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EDVARD MUNCH
MÁS ALLÁ DE EL GRiTO

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   Simbolista primero y precursor del expresionismo después, dicen que el propio Munch alimentó su fama de bohemio torturado -que hoy le precede-, al desvelar en sus diarios que su genio venía de una difícil mezcla de locura y enfermedad, que le había acompañado desde sus primeras horas de vida. En 60 años de actividad pictórica y literaria, plasmando en ambas disciplinas toda su maraña mental, el artista noruego, que nunca pintaba lo que veía, sino lo que había visto, consiguió expresar como pocos las contradicciones del ser humano, diseccionando su alma con cada pincelada, y olvidando las formas a favor de los sentimientos en unas obras tan reivindicativas como angustiosas, que el Museo Thyssen-Bornemisza ha reunido en una muestra excepcional en Madrid.


   Edvard Munch nació en Løten (Noruega), el 12 de diciembre de 1863, tan débil que su padre, Christian Munch, un médico devoto enfermizo y temeroso de Dios, llamó enseguida al cura para que bautizara al recién nacido en el hogar... pero el pequeño sobrevivió. A los 5 años, Edvard perdió a su madre Laura, y a los 14, a su hermana mayor Sophie (ambas por tuberculosis). Y como el propio Munch también sufría episodios de bronquitis asmática, la enfermedad se convirtió en uno más de la familia, que junto a la afición del padre de entretener a sus hijos leyéndoles historias de fantasmas de Edgar Allan Poe, llenaron la cabeza y el corazón de aquel niño sensible de angustias y tormentos. Pero contra todo pronóstico paterno, la pintura sería la válvula de escape del joven, que empezó a estudiar ingeniería en el Kristiana Technical College, en 1879, y que lo dejó todo para inscribirse en la Real Escuela de arte y Diseño de Oslo.


   En 1882, Munch se instaló en la capital noruega, en un pequeño estudio compartido con otros 6 aspirantes a artistas, todos alumnos del pintor naturalista Christian Krohg. Al año siguiente, se estrenó con su primera exposición, y junto a su maestro, empezó a frecuentar el Café Central de Oslo, que a principios del siglo XX se convertiría en el lugar de encuentro de los llamados Bohemios de Kristiana (nombre de Oslo entre 1897 y 1924), liderados por el escritor anarquista Hans Jaeger, empeñado en destruir la falsa y estrecha moralidad burguesa.


   Con sus primeras obras, Munch flirteó con el naturalismo, el simbolismo y el impresionismo, pero después de varias piezas destruidas por su propio padre al ver en ellas imágenes inapropiadas, Munch profundizó en lo emocional bajo la cada vez más fuerte influencia de Jaeger, que le aconsejó recurrir a sus propias experiencias como fuente de inspiración. El pintor siguió el sabio consejo de su maestro, y tras un duro examen de sí mismo y a pesar del dolor, que le aportó una nueva visión y técnica, escribió su vida en sus cuadros. Empezó pintando “La niña enferma” (1886), como reflejo de su infancia, que el propio pintor consideró como punto de inflexión y origen de sus trabajos posteriores.


   Sin embargo, el público y la crítica necesitarían más tiempo para entender aquella imagen esbozada y sin terminar, aquella expresividad brutal, fruto de la propia visión de la vida de Munch, cargada de ataques de ansiedad y pérdidas y de sus frecuentes alucinaciones y crisis mentales, que según algunos expertos, no eran más que provocaciones de un artista que paría su obra en momentos devastadores para alimentar su supuesto desequilibrio emocional.


   En 1889, llegó su primera exposición individual en la Sociedad de Estudiantes de Kristiana, y con ella, el reconocimiento y una beca estatal para viajar a París, donde se empapó de los nuevos movimientos pictóricos. Y en 1889, repitió la experiencia, pero esta vez con una beca de dos años. Instalado de nuevo en la capital francesa, Munch fue brevemente alumno del pintor realista galo León Bonnat, con el que no congenió al quedar tocado por los postimpresionistas, y en especial, por Gauguin… cuando murió su padre. Con esa funesta noticia, Munch inició un nuevo ciclo pictórico, conocido como el “Friso de la vida”, que posteriormente marcaría un antes y un después en la historia de la pintura.


   Entre 1892 y 1908, Munch vivió entre Berlín, Oslo y París donde buscaba el cobijo de la bohemia, de pintores y escritores que nutrían sus ideas, mientras sus cuadros seguían despertando reacciones muy diversas. Si su primera exposición individual en Oslo -con la más que significativa cifra de 110 cuadros-, fue todo un éxito, su muestra de Berlín en 1892 fue clausurada solo una semana después de su inauguración por unos cuadros que la prensa y el público consideraron “indignos”. Sin saberlo, sus críticas destructivas harían crecer la fama del pintor proporcionalmente al revuelo, elevándole a la categoría de artista maldito cuando llegó “El Grito”.


   Tras varias versiones que no llegaban a convencerle, Munch accedió a exponer su nuevo cuadro, entonces llamado “La Desesperación”, en 1893 en una colección que tituló “El Amor”. Fruto -una vez más- de una experiencia personal de Munch, el ahora famoso cuadro representa los sentimientos que experimentó el artista cuando, paseando con 2 amigos en el ocaso del día, con el fiordo de Oslo como fondo desde la colina Ekeberg, tuvo una revelación demoledora, que explicó en su diario el 22 de enero de 1892: “El cielo se volvió rojo como la sangre, y sentí una enorme tristeza. Un angustioso dolor oprimía mi pecho… Sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el fiordo negro azulado… y yo me quedé temblando aterrorizado, y sentí el grito infinito de la naturaleza”. La aterradora imagen disgustó de nuevo a un público que la consideró como la obra de un demente.


   Si bien es verdad que las crisis nerviosas y los problemas con el alcohol de Munch eran cada vez más frecuentes (incluso en 1905 sufrió una neurastenia, un trastorno mental en el que tras un esfuerzo físico o mental, el pintor caía en un cansancio imposible), el artista siempre terminó las exposiciones a las que se había comprometido así como el encargo del productor cinematográfico y director de teatro, Max Reinhardt, que le había pedido el diseño de los decorados para la obra “Hedda Gabler”, el mayor éxito del dramaturgo Henrik Ibsen, amigo de Munch,… hasta que no pudo más. En 1908, Edvard sufrió un colapso nervioso que le llevó a ser internado durante 8 meses en un sanatorio de Copenhague, donde una terapia a base de dieta y electrificación le salvó la vida, pero sin duda apagó la fuerza de su arte.


   En sus últimos años en activo, Munch no paró de viajar y exponer aflojando el duro yugo que se había autoimpuesto, abandonando un poco sus demonios para dejarse querer y recibir honores. En 1912, participó en la exposición colectiva de Sonderbund (Colonia), junto a Van Gogh, Gauguin, Picasso y Cézanne, de la que él mismo dijo “Todas las cosas más salvajes pintadas en Europa están aquí. Y entre ellos, yo soy casi un pálido clasicista”, y poco después, en 1915, se convirtió en mecenas para apoyar a jóvenes artistas alemanes hasta que, al año siguiente, se mudó al barrio de Ekely, a las afueras de Kristiania, para llevar una vida asceta, sin apenas contacto con la sociedad, en una reclusión acentuada a partir de 1930, por una afección ocular, que junto a sus crisis nerviosas le hicieron cada vez más difícil trabajar.


   El estallido de la Segunda Guerra Mundial dividió su corazón: “Todos mis amigos son alemanes, pero es Francia el país que amo”, y hasta el final de sus días, su pincel siguió levantando polémica. En 1940, los nazis declararon que su obra -al igual que la de Paul Klee, Gauguin o Picasso-, era un insulto, y retiraron de las galerías todos sus cuadros, que acabaron -en su mayoría- en el segundo piso de la casa del artista por miedo a que fueran confiscados. En sus últimos años, hizo varios autorretratos que mostraban a un anciano frente a la muerte, adelantando un final que llegaría el 23 de enero de 1944.


   Con su fallecimiento, sus obras -más de 1.000 cuadros, 15.400 grabados, 4.500 dibujos y acuarelas, 6 esculturas y 15.000 objetos entre piezas de su biblioteca, escritos y notas (la mayor colección del mundo de un artista)-, pasaron a manos de la ciudad de Oslo, que coincidiendo con el 100º aniversario de su nacimiento, en 1963, inauguran el Museo Munch donde exponen el legado de un hombre que asumió su circunstancia afirmando: “No me desprendería de mi enfermedad porque mi arte le debe mucho”.


PD (nº1) missing: Entre 1893 y 1901, Munch realizó 4 versiones de “El Grito”: 3 están en Oslo, y la cuarta, en alguna propiedad de Leon Black, el millonario empresario americano apasionado del arte, que en 2012 compró la obra en subasta por casi 120 millones de dólares, al noruego Petter Olsen, hijo de un vecino, amigo y mecenas de Munch. El cuadro que la revista Time utilizó en 1961 para su portada dedicada a la ansiedad, y que el artista pop Andy Warhol plasmó entre 1983 y 1984 en estampaciones sobre seda con el objetivo de desvirtuarla y convertirla en un objeto para las masas; fue robado a punta de pistola en 2004. Una vez recuperado (2 años después), se establecieron tales medidas de seguridad que hoy la obra solo puede verse tras unos paneles de vidrio, y no puede viajar al extranjero. En la muestra del Museo Thyssen, solo se podrá admirar una litografía de “El Grito”.


PD (nº2) literaria: Coincidiendo con la exposición del Museo Thyssen, la editorial Nórdica Libros (también en Facebook y Twitter) publica por primera vez en castellano una antología de textos, escritos de Edvard Munch, titulada El friso de la vida e ilustrada por la propia obra del pintor.


PD (nº3) amorosa: Entre las muchas amantes y mujeres de Munch, hubo una, Tulla Larsen, que se obsesionó con el pintor, y cuentan que, durante una acalorada discusión, forcejearon con una pistola que finalmente se disparó llevándose 2 dedos de la mano izquierda del artista.


                                              (De Lidia Martín, el 08 de octubre de 2015)


Referencias útiles:
EDVARD MUNCH. ARQUETiPOS


¿CUÁNDO? De Domingo a Viernes, de 10h a 19h; y los Sábados, de 10h a 21h, hasta el Domingo 17 de enero de 2016.


¿QUÉ?Edvard Munch. Arquetipos”, que cuenta con 80 obras -la mitad procedentes del Munch Museet-, es la muestra más amplia dedicada al artista en Madrid desde 1984.


¿DÓNDE? En el Museo Thyssen-Bornemisza
Paseo del Prado, 8
28014 Madrid
902 760 511
M Banco de España


¿CUÁNTO? Entrada general: 11 euros; y reducida: 9 euros aquí.


Para saberlo todo de la muestra EDVARD MUNCH. ARQUETiPOS, conéctate al microsite, creado especialmente para la ocasión por el MUSEO THYSSEN (también en Facebook y Twitter).


PD (nº4) ilustrada: Ilustración by el diseñador gráfico francés, Outmane Amahou (también en Facebook), creador de la serie “Minimalist Art Movement Posters”, que “retrata” los principales movimientos artísticos, usando uno solo color y parte de una obra emblemática!


[Volver a Mi Petit Pinacoteca, Callejero o Blogosfera]

   Simbolista primero y precursor del expresionismo después, dicen que el propio Munch alimentó su fama de bohemio torturado -que hoy le precede-, al desvelar en sus diarios que su genio venía de una difícil mezcla de locura y enfermedad, que le había acompañado desde sus primeras horas de vida. En 60 años de actividad pictórica y literaria, plasmando en ambas disciplinas toda su maraña mental, el artista noruego, que nunca pintaba lo que veía, sino lo que había visto, consiguió expresar como pocos las contradicciones del ser humano, diseccionando su alma con cada pincelada, y olvidando las formas a favor de los sentimientos en unas obras tan reivindicativas como angustiosas, que el Museo Thyssen-Bornemisza ha reunido en una muestra excepcional en Madrid.


   Edvard Munch nació en Løten (Noruega), el 12 de diciembre de 1863, tan débil que su padre, Christian Munch, un médico devoto enfermizo y temeroso de Dios, llamó enseguida al cura para que bautizara al recién nacido en el hogar... pero el pequeño sobrevivió. A los 5 años, Edvard perdió a su madre Laura, y a los 14, a su hermana mayor Sophie (ambas por tuberculosis). Y como el propio Munch también sufría episodios de bronquitis asmática, la enfermedad se convirtió en uno más de la familia, que junto a la afición del padre de entretener a sus hijos leyéndoles historias de fantasmas de Edgar Allan Poe, llenaron la cabeza y el corazón de aquel niño sensible de angustias y tormentos. Pero contra todo pronóstico paterno, la pintura sería la válvula de escape del joven, que empezó a estudiar ingeniería en el Kristiana Technical College, en 1879, y que lo dejó todo para inscribirse en la Real Escuela de arte y Diseño de Oslo.


   En 1882, Munch se instaló en la capital noruega, en un pequeño estudio compartido con otros 6 aspirantes a artistas, todos alumnos del pintor naturalista Christian Krohg. Al año siguiente, se estrenó con su primera exposición, y junto a su maestro, empezó a frecuentar el Café Central de Oslo, que a principios del siglo XX se convertiría en el lugar de encuentro de los llamados Bohemios de Kristiana (nombre de Oslo entre 1897 y 1924), liderados por el escritor anarquista Hans Jaeger, empeñado en destruir la falsa y estrecha moralidad burguesa.


   Con sus primeras obras, Munch flirteó con el naturalismo, el simbolismo y el impresionismo, pero después de varias piezas destruidas por su propio padre al ver en ellas imágenes inapropiadas, Munch profundizó en lo emocional bajo la cada vez más fuerte influencia de Jaeger, que le aconsejó recurrir a sus propias experiencias como fuente de inspiración. El pintor siguió el sabio consejo de su maestro, y tras un duro examen de sí mismo y a pesar del dolor, que le aportó una nueva visión y técnica, escribió su vida en sus cuadros. Empezó pintando “La niña enferma” (1886), como reflejo de su infancia, que el propio pintor consideró como punto de inflexión y origen de sus trabajos posteriores.


   Sin embargo, el público y la crítica necesitarían más tiempo para entender aquella imagen esbozada y sin terminar, aquella expresividad brutal, fruto de la propia visión de la vida de Munch, cargada de ataques de ansiedad y pérdidas y de sus frecuentes alucinaciones y crisis mentales, que según algunos expertos, no eran más que provocaciones de un artista que paría su obra en momentos devastadores para alimentar su supuesto desequilibrio emocional.


   En 1889, llegó su primera exposición individual en la Sociedad de Estudiantes de Kristiana, y con ella, el reconocimiento y una beca estatal para viajar a París, donde se empapó de los nuevos movimientos pictóricos. Y en 1889, repitió la experiencia, pero esta vez con una beca de dos años. Instalado de nuevo en la capital francesa, Munch fue brevemente alumno del pintor realista galo León Bonnat, con el que no congenió al quedar tocado por los postimpresionistas, y en especial, por Gauguin… cuando murió su padre. Con esa funesta noticia, Munch inició un nuevo ciclo pictórico, conocido como el “Friso de la vida”, que posteriormente marcaría un antes y un después en la historia de la pintura.


   Entre 1892 y 1908, Munch vivió entre Berlín, Oslo y París donde buscaba el cobijo de la bohemia, de pintores y escritores que nutrían sus ideas, mientras sus cuadros seguían despertando reacciones muy diversas. Si su primera exposición individual en Oslo -con la más que significativa cifra de 110 cuadros-, fue todo un éxito, su muestra de Berlín en 1892 fue clausurada solo una semana después de su inauguración por unos cuadros que la prensa y el público consideraron “indignos”. Sin saberlo, sus críticas destructivas harían crecer la fama del pintor proporcionalmente al revuelo, elevándole a la categoría de artista maldito cuando llegó “El Grito”.


   Tras varias versiones que no llegaban a convencerle, Munch accedió a exponer su nuevo cuadro, entonces llamado “La Desesperación”, en 1893 en una colección que tituló “El Amor”. Fruto -una vez más- de una experiencia personal de Munch, el ahora famoso cuadro representa los sentimientos que experimentó el artista cuando, paseando con 2 amigos en el ocaso del día, con el fiordo de Oslo como fondo desde la colina Ekeberg, tuvo una revelación demoledora, que explicó en su diario el 22 de enero de 1892: “El cielo se volvió rojo como la sangre, y sentí una enorme tristeza. Un angustioso dolor oprimía mi pecho… Sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el fiordo negro azulado… y yo me quedé temblando aterrorizado, y sentí el grito infinito de la naturaleza”. La aterradora imagen disgustó de nuevo a un público que la consideró como la obra de un demente.


   Si bien es verdad que las crisis nerviosas y los problemas con el alcohol de Munch eran cada vez más frecuentes (incluso en 1905 sufrió una neurastenia, un trastorno mental en el que tras un esfuerzo físico o mental, el pintor caía en un cansancio imposible), el artista siempre terminó las exposiciones a las que se había comprometido así como el encargo del productor cinematográfico y director de teatro, Max Reinhardt, que le había pedido el diseño de los decorados para la obra “Hedda Gabler”, el mayor éxito del dramaturgo Henrik Ibsen, amigo de Munch,… hasta que no pudo más. En 1908, Edvard sufrió un colapso nervioso que le llevó a ser internado durante 8 meses en un sanatorio de Copenhague, donde una terapia a base de dieta y electrificación le salvó la vida, pero sin duda apagó la fuerza de su arte.


   En sus últimos años en activo, Munch no paró de viajar y exponer aflojando el duro yugo que se había autoimpuesto, abandonando un poco sus demonios para dejarse querer y recibir honores. En 1912, participó en la exposición colectiva de Sonderbund (Colonia), junto a Van Gogh, Gauguin, Picasso y Cézanne, de la que él mismo dijo “Todas las cosas más salvajes pintadas en Europa están aquí. Y entre ellos, yo soy casi un pálido clasicista”, y poco después, en 1915, se convirtió en mecenas para apoyar a jóvenes artistas alemanes hasta que, al año siguiente, se mudó al barrio de Ekely, a las afueras de Kristiania, para llevar una vida asceta, sin apenas contacto con la sociedad, en una reclusión acentuada a partir de 1930, por una afección ocular, que junto a sus crisis nerviosas le hicieron cada vez más difícil trabajar.


   El estallido de la Segunda Guerra Mundial dividió su corazón: “Todos mis amigos son alemanes, pero es Francia el país que amo”, y hasta el final de sus días, su pincel siguió levantando polémica. En 1940, los nazis declararon que su obra -al igual que la de Paul Klee, Gauguin o Picasso-, era un insulto, y retiraron de las galerías todos sus cuadros, que acabaron -en su mayoría- en el segundo piso de la casa del artista por miedo a que fueran confiscados. En sus últimos años, hizo varios autorretratos que mostraban a un anciano frente a la muerte, adelantando un final que llegaría el 23 de enero de 1944.


   Con su fallecimiento, sus obras -más de 1.000 cuadros, 15.400 grabados, 4.500 dibujos y acuarelas, 6 esculturas y 15.000 objetos entre piezas de su biblioteca, escritos y notas (la mayor colección del mundo de un artista)-, pasaron a manos de la ciudad de Oslo, que coincidiendo con el 100º aniversario de su nacimiento, en 1963, inauguran el Museo Munch donde exponen el legado de un hombre que asumió su circunstancia afirmando: “No me desprendería de mi enfermedad porque mi arte le debe mucho”.


PD (nº1) missing: Entre 1893 y 1901, Munch realizó 4 versiones de “El Grito”: 3 están en Oslo, y la cuarta, en alguna propiedad de Leon Black, el millonario empresario americano apasionado del arte, que en 2012 compró la obra en subasta por casi 120 millones de dólares, al noruego Petter Olsen, hijo de un vecino, amigo y mecenas de Munch. El cuadro que la revista Time utilizó en 1961 para su portada dedicada a la ansiedad, y que el artista pop Andy Warhol plasmó entre 1983 y 1984 en estampaciones sobre seda con el objetivo de desvirtuarla y convertirla en un objeto para las masas; fue robado a punta de pistola en 2004. Una vez recuperado (2 años después), se establecieron tales medidas de seguridad que hoy la obra solo puede verse tras unos paneles de vidrio, y no puede viajar al extranjero. En la muestra del Museo Thyssen, solo se podrá admirar una litografía de “El Grito”.


PD (nº2) literaria: Coincidiendo con la exposición del Museo Thyssen, la editorial Nórdica Libros (también en Facebook y Twitter) publica por primera vez en castellano una antología de textos, escritos de Edvard Munch, titulada El friso de la vida e ilustrada por la propia obra del pintor.


PD (nº3) amorosa: Entre las muchas amantes y mujeres de Munch, hubo una, Tulla Larsen, que se obsesionó con el pintor, y cuentan que, durante una acalorada discusión, forcejearon con una pistola que finalmente se disparó llevándose 2 dedos de la mano izquierda del artista.


                                              (De Lidia Martín, el 08 de octubre de 2015)


Referencias útiles:
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¿CUÁNDO? De Domingo a Viernes, de 10h a 19h; y los Sábados, de 10h a 21h, hasta el Domingo 17 de enero de 2016.


¿QUÉ?Edvard Munch. Arquetipos”, que cuenta con 80 obras -la mitad procedentes del Munch Museet-, es la muestra más amplia dedicada al artista en Madrid desde 1984.


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