Por motivos religiosos, sociales, mágicos, místicos, punitivos o meramente estéticos, los tatuajes han decorado el cuerpo de los hombres y mujeres (por lo menos) desde la Edad del Cobre. Casi tan antiguos como el propio ser humano, el simbolismo de marcar la piel ha permanecido casi intacto hasta hoy. Crónica sentimental de un arte milenario.

   Aunque el origen del tatuaje no se conoce con exactitud, en 1991 se encontraron en un glaciar de los Alpes italianos los restos momificados de un cazador del Calcolítico, bautizado el “Hombre de Hielo” de Ötzi, que vivió hace 3.200 años, y tenía las rodillas y la espalda tatuados con 57 dibujos geométricos de puntos y rayas. La siguiente muestra del tatuaje antiguo data de mucho después, del año 2000 a.C., en Tebas, donde reposaba la momia de la sacerdotisa Amunet, adoradora de la diosa del amor egipcia Hathor, que tenía el cuerpo tatuado con unos dibujos muy similares a los de Ötzi. Ese nuevo descubrimiento confirmó que, en el Antiguo Egipto, se tatuaban sobre todo a las mujeres para fomentar la fertilidad, y posteriormente, se mostró que también se utilizaban para marcar a los criminales, al igual que en la Antigua Roma.

   Sin embargo, la tradición tatuadora más arraigada proviene de la Polinesia, donde los hombres cubrían cada centímetro de su piel con dibujos y símbolos geométricos muy elaborados. Y parece ser que también de allí procede el origen de la palabra inglesa “tattoo” (“tatuaje”), introducida en el vocabulario europeo por el capitán James Cook después de llegar ¿de casualidad? a la isla paradisíaca de Tahití, en 1769. La tripulación no tardó en adoptar las costumbres de la zona, y volvieron todos a casa con un “tau-tau” en alguna parte de su cuerpo. La palabra polinesia “ta” significa golpear, y el sonido “tau-tau” era utilizado para referirse al choque entre dos huesos.

   La tradición ritual se repite en otras culturas. Entre los maoríes de Nueva Zelanda, los tatuajes (moko) tenían un significado ritual y de respeto social. Los varones comenzaban a tatuarse al cumplir los 8 años, y en un largo proceso que se prolongaba toda la vida, iban añadiendo nuevos dibujos y modificaciones de los anteriores. Creían que así protegerían su cuerpo una vez muerto, y que les ayudaría en su camino hacia la inmortalidad. La población indígena de Taroko en Taiwán, tatuaba los rostros de hombres y mujeres, una vez que llegaban a la edad adulta, con la creencia de que en la muerte les ayudaría en su camino hasta el cielo. Y las tribus nativas de América central tatuaban su cuerpo para recordar por siempre a los caídos en la batalla y/o por motivos religiosos.

   En Japón, la práctica comenzó en el siglo X a.C., y se hizo muy popular hasta que, con el tiempo (hacia el año 600 a.C.), como en muchas otras culturas, comenzó a utilizarse como castigo militar y método de identificación de delincuentes. El emperador Matsuhito los prohibió en 1842 en una operación de lavado de imagen de cara a Occidente, donde los tatuajes llegaron a partir del siglo XVIII con los marineros ingleses, que habían viajado con James Cooks, y la tradición arraigó profundamente en ese gremio. Pero en la Europa dieciochesca, el tatuaje fue durante décadas cosa de los bajos fondos y la marginalidad, un estigma que ha perdurado mucho tiempo.

   Mientras tanto, al otro lado del charco, durante la Guerra de Secesión americana, los tatuajes comenzaron a popularizarse. El primer profesional especialista fue Fellows, y se considera que el primer estudio reconocido de tatuado se abrió en 1870 en Nueva York, de la mano de un inmigrante alemán, Martin Hildebrandt. Pronto le salió un competidor, O'Reilly, que en 1891 inventó la máquina de tatuar, sin poder imaginar que su uso no sería estrictamente artístico.

   Los nazis tatuaron en el antebrazo de las personas recluidas en los campos de concentración, para identificarlos con un número de serie si eran seleccionados para trabajar. El sistema de tatuaje comenzó en Auschwitz en 1941, y se calcula que asignaron más de 400.000 números a prisioneros. En cuanto a los soldados de la Walfen-SS llevaban tatuado su grupo sanguíneo en la faz interior del bíceps del brazo derecho. El tatuaje, que se denominaba “Kainsmal” (“la marca de Caïn”), permitió identificar a algunos de los verdugos.

   A partir de los 60, los hippies de Woodstock a Londres recuperaron los tatuajes como parte de su movimiento pacifista y alternativo; y a finales de los 70, les tocó el turno a las tribus urbanas, que se convirtieron en grandes clientes de los estudios de tatuaje. Los punks, los mods, los heavys… todos elegirían sus propios motivos para identificarse y diferenciarse del resto. Y en España, continuó como práctica muy vinculada al mundo de los marineros hasta principios de los 80, pero con la aire de libertad que soplaba en el país, la alta sociedad adinerada, que iba de bohemia y marchosa,  lo “convirtió” en tendencia.

   El tatuaje ha vivido un lento proceso de aceptación social, y con el tiempo, su dimensión cultural y antropológica ha sido reconocida hasta en exposiciones tan importantes como la muestra “Tatuadores, Tatuados”, organizada en el parisino Museo del Quai Branly en 2014. Pero, ante todo, recuerda que el tattoo, hoy en día elevado a la categoría de arte, siempre tiene una historia que contar...

                                                     (De Abigail C., el 27 de junio de 2017)

Referencias útiles:
MADRiD TATTOO CONVENTiON

¿CUÁNDO? Del Viernes 30 de junio al Domingo 02 de julio de 2017.

¿QUÉ? Este fin de semana, ¡no te pierdas la Madrid Tattoo Convention, organizada por el MulaFest, el Festival de tendencias urbanas de Madrid!

¿QUiÉN? Descubre los tatuadores participantes aquí.

¿DÓNDE? En iFEMA (en la ilustración)
Avenida del Partenón, 5
28042 Madrid
902 221 515
M Campo de las Naciones
Bus 112, 122, 828

¿CUÁNTO?
- 1 día: 15 euros anticipada; 20 euros en taquilla;
- Abono 3 días: 40 euros anticipada; 45 euros en taquilla.

Para saberlo todo de la Madrid Tattoo convention, conéctate a la web del MULAFEST (también en Facebook y Twitter).

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