Hace apenas unas semanas, el artista Fernando Bellver se hizo viejo. Dice que fue en un suspiro, al cumplir los 60 años y darse cuenta de que había empezado a hablar solo. El buen humor y la ironía del pintor, grabador y escultor, Premio Nacional de Arte Gráfico de 2008, le definen tanto como su obra. Polifacética, extensa, variada, internacional, elogiada y criticada, muy al estilo Bellver, un creador contemporáneo, que admira la amistad por encima de todo y sólo hace caso a la “gente ilusionante” como el editor Manolo Gordillo cuya actitud convenció a Fernando para convertirse por vez primera en comisario, estrenando la serie “Comisariado por” de La Factoría de Papel, una asociación de amigos, editores y coleccionistas, que buscan agitar la escena artística madrileña, fomentar la edición de arte y abrir nuevas vías de producción y venta de obra gráfica.

   Fernando Bellver empezó a pintar siendo muy joven, y aquel día, cuando comunicó a su familia “mamá, quiero ser artista”, lejos de oponerse, le animaron, e incluso podríamos decir, que le empujaron. Algo de genética tenía que haber viniendo de una familia de artistas que incluye al escultor Ricardo Bellver, autor de la figura del Ángel Caído del Retiro y a su hermano Francisco Bellver, que fue director de la Academia de Bellas Artes. Además, los hombres de su estirpe siempre se han juntado con hijas de pintores o editores, creando una endogamia interesante y de la que era difícil escapar.

   Sin embargo, su padre quiso darle más información y así, por lo bajini y sin mucho escándalo, le entregó las cartas y facturas de su abuelo, el de la estatua del demonio, en las que el joven Bellver descubrió una importante cantidad de impagos, que mostraban como el hombre había tenido que cambiar de casa e, incluso, sacar a sus hijos de la escuela. Pero Fernando lo tenía claro, quería dibujar.

   Ya en el colegio, aprendió que asumir las culpas de otros para obtener el castigo -que consistía en quedarse solo en el patio-, no estaba nada mal. Cuando se bajaba a reflexionar por su “mala acción”, Fernando solía llevar un trozo de tiza, y en una de sus penas, talló una virgencita de polvo blanco, que fue descubierta por su tata y después, claro está, por su mamá. Lejos de enfadarse, la primogénita agarró de la oreja a Bellver y se lo llevó a la Escuela de Artes y Oficios, donde miraron extrañados a una mujer, que pretendía apuntar, en pleno franquismo, a un niño de 11 años a un centro donde se pintaban ¡desnudos!. Con el consentimiento maternal firmado, Bellver se enfrentó a su primer examen artístico y, de paso, a su primer striptease integral en directo. Tanta emoción le dio para un bajón de azúcar y para pintar un omoplato que le valió entrar directamente a segundo curso. Se acababa de convertir en el pequeño rey de la escuela, rodeado de compañeros de 28 y 30 años, y en el amo del colegio al empezar a vender los desnudos a 5 duros, una manera como otra cualquiera de ganar dinero.

   Al acabar la Universidad, se metió en Bellas Artes, pero sólo aguantó un año. Después se inscribió en Arquitectura -a pesar de que esta profesión no le agradaba en exceso, porque dice que no hay pintor que borre el cuadro de otro para pintar encima y los arquitectos no paran de hacerlo-, y claro, también duro poco. Al cumplir 18 años, con el dinero que, por tradición, su padre entregaba a sus hijos para el carnet de conducir, Bellver se fue a Londres. Allí empezó desde cero en un hotel, triturando basuras, limpiando hornos, lavando platos hasta que ascendió a jefe del servicio de limpieza, y en una pizarra enorme donde apuntaba todos los cambios de sábanas, empezó a dejar volar su tiza -benditas tizas- para admiración de sus compañeros, que comenzaron a encargarle retratos que le dieron más libras que el hotel.

   De vuelta en España y con la lección bien aprendida, probó como ilustrador en editoriales. Recuerda que pagaba 10.000 pesetas de casa y cobraba 300.000 por ilustrar un libro. No había dudas. Con tanta tranquilidad, se lanzó al grabado en el taller de Dimitri Papagueorguiu, un lugar frecuentado por Alberti, José Luis Verdes, Rafael Canogar o Joaquín Capa, que le llevó a verse, con apenas 21 años, tomando cafés con los que admiraba. Al quebrar este centro, nació el Taller Mayor 28, y llegó la locura. Plensa, Brossa, Miró, todos a los que Bellver iba a ver en exposiciones, ahora le preguntaban qué podían hacer en una esquina vacía de su obra.

   De ahí, apadrinado por Verdes y con una carpeta bajo el brazo, Fernando se fue a presentar su trabajo a la Galería Estiarte. Su primera gran exposición la hizo gracias al dinero que le prestó una tía para enmarcar los cuadros. Luego llegaría la “cazatalentos” Fefa Seiquer, el tesón de la marchante Juana Mordó y un sinfín de nombres y colaboradores, que una vez más dejaron boquiabierto a un chaval que con 25 años ya compartía galería con Genovés o Canogar.

   Visto así parece una trayectoria y, sobre todo, un estilo de vida envidiables, pero apunta Bellver que a él le da vergüenza decir que es artista. Si alguien nuevo en su vida le pregunta a qué se dedica, hay veces que acierta a contestar un inocuo “mis cosas”. Y otras, como cuando era más joven, en las que inventaba otra profesión, exactamente trabajador en Banca, hasta que el fotógrafo Chema Madoz que había probado de verdad este oficio, le frenó amablemente los pies.

   A pesar del prestigio, la incertidumbre sigue formando parte de su profesión, y es algo que hay que asumir. Para cualquier actividad artística, hay que tener un poco de talento, pero sobre todo, ser consciente de cómo es cada trabajo, y en el arte, cada cuadro vendido puede ser el último y cada obra acabada también.

   Mientras llegan las ideas, este “pijo de Malasaña” -como se define a sí mismo- seguirá acumulando mediante el intercambio, obra de amigos que reparte como puede por su casa y confirma aquello que decía Picasso: “Un pintor es un coleccionista que hace su propia colección pintando los cuadros que más le gustan de otros”.

                               (De Lidia Martín, el 19 de noviembre de 2014)

Referencias útiles:
“COMiSARiADO POR” FERNANDO BELLVER

¿CUÁNDO? Inauguración: el Jueves 20 de noviembre de 2014, a las 20h (hasta el Lunes 15 de diciembre).

¿QUÉ? Fernando Bellver estrena la serie de exposiciones “Comisariado por” de La Factoría de Papel, con una selección de obras de amigos y colaboradores artistas como Alfredo Alcaín, Eduardo Arroyo, Joan Brossa, Rafael Canogar, Javier de Juan, Juan Genovés, Chema Madoz, Andrés Nagel, Bea Pérez, Jaume Plensa y Manolo Valdés.

¿DÓNDE? En La Factoría de Papel (también en Facebook)
Calle Buenavista, 8, bajo
28012 Madrid
914 685 847
M Lavapiés / Antón Martín
Horario: de Lunes a Viernes, de 11h a 14h y de 17h30 a 21h. Fuera de los días de inauguración, hay que llamar para confirmar la visita.

Ah y no busques a Fernando Bellver en Facebook o Twitter. Odia los ordenadores. No los maneja. Es más, los ve como máquinas en fase experimental.

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