Han pasado 60 años. El escenario fue tan cotidiano como un autobús público. Un primero de diciembre, normal en apariencia, que pasó a la historia de los derechos civiles de la población negra. Año 1955. Rosa Louise, afroamericana, resuelta, menuda y firme, tenía 42 años cuando, con una frase, marcó un hito: “Hoy no me quiero levantar”.

   Así se dirigió al conductor del bus que reclamó el asiento para “el hombre blanco”. Un lugar que legal pero injustamente le pertenecía. Los blancos delante. Los negros detrás. ¿Hasta cuándo? 

   De profesión costurera, Rosa Parks era hija de un carpintero y una maestra de escuela. Nacida en Alabama, vivía en Montgomery, epicentro del racismo americano. Ya desde 1949, Rosa Parks colaboraba con la Asociación Nacional para el Avance del Pueblo de Color. Los negros no podían poner un pie donde lo hacían los blancos sin guardar la humillante distancia de la segregación. Restaurantes, salas de espera, colegios, piscinas, incluso en los servicios públicos, un expeditivo cartel con dos palabras, “Negros, no”, les recordaba su condición de parias.

   Los negros eran el 75% de los usuarios del transporte público. Solían acceder por delante, compraban su billete, y bajaban de nuevo a la calzada para subir definitivamente por la puerta de atrás. La vejación de cada día.

   Eran leyes no tan alejadas de las que legitimaban la esclavitud en el siglo XIX. Se acataban seguramente por miedo. De hecho, tres negros, sentados junto a Parks, se apresuraron a ceder su sitio. Pero Rosa, no. Cuando el conductor, amenazante, le preguntó “¿Por qué?”, aquella mujer menuda y negra, según relataba luego en sus memorias My Life, le respondió con otro interrogante: “¿Por qué se empeñan en empujarnos por todos lados?”.

   Una noche de calabozo, una multa de 14 dólares por alteración del orden público, y una llamada de atención que llegó a oídos de un pastor bautista, anónimo todavía, llamado Martin Luther King. Presa del mismo hastío, el futuro líder organizó una serie de protestas contra la discriminación en los autobuses públicos, incluyendo el boicot, que duró nada menos que 382 días. 30.000 afroamericanos participaron en marchas de casi 10 kilómetros, dejando de subir al autobús. "Mis pies, cansados. Mi alma, ¡liberada!" era la frase con la que recibían, por fin, cierto albedrío.

   El caso llegó a la Corte Suprema, que ciñéndose a la igualdad constitucional, abolió solo un año después, cualquier norma de discriminación racial en el transporte público.

   Hubo voces, no obstante, empeñadas en minimizar el gesto de la mujer. Negando su rebeldía, aludieron a que Rosa no fue valiente, sino que estaba sencillamente cansada. “No fue inconformismo, sino agotamiento”, insistían los acusadores. “Sí, aquel día estaba fatigada. Extenuada, incluso. Harta, pero de ceder. Mientras más obedecíamos, peor trato nos daban”.

   Los sobrinos de Parks (nada menos que 13) acaban de publicar un libro donde retratan a “la madre de la lucha por los derechos civiles” desde la cotidianeidad. Cartas, fotografías, recuerdos familiares, hasta recetas de cocina, componen el sumario de Our Auntie Rosa, (Nuestra tía Rosa), la dulce y sabia cocinera, que tan bien preparaba el pollo con col y jamón, las croquetas de salmón, y siempre guisaba judías con maíz en las cenas del domingo por  la noche. El libro recuerda el eco que aun tenían en su memoria, ciertas frases pronunciadas por las madres de niñas de su edad: “Nosotros no jugamos con negros”.

   La tía Rosa enseguida comenzó a coleccionar libros sobre temas raciales. “Siempre estaba ocupada escribiendo. Quería estar informada para educarnos”, dicen los sobrinos. Aficionada al yoga, cuando su cabello gris destacaba en su rostro moreno, la activista nunca quiso ser excepcional dentro de casa. “No hagáis ningún escándalo por mí. Yo solo soy vuestra tía Rosa”, les decía cuando los niños le preguntaban si era ella aquella mujer de la que hablaban en la escuela. 

   Rosa Parks murió en Detroit a los 92 años, el 24 de octubre de 2005 (un año después de diagnosticarle la enfermedad de Alzheimer). Había recibido la medalla Spingarn, el Premio Martin Luther King, y la Medalla de Oro del Congreso de los Estados Unidos. Tiene un museo con su nombre, y sus restos fueron honrados en la Rotonda del Capitolio, convirtiéndose en la primera mujer y la segunda persona afroamericana en recibir ese honor...

   Todo porque el vaso se colmó una tarde, estrenando diciembre. Una mujer negra provocó un levantamiento, sencillamente por permanecer sentada. 

                                               (De Sol Alonso, el 01 de diciembre de 2015)

PD: El pasado mes de junio, gracias a la iniciativa del colectivo Women on 20’s (“Mujeres en los billetes de 20), el Tesoro Estadounidense ha abierto un proceso para que los ciudadanos elijan la (primera) figura histórica femenina que aparecerá en 2020, en el nuevo billete de 10 dólares. Entre los primeros nombres barajados, se encuentran los de Eleanor Roosevelt, de Harriet Tubman y de Rosa Parks.

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