¿Alguna vez habéis llegado a una ciudad sintiendo el deseo irrefrenable de perderos?

   De este impulso han hablado numerosos escritores a lo largo del siglo XIX, asentándose el término flâneur, el cual describe a aquella persona que motu proprio se pierde por las calles y avenidas de la urbe sin tener claro el origen y destino de su marcha: el paseo por puro placer y como fuente de inspiración y conocimiento personal. Tal acción se encontraría íntimamente ligada al desarrollo de las ciudades y el ascenso de la burguesía tras la revolución industrial, siendo asociada por el filósofo Walter Benjamin con un acto de protesta contra la velocidad inherente al sistema capitalista. Después de todo, el paseo es un disfrute lento e introspectivo que no “produce” nada.

   El escritor francés Stendhal identificaría al flâneur con una especie de cicerón refinado a través de la crónica extensiva de sus travesías por Italia. Por medio de sus cuadernos de viaje, haría un análisis histórico y social del país mezclado con recuerdos íntimos. Dicha búsqueda incansable de estímulos y la fuerte sensibilidad al arte renacentista lo conducirían al padecimiento del ya archiconocido Síndrome de Stendhal, en la ciudad de Florencia.

   También Charles Dickens pondría en práctica los paseos (en este caso, nocturnos) al ser aquejado de insomnio. Echando mano a su bastón, se colaría en manicomios y hospitales, y recorrería las calles de un Londres decadente hallando a los mendigos, locos y borrachos que entrarían a formar parte de su imaginario novelado.

   El transeúnte o flâneur fue, asimismo, presentado por Edgar Allan Poe en su relato El hombre de la multitud (1840) aunque, como cabe esperar por el estilo que caracteriza al escritor, el protagonista queda envuelto por un halo de macabro misterio. Con Poe la figura errante encuentra cobijo en los rostros desconocidos que lo embisten sin querer, y no hace otra cosa que vagar eternamente por las aceras, incapaz de separarse del tumulto urbano.

   Baudelaire retomaría, posteriormente, la figura del nómada urbanita con un sentido más romántico, haciendo hincapié en que éste no es un mirón pasivo alineado con los objetos y la muchedumbre observados. Muy por el contrario, el paseante se conoce a sí mismo a través de los edificios y habitantes parisinos, a los cuales admira fervientemente y con los que se identifica.

   Ya entrados en el siglo XX aparecen otros literatos que hacen del vagar sin rumbo una obra de arte: A Robert Walser le serviría como terapia y fuente de inspiración, como nos cuenta en El Paseo (1917), y E. B. White lo usaría como declaración de amor nostálgico a una ciudad en permanente cambio (Esto es Nueva York, 1948). Ambas crónicas constituyen pequeñas guías de tránsito aleatorio al tiempo que desvelan lo más íntimo de sus narradores.  

   Y para finalizar, no puedo dejar de recordar a otros dos paseantes más recientes (esta vez del séptimo arte), y a los que se ha comparado entre sí en varias ocasiones: Marcello Rubini (personaje interpretado por Marcello Mastroianni en “La dolce vita”) y Jep Gambardella (protagonista de “La gran belleza”, encarnado por Toni Servillo), ante quienes la ciudad eterna se muestra en todo su esplendor. Tanto Marcello como Jep aparecen caracterizados como dandis ávidos de experiencias “místicas” mediante el descubrimiento de una Roma que no puede ser más bella. Estos reyes de la mundanidad, que buscan lo eterno en lo transitorio, no ven jamás colmadas sus expectativas, abandonando su empeño de escribir novelas y haciendo de la procrastinación y la trivialidad su bandera.

   En la literatura y el cine sobre el flâneur los paseos quedan bien alejados de toda epopeya basada en la acción. No obstante, la búsqueda de estímulos o griales de conocimiento es algo tan inevitable y necesario como el comer, sea en Roma, París, Madrid o Nueva York porque, como decía el mismísimo Stendhal: “Si la vida cesara de ser una búsqueda, no sería nada”.

                                                           (De Paula de A., el 21 de abril de 2014)

Referencias útiles:
El flâneur en la Literatura:
- Roma, Nápoles y Florencia, de Stendhal (1817). En esta crónica se describe por primera vez lo que luego se llamaría el Síndrome de Stendhal.
- Paseos por Roma, de Stendhal (1829)
- El hombre de la multitud, de E. A. Poe (1840)
- Paseos nocturnos, ensayo de Charles Dickens (1859)
- El Paseo, de Robert Walser (1917)
- Libro de los pasajes, de W. Benjamin (1927)
- Esto es Nueva York, de E.B. White (1948)

El flâneur en el Cine:
- “La Dolce Vita”, de Federico Fellini (1960).
- “La gran belleza”, de Paolo Sorrentino (2013).

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