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Mi PETiT VERANO (nº45):
LA ALPARGATA

Mi PETiT VERANO (nº45):
LA ALPARGATA

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   De las tierras de labranza a las pasarelas, esta cenicienta de los pies genuinamente mediterránea conquistó el mundo gracias a sus materiales rústicos, su fabricación artesana y una naturalidad, que borra de un plumazo cualquier duda. Entre sus predecesores, los egipcios -omnipresentes en esto de los mejores inventos- ya por el año 4.000 a.C. demostraron que aquello de andar podía ser más llevadero gracias a unas piezas de papiro trenzado y hojas de palma. Un poco más avanzadas, del Neolítico tardío (3.500-2.700 a.C.) son las sandalias de esparto, encontradas en el siglo XIX, en la Cueva de los Murciélagos de Granada, y conservadas en su Museo Arqueológico. Sin embargo, los primeros datos sobre la existencia de la alpargata como tal nos llevan a los Pirineos, allá por el año 1322, gracias a un documento en el que se describe a la perfección la espardenye. Hoy, estos zapatos, cómodos, ligeros y unisex, no sólo son imprescindibles en el uniforme de verano, sino que se han convertido en todo un clásico, ajeno al paso del tiempo y a las modas.


   El nombre catalán viene de la palabra “esparto”, una clase de yute o fibra vegetal, fuerte y aislante térmico, con la que los artesanos elaboraban cuerdas, que trenzadas, daban lugar a las suelas, que antes iban a pelo, y ahora se recubren en parte con caucho para evitar la humedad y prolongar su uso. Luego, llegó el turno de las costureras, que añadirían la parte superior o capellada, que cubría frescamente el empeine; después la talonera; y por último, la correíta, que es la pieza que sujeta ambas partes. Las auténticas, artesanas hechas una a una, eran tejidas a mano en telares triangulares caseros, con hilo de algodón y colores según la imaginación, aunque hoy se admiten muchos otros tipos de materiales que incluyen la seda, el cuero, la lona, el lino, el raso o el encaje.


   Típicas de los territorios de la antigua Corona de Aragón (Aragón, Cataluña, Valencia e Islas Baleares), de la zona de Murcia y Almería, y de las tierras del País Vasco, ya en el siglo XIII, cuentan que los soldados del rey de Aragón usaban alpargatas para sus travesías a pie por su fácil adaptación a los terrenos irregulares. Más allá de España, esas “pantuflas” calaron hondo en la zona de Occitania -que comprendía el sur de Francia, el patrio Valle de Arán y algunos territorios de la región italiana de Piamonte y del Principado de Mónaco-, así como en algunas zonas de América Latina, donde se usaron variedades autóctonas de plantas para su elaboración, sin perder en absoluto su esencia.


   Aunque la auténtica alpargata llegó a América a través de los españoles, antes de su contacto con Europa, los indígenas ya usaban un calzado similar, cuyas muestras más antiguas nos llevan a la cultura Anasazi (que podría traducirse como “antiguos enemigos”) o Hisatsinom -para los que consideraban el anterior término como despectivo-, de la zona de Oasiamérica, es decir, las tierras hoy ocupadas por los estados de Colorado, Utah, Arizona y Nuevo México. Sin embargo, la auténtica esparteña cruzó el charco a mediados del siglo XVII cuando los misioneros jesuitas cargaron con ellas como el mejor compañero de viaje. Luego, los movimientos migratorios del siglo XIX, con cientos de españoles y franceses vascos desembarcando en la zona del Río Plata, afianzaron un calzado del que dieron buena cuenta los campesinos, desde los guajiros venezolanos a los gauchos o vaqueros de Argentina, Uruguay, Paraguay o sur de Brasil, que las eligieron para sus largas jornadas de trabajo.


   También en el siglo XIX, mientras la ciudad del pirineo francés de Mauleón se lanzaba a la venta internacional de su producto artesano por excelencia; y en España, abundaban “las golondrinas”, apodo con el que se conocía a las jovencitas de los valles aragoneses, que buscaban trabajo en las fabricas de alpargatas locales; al otro lado del Atlántico, ese zapato alcanzaba la política de manos de Juan Domingo Perón. En 1945, el que fuera 3 veces presidente de Argentina, convirtió a ese calzado en símbolo de la clase trabajadora, cuando obreros peronistas y universitarios antiperonistas protagonizaron un enfrentamiento callejero en el que unos gritaban: “alpargatas sí, libros no”, y otros: “no a la dictadura de la alpargata”. Bajo ese cántico, los peronistas defendían que el presidente intentaba transmitir que para que el pobre accediera a la cultura, primero tenía que conseguir un trabajo, una manutención y unas infraestructuras donde instruirle. Mientras que el otro bando argumentaba que con esa consigna lo único que pretendía era mantener ignorantes a los obreros para garantizarse su voto, convirtiendo el peronismo en un enemigo del pensamiento.


   En los años 50, la humilde alpargata ya había invadido el mundo, y más allá de los trajes regionales y del uso por parte de campesinos, obreros, soldados, curas y mineros -con su versión oscura para diario y de color claro para los domingos-, en una España donde el turismo empezaba a sonar, figuras tan relevantes como el pintor Salvador Dalí y actores de la talla de Cary Grant, Grace Kelly o Catherine Deneuve se dejaron ver con ellas en sus visitas a la Costa Brava. El mejor reclamo publicitario, nunca soñado por la familia fabricante de esparteñas, de las de más solera y tradición, que hicieron posible el milagro.


   Su historia se remonta a 1776 cuando Rafael Castañer, de la localidad gerundense de Banyoles, decidió fabricar alpargatas a la manera artesanal, sin sospechar que estaba arrancando un negocio de varias generaciones. En 1927, sus descendientes decidieron industrializar la producción con el primer taller de una marca y empresa, que poco después fue nacionalizada por el Gobierno Republicano para calzar durante la Guerra (in)Civil a sus soldados. Con el paso del tiempo, y cada vez menos campesinos que vestir, los Castañer supieron reinventarse gracias al boom turístico, apostando por colores, materiales y formas hasta entonces impensables.


   A sus primeros grandes modelos, les siguieron otros como Audrey Hepburn, Lauren Bacall o Jane Birkin, lo que demostró que las pisadas estaban cambiando, y ni cortos ni perezosos, los Castañer cargaron maletas de esparteñas, y se fueron de feria en feria para darse a conocer. Fue así como a mediados de los 70 Yves Saint Laurent les entregó una horma y un encargo: quería algo humilde que, sin embargo, pudiera subir a las pasarelas, y nació la alpargata con cuña. El primer modelo era de madera y pesaba demasiado, así que optaron por la ligereza del corcho, y sin dinero para un nuevo viaje a París, acudieron al revisor del Talgo, al que, propina de por medio, le encomendaron la entrega del primer prototipo en el cuartel general de Saint Laurent de la capital gala. Con la cuña, llegó la revolución y nuevas firmas como Gucci, Louis Vuitton o más recientemente, Dolce & Gabbana, Chanel, Stella McCartney, Marc Jacobs y las más accesibles Zara o Topshop. De hecho, el 80% de la producción de Castañer va a parar al extranjero, y su repercusión es tal que, en 2010, esta empresa de artesanos zapateros recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes por parte del Ministerio de Cultura.


   Desde entonces, no hay pisada de verano sin alpargata, tanto que en Madrid, una de las señales inequívocas de la llegada del buen tiempo son las colas interminables de nacionales y extranjeros esperando turno para comprar en las alpargaterías de toda la vida, como la Antigua Casa Crespo (desde 1863), la Casa Hernanz (desde 1840) o la Casa Vega (desde 1860). Una curiosa estampa que avala el éxito de un calzado que en realidad, viniendo de lo más modesto, es lo más parecido a lo que hoy llaman Alta Costura, piezas hechas a mano, únicas, artesanas y con materiales de primera calidad.


                                              (De Lidia Martín, el 18 de julio de 2017)


Referencias útiles:
¿DÓNDE COMPRAR ALPARGATAS EN MADRiD?


(1) Alpargatería Casa Hernanz (ver la ilustración)
Calle de Toledo, 18
28005 Madrid
913 665 450
M Latina / Tirso de Molina / Sol / Ópera
Horario:
- De Lunes a Viernes: de 9h a 13h30 y de 16h30 a 20h;
- Los Sábados: de 10h a 14h.

(2) Antigua Casa Crespo
(ver la ilustración)
Calle del Divino Pastor, 29
28004 Madrid
915 215 654
M Tribunal / San Bernardo
Horario: de Lunes a Sábado, de 10h a 13h30 y de 17h a 20h15.

(3) Casa Vega
(en la ilustración)
Calle de Toledo, 57
28005 Madrid
913 652 651
M Latina / Tirso de Molina
Horario:
- De Lunes a Viernes: de 9h30 a 13h30 y de 16h30 a 20h30;
- Los Sábados: de 10h a 14h.


(4) Castañer (ver la ilustración)
Calle de Claudio Coello, 51
28001 Madrid
915 781 890
M Serrano
Horario: de Lunes a Domingo, de 10h30 a 20h30.


[Volver a Mi Petit ArmarioVerano, Callejero o Blogosfera]

   De las tierras de labranza a las pasarelas, esta cenicienta de los pies genuinamente mediterránea conquistó el mundo gracias a sus materiales rústicos, su fabricación artesana y una naturalidad, que borra de un plumazo cualquier duda. Entre sus predecesores, los egipcios -omnipresentes en esto de los mejores inventos- ya por el año 4.000 a.C. demostraron que aquello de andar podía ser más llevadero gracias a unas piezas de papiro trenzado y hojas de palma. Un poco más avanzadas, del Neolítico tardío (3.500-2.700 a.C.) son las sandalias de esparto, encontradas en el siglo XIX, en la Cueva de los Murciélagos de Granada, y conservadas en su Museo Arqueológico. Sin embargo, los primeros datos sobre la existencia de la alpargata como tal nos llevan a los Pirineos, allá por el año 1322, gracias a un documento en el que se describe a la perfección la espardenye. Hoy, estos zapatos, cómodos, ligeros y unisex, no sólo son imprescindibles en el uniforme de verano, sino que se han convertido en todo un clásico, ajeno al paso del tiempo y a las modas.


   El nombre catalán viene de la palabra “esparto”, una clase de yute o fibra vegetal, fuerte y aislante térmico, con la que los artesanos elaboraban cuerdas, que trenzadas, daban lugar a las suelas, que antes iban a pelo, y ahora se recubren en parte con caucho para evitar la humedad y prolongar su uso. Luego, llegó el turno de las costureras, que añadirían la parte superior o capellada, que cubría frescamente el empeine; después la talonera; y por último, la correíta, que es la pieza que sujeta ambas partes. Las auténticas, artesanas hechas una a una, eran tejidas a mano en telares triangulares caseros, con hilo de algodón y colores según la imaginación, aunque hoy se admiten muchos otros tipos de materiales que incluyen la seda, el cuero, la lona, el lino, el raso o el encaje.


   Típicas de los territorios de la antigua Corona de Aragón (Aragón, Cataluña, Valencia e Islas Baleares), de la zona de Murcia y Almería, y de las tierras del País Vasco, ya en el siglo XIII, cuentan que los soldados del rey de Aragón usaban alpargatas para sus travesías a pie por su fácil adaptación a los terrenos irregulares. Más allá de España, esas “pantuflas” calaron hondo en la zona de Occitania -que comprendía el sur de Francia, el patrio Valle de Arán y algunos territorios de la región italiana de Piamonte y del Principado de Mónaco-, así como en algunas zonas de América Latina, donde se usaron variedades autóctonas de plantas para su elaboración, sin perder en absoluto su esencia.


   Aunque la auténtica alpargata llegó a América a través de los españoles, antes de su contacto con Europa, los indígenas ya usaban un calzado similar, cuyas muestras más antiguas nos llevan a la cultura Anasazi (que podría traducirse como “antiguos enemigos”) o Hisatsinom -para los que consideraban el anterior término como despectivo-, de la zona de Oasiamérica, es decir, las tierras hoy ocupadas por los estados de Colorado, Utah, Arizona y Nuevo México. Sin embargo, la auténtica esparteña cruzó el charco a mediados del siglo XVII cuando los misioneros jesuitas cargaron con ellas como el mejor compañero de viaje. Luego, los movimientos migratorios del siglo XIX, con cientos de españoles y franceses vascos desembarcando en la zona del Río Plata, afianzaron un calzado del que dieron buena cuenta los campesinos, desde los guajiros venezolanos a los gauchos o vaqueros de Argentina, Uruguay, Paraguay o sur de Brasil, que las eligieron para sus largas jornadas de trabajo.


   También en el siglo XIX, mientras la ciudad del pirineo francés de Mauleón se lanzaba a la venta internacional de su producto artesano por excelencia; y en España, abundaban “las golondrinas”, apodo con el que se conocía a las jovencitas de los valles aragoneses, que buscaban trabajo en las fabricas de alpargatas locales; al otro lado del Atlántico, ese zapato alcanzaba la política de manos de Juan Domingo Perón. En 1945, el que fuera 3 veces presidente de Argentina, convirtió a ese calzado en símbolo de la clase trabajadora, cuando obreros peronistas y universitarios antiperonistas protagonizaron un enfrentamiento callejero en el que unos gritaban: “alpargatas sí, libros no”, y otros: “no a la dictadura de la alpargata”. Bajo ese cántico, los peronistas defendían que el presidente intentaba transmitir que para que el pobre accediera a la cultura, primero tenía que conseguir un trabajo, una manutención y unas infraestructuras donde instruirle. Mientras que el otro bando argumentaba que con esa consigna lo único que pretendía era mantener ignorantes a los obreros para garantizarse su voto, convirtiendo el peronismo en un enemigo del pensamiento.


   En los años 50, la humilde alpargata ya había invadido el mundo, y más allá de los trajes regionales y del uso por parte de campesinos, obreros, soldados, curas y mineros -con su versión oscura para diario y de color claro para los domingos-, en una España donde el turismo empezaba a sonar, figuras tan relevantes como el pintor Salvador Dalí y actores de la talla de Cary Grant, Grace Kelly o Catherine Deneuve se dejaron ver con ellas en sus visitas a la Costa Brava. El mejor reclamo publicitario, nunca soñado por la familia fabricante de esparteñas, de las de más solera y tradición, que hicieron posible el milagro.


   Su historia se remonta a 1776 cuando Rafael Castañer, de la localidad gerundense de Banyoles, decidió fabricar alpargatas a la manera artesanal, sin sospechar que estaba arrancando un negocio de varias generaciones. En 1927, sus descendientes decidieron industrializar la producción con el primer taller de una marca y empresa, que poco después fue nacionalizada por el Gobierno Republicano para calzar durante la Guerra (in)Civil a sus soldados. Con el paso del tiempo, y cada vez menos campesinos que vestir, los Castañer supieron reinventarse gracias al boom turístico, apostando por colores, materiales y formas hasta entonces impensables.


   A sus primeros grandes modelos, les siguieron otros como Audrey Hepburn, Lauren Bacall o Jane Birkin, lo que demostró que las pisadas estaban cambiando, y ni cortos ni perezosos, los Castañer cargaron maletas de esparteñas, y se fueron de feria en feria para darse a conocer. Fue así como a mediados de los 70 Yves Saint Laurent les entregó una horma y un encargo: quería algo humilde que, sin embargo, pudiera subir a las pasarelas, y nació la alpargata con cuña. El primer modelo era de madera y pesaba demasiado, así que optaron por la ligereza del corcho, y sin dinero para un nuevo viaje a París, acudieron al revisor del Talgo, al que, propina de por medio, le encomendaron la entrega del primer prototipo en el cuartel general de Saint Laurent de la capital gala. Con la cuña, llegó la revolución y nuevas firmas como Gucci, Louis Vuitton o más recientemente, Dolce & Gabbana, Chanel, Stella McCartney, Marc Jacobs y las más accesibles Zara o Topshop. De hecho, el 80% de la producción de Castañer va a parar al extranjero, y su repercusión es tal que, en 2010, esta empresa de artesanos zapateros recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes por parte del Ministerio de Cultura.


   Desde entonces, no hay pisada de verano sin alpargata, tanto que en Madrid, una de las señales inequívocas de la llegada del buen tiempo son las colas interminables de nacionales y extranjeros esperando turno para comprar en las alpargaterías de toda la vida, como la Antigua Casa Crespo (desde 1863), la Casa Hernanz (desde 1840) o la Casa Vega (desde 1860). Una curiosa estampa que avala el éxito de un calzado que en realidad, viniendo de lo más modesto, es lo más parecido a lo que hoy llaman Alta Costura, piezas hechas a mano, únicas, artesanas y con materiales de primera calidad.


                                              (De Lidia Martín, el 18 de julio de 2017)


Referencias útiles:
¿DÓNDE COMPRAR ALPARGATAS EN MADRiD?


(1) Alpargatería Casa Hernanz (ver la ilustración)
Calle de Toledo, 18
28005 Madrid
913 665 450
M Latina / Tirso de Molina / Sol / Ópera
Horario:
- De Lunes a Viernes: de 9h a 13h30 y de 16h30 a 20h;
- Los Sábados: de 10h a 14h.

(2) Antigua Casa Crespo
(ver la ilustración)
Calle del Divino Pastor, 29
28004 Madrid
915 215 654
M Tribunal / San Bernardo
Horario: de Lunes a Sábado, de 10h a 13h30 y de 17h a 20h15.

(3) Casa Vega
(en la ilustración)
Calle de Toledo, 57
28005 Madrid
913 652 651
M Latina / Tirso de Molina
Horario:
- De Lunes a Viernes: de 9h30 a 13h30 y de 16h30 a 20h30;
- Los Sábados: de 10h a 14h.


(4) Castañer (ver la ilustración)
Calle de Claudio Coello, 51
28001 Madrid
915 781 890
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