más cercano fue el afán de volar del andalusí Abbás Ibn Firnás, un científico obsesionado con el cielo hasta tal punto que, en el año 852, decidió lanzarse desde una de las torres de la Mezquita de Córdoba, agarrado a una enorme lona que hizo las veces del primer paracaídas. Por increíble que parezca, cayó sin estilo, pero también sin daños mayores y años después, ya con 65 primaveras, se atrevió a repetir tirándose con unas alas de madera, seda y plumas que, esta vez sí, le costaron fracturarse las 2 piernas. Sin embargo, Abbás no cesó en su intento, y cuentan que antes de morir, concluyó que su error había sido no haber añadido una cola a su máquina de volar.


   Bellos y documentados son los estudios, diseños y dibujos de aeronaves, que en el siglo XV dejó el artista del Renacimiento italiano, Leonardo da Vinci. Lo curioso es que nunca llegó a construir, y mucho menos a probar, ninguno de ellos, pero en el siglo XX, otros lo harían por él con la grata sorpresa de que su diseño del ala delta, funcionaba.


   Ya entrado el siglo XVIII, y siguiendo la estela de la lámpara china, los hermanos franceses Montgolfier, Joseph-Michel y Jacques-Étienne, hijos de un fabricante de papel, hicieron su primera demostración pública de lo que hasta entonces había sido para ellos sólo un juego. El 04 de junio de 1783 elevaron una enorme bolsa esférica de lino, forrada de papel y llena de aire caliente, que recorrió 2 km en 10 minutos, y alcanzó los 2.000 metros de altura. Fue el primer globo aerostático. Luego, subieron en él a ovejas, patos y gallos, metidos en cestas, hasta que el monarca Luis XVI dio su consentimiento para experimentar con humanos. Y el 21 de noviembre del mismo año, los intrépidos Marqués d’Arlandes y Pilatre de Rozier recorrieron 8 km sobre París a una altura de 100 metros en el primer vuelo en globo tripulado de la Historia.


   El logro era importante, pero el gran problema era que el piloto no podía controlar la dirección del artefacto, hasta que en 1852, otro francés, el ingeniero Henri Giffard  inventó un globo con motores y timón, el dirigible, que resolvió el entuerto. Les siguieron el alemán Ferdinand von Zeppelin, cuyo apellido se hizo marca, y que en 1929 realizó el primer viaje alrededor del mundo a bordo de su invento; el matemático cántabro Leonardo Torres Quevedo que a principios del siglo XX construyó el primer dirigible español; y en 1937, la catástrofe del Hinderburg, un dirigible de 20 metros de largo, orgullo de la Alemania Nazi, que llevaba a los pudientes a cruzar el Atlántico por aire, pero que a punto de aterrizar en Nueva Jersey se incendió provocando la muerte de 36 pasajeros.


   Más allá de los globos y dirigibles, otras máquinas, basadas en el planeo de las aves fueron diseñadas para surcar los cielos. En 1799, tal y como adelantó Abbás Ibn Firnás, el inventor británico Sir George Cayley diseñó un planeador con cola de control con un espacio para el piloto justo debajo del centro de gravedad. Aquel prototipo sentó las bases de la futura aerodinámica. En 1866, el también británico Frank Wenham dio en la clave al descubrir que unas alas largas y, contra todo pronóstico, fijas, podrían ser la solución. Ni corto ni perezoso, en 1871 construyó para probarlo el primer túnel de viento de la historia. Le siguió en esta teoría, el alemán Otto Lilienthal, que a finales del siglo XIX dejó valiosas muestras documentadas del primer vuelo planeado controlado, y que hasta su muerte en 1896, por un accidente -como no- aéreo, realizó más de 2.000 vuelos.


   El principal engorro era que aquellos aparatos necesitaban ayuda para despegar, ya fuera lanzándose desde un terreno en altura o mediante sistemas de empuje adicionales. Entonces, los esfuerzos se centraron en solventar estos problemas mediante motores de vapor o diseños que dejaban entrever el futuro de la aerodinámica. En 1896, un científico estadounidense, llamado Samuel Pierpont Langley, logró que su aeronave Aerodrome No. 5 levantara no solo el vuelo 1.000 metros, sino también la curiosidad del gobierno que, pensando en su carrera militar, le subvencionó con 50.000 dólares, destinados a crear un potente motor. A pesar de que sus esfuerzos, no se logró el éxito esperado, pero sus aportaciones fueron tan básicas para los aviones de hoy en día, que muchos le consideran el inventor del avión.


   En 1899, los hermanos Wilbur y Orville Wright, dueños de una fábrica de bicicletas, cambiaron ruedas por alas y pistones por motores para fabricar, primero planeadores, y con el nuevo siglo, una máquina voladora a motor que aún siendo más pesada que el aire pudiera cumplir su objetivo. Sus diseños derivaron en el avión, que hoy todos conocemos, y con la aerodinámica, el motor y el control como prioridades, los hermanos Wright crearon un biplano, el Wright Flyer, con el que el 17 de diciembre de 1903 realizaron el primer vuelo a motor de la historia, ayudado por unos raíles y una catapulta para el lanzamiento, y cuyo piloto, tumbado boca abajo, controlaba el artefacto gracias a unos cables atados a las alas.


   Aquel día, los hermanos se turnaron para realizar 4 vuelos en Kitty Hawk, un pueblo de Carolina del Norte, donde algunos despistados lugareños se convirtieron en improvisados testigos de un hito en la historia de la aviación cuando Wibur, en el último de sus intentos, llegó a recorrer 260 metros en apenas un minuto. La prensa se hizo eco de la noticia, y entre 1904 y 1905, los Wright, convertidos casi en atracción turística, realizaron más de 105 vuelos públicos. También fue Wilbur, en mayo de 1908, el que realizó el primer trayecto cargado con 2 pasajeros, y con él también llegó la primera víctima, cuando ese mismo año estrelló uno de sus aparatos con 2 acompañantes de bordo.


   En la misma época, otro intrépido, el brasileño Alberto Santos Dumont, experimentó sin parar, y después de probar varios dirigibles, llegó al diseño de una aeronave similar a la de los hermanos Wright, con el mismo sistema de cuerdas para el control, pero que no necesitaba de los raíles ni de la catapulta para alzarse, por lo que muchos consideran que aunque su primera demostración pública fue realizada en París el 13 de septiembre de 1906, él fue el autor del primer vuelo en avión. Desde entonces, muchos otros competidores quisieron reivindicar tal honor, entre ellos, incluso salió el nombre de un español, el coruñés Diego Marín, obsesionado con las aves y la mecánica de los molinos de viento, que en 1793 elevó un armazón realizado por el herrero de su pueblo, que cubierto de plumas, le llevó hacia Burgo de Osma en 360 metros de una aventura que los vecinos consideraron diabólica, por lo que aterrados, quemaron el artefacto al día siguiente.


   Con el tiempo, los problemas heredados se fueron solventando, y la estabilidad y la velocidad de esas máquinas llamaron la atención del mundo militar, que las empezó a usar en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). La contienda supuso un empujón increíble para la aviación cuyas aeronaves pasaron de los 110 km/h iniciales a los 230 km/h de los últimos años de conflicto. Y entraron en los libros de Historia los nombres de pilotos míticos, como el francés Roland Garros, que en 1914 añadió ametralladoras a unos aviones primitivamente pensados para el espionaje, o Manfred Von Richthofen, un piloto alemán conocido como el Barón Rojo, que derribó 80 aeroplanos enemigos y que murió, ironías de la vida, de un balazo disparado desde tierra firme.


   Acabada la guerra, se avanzó en diseño, materiales y tecnología para intentar sacar partido de esos aparatos como medio de transporte. Nacieron así las primeras líneas aéreas durante una época de entreguerras, considerada como la Era de Oro de la Aviación, en la que gobiernos y medios de comunicación incentivaron con jugosos premios en metálico los nuevos récords de kilómetros recorridos y velocidad. Aunque las distancias iban aumentando, los pilotos y aeronaves aún necesitaban de varias paradas para lograrlo. Hubo un español, Ramón Franco, hermano pequeño del Generalísimo, que en 1926 y a bordo del hidroavión Plus Ultra, realizó por primera vez un vuelo entre España y América, concretamente Buenos Aires, deteniéndose en Las Palmas de Gran Canaria, Río de Janeiro, Recife y Montevideo. Y en 1927, el estadounidense Charles Lindberg, logró completar el primer vuelo transatlántico sin escalas al recorrer 5.800 km de un tirón, en 33 horas y media, en un viaje que le llevó desde Nueva York a París.


   En los años 30, llegó el piloto automático, y en 1932, Amelia Earhart (en la ilustración) se convirtió en la primera mujer en cruzar en solitario el Atlántico. En los 40, se creó el motor a reacción cuya invención comparten el militar británico, Frank Whittle, y el alemán, Hans von Ohain, y con él, el Cometa de Havilland, el primer avión comercial de reacción. Luego, fue el turno de la cabina presurizada, que evitaba los problemas de volar cada vez más alto, y con la Segunda Guerra Mundial, un brutal aumento en la producción y desarrollo tecnológico de los aviones con los bombarderos de larga distancia y los primeros caza, que alcanzaron los 640 km/h y los 12.000 metros de altura. En 1947, se superó la velocidad del sonido, y en 1962, el avión cohete North American X-15 llegó a la termosfera con una altura cercana a los 100.000 kilómetros convirtiéndose en el primer vuelo de un avión por el espacio, dando el pistoletazo de salida a una eterna competencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética por la carrera espacial.


   Hoy en día, las principales preocupaciones siguen siendo las de aquellos atrevidos que dedicaron su vida al afán de surcar los cielos: llegar al destino sano y salvo, porque no por volar muy alto, uno logra entrar en el cielo, y si no que se lo digan a Ícaro y a sus alas de cera.


PD: ¡No te pierdas la Historia de la Aviación en imágenes!


                                           (De Lidia Martín, el 12 de agosto de 2015)


Referencias útiles:
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¿CUÁNDO? De Martes a Sábado, de 11h a 20h; y los Domingos, de 10h a 14h, hasta el Domingo 27 de septiembre de 2015.


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Pintado al final de su carrera, “Las meninas” es la obra maestra de Diego Velázquez. Un cuadro que ha inspirado a artistas, escritores... 

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Mi PETiT AGENDA
(06, 07 y 08 de julio de 2018)

Para saber lo que se cuece en la capital este fin de semana, consulta Mi Petit Agenda de Tu Petit Madrid...

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