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DETRÁS DE LA FACHADA:
EL CANAL DE iSABEL II (S.A.)

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   En Madrid no hay playa, y aunque está el Manzanares, su escaso caudal y sus desniveles hicieron que sus aguas, o mejor dicho, su casi ausencia, se convirtiera en uno de los principales problemas de la Villa cuando Felipe II le echara el ojo para establecer su Corte en 1561. El crecimiento imparable de la población y su consiguiente demanda de agua potable obligaron a las autoridades a buscar nuevas fuentes de abastecimiento hídrico hasta que se pusiera en marcha, en 1858, la red del Canal de Isabel II, una obra de ingeniería de la que pueden presumir los madrileños, y un negocio que hoy mueve millones de euros. A pesar de que el acceso al agua sea un derecho y una necesidad básica del ser humano, la empresa pública, en manos de la Comunidad de Madrid desde 1984 (después de pertenecer a diferentes ministerios), que hidrata a 6 millones y medio de madrileños, ha abierto sus compuertas a la privatización. Esta es la historia de cómo las aguas llegaron a su ¿cauce?


   Cuando los primitivos pozos se agotaron, los primeros habitantes de Mayrit pasaron a visitar los manantiales y arroyos más próximos, e incluso, a esperar en vano la llegada de agua de lluvia, hasta que el invasor musulmán importara de la antigua Persia un sistema de túneles (que se remontan al año 1000 a.C.), llamados Qanat, Con el tiempo, la red de pasadizos, excavados a los pies de colinas, a partir del siglo IX, con ligero declive para aprovechar un recorrido en descenso y llegar así lo más lejos posible, evolucionaron y se modernizaron convirtiéndose en los denominados Viajes de agua o ríos artificiales, que llevaron el tan ansiado fluido a Madrid hasta el siglo XIX.


   De hecho, aún hoy, algunas de las calles más frecuentadas en el centro de la capital ocultan bajo su manto de asfalto esos caminos subterráneos, que daban sus frutos en fuentes públicas, repartidas por casi toda la ciudad, como en la céntrica Plaza de Puerta Cerrada, en el barrio de La Latina, donde nacía lo que se conocía como arroyo madre, descrito ya en 1202 en el Fuero de Madrid, un estatuto con el que Alfonso VIII de Castilla puso orden en la Villa al crear las primeras normas de vida. Y es que aquel pasadizo tenía solera, pues hay constancia de que también los visigodos del siglo VI habían aprovechado la altura del lugar para hacer caer el agua por la Cava Baja hasta la Plaza de los Carros y por la calle Segovia hacia el río Manzanares. Hasta el siglo XI, Madrid presumió de agua, e incluso, había leyendas que contaban que la ciudad estaba construida sobre ella, y que su santo patrón, Isidro Labrador, le hacía honor como experto pocero y localizador de acuíferos.


   Sin embargo, la realidad era otra. La Villa iba creciendo cada vez más y, con la decisión de Felipe II, a mediados del siglo XVI, de establecer la Corte en su caso antiguo, el aumento de población fue brutal y las necesidades prácticamente insalvables. Además, no todas las aguas eran las mismas, y ya entonces las había finas -para el consumo humano-; y gordas -para el regadío o limpieza y que solían salir del final del trayecto, cargadas de cal y todo tipo de suciedad-. Mientras la plebe tenía que buscar su propia agua -con la típica imagen de mujeres haciendo cola en las fuentes-, los reyes, la nobleza y las órdenes religiosas contaban con pozos propios, sirvientes para recogerla y un constante caudal en sus terrenos. En el siglo XVIII, la desigualdad llegó incluso a los caños, con 471 pozos privados contra solo 43 fuentes públicas. Huelga decir que los aguadores hicieron su dinerito vendiendo el preciado líquido al grito de “agua fresca”, a la que el gusto refinado fue añadiendo anís, limón y un poco de azúcar.


   Poco a poco, Madrid no solo fue mejorando su bebida, sino también pulió sus costumbres de higiene, hasta entonces tan escasas como el vital caldo. Pero cuando llegó la moda del buen olor en el siglo XIX, fue imposible satisfacer la demanda, hasta tal punto que la carencia del más que nunca ansiado elemento provocó una epidemia de cólera, que dejó a la Villa tiritando. Estaba claro que el medio centenar de Viajes de agua, que surcaban 124 km de longitud, las 77 fuentes públicas y los más de 2.000 metros cúbicos de agua al día, no eran suficientes para los 200.000 habitantes que poblaban entonces Madrid. La única solución era traer el líquido de otros ríos cercanos, con candidatos como el Guadalix, el Jarama o el Lozoya. Pero del dicho al hecho, hay un trecho y habría que esperar a que surgiera un proyecto solvente y creíble que lo hiciera realidad.


   Por fin, en 1848, los ingenieros Juan Rufo y Juan de Ribera hicieron bien los deberes con un plan de 20 millones de pesetas, que cubría el doble de la estimación de crecimiento de la población. Y, el 18 de junio de 1851, el por entonces presidente del Consejo de Ministros -el equivalente al Presidente del Gobierno actual-, Juan Bravo Murillo, consciente de que tenía que hacer algo, comunicó con tal entusiasmo el boceto a la Reina Isabel II que sólo 3 días después la mujer estaba dictando un Real Decreto por el cual el Gobierno se comprometía a realizar las obras para llevar la preciada agua a la Villa. El primer paso consistió en crear una empresa hidráulica haciendo honor a su soberana promotora, y nació el Canal de Isabel II, con su Consejo de Administración y su primer Director, el ingeniero José García Otero, que pasó a la historia sin pena ni gloria al ser rápidamente sustituido por el ingeniero de Caminos y Arquitecto, Lucio del Valle, autor del ensanche de la Puerta del Sol y cerebrito del “canal”, una construcción de unas dimensiones tan descomunales como desconocidas hasta entonces en la capital.


   El 11 de agosto de 1851, el Rey Consorte, Francisco de Asís de Borbón, colocó la primera piedra de la futura edificación bajo tierra, situada al noroeste de Madrid, en la sierra de Ayllón; y, después de 7 años de intensas obras, con la boca echa agua, los madrileños vieron, como contaron los medios el 24 de junio de 1858, “cómo un río llegó a Madrid”, más exactamente a una majestuosa fuente, que ocupaba la calle San Bernardo y que ya auguraba el estilo de las inauguraciones futuras, con más faustos que hechos, y más emoción que eficacia, ya que las filtraciones eran una realidad.


   El primer gran depósito, con capacidad para 58.000 metros cúbicos de agua, estaba soterrado bajo el entonces llamado Campo de Guardias, delimitado por las calles de Bravo Murillo, Cea Bermúdez, Boix y Morer y Avenida Filipinas. Una instalación subterránea, que pasaba inadvertida para los madrileños hasta que encontraban a su paso, en Bravo Murillo, una fuente neoclásica, adornada por esculturas de Sabino de Medina, Andrés Rodríguez y José Pagniucci, con las figuras alegóricas del Río Lozoya, la Agricultura y la Industria. De ese primer depósito, el agua salía hasta la Puerta del Sol y en otra ruta por Fuencarral, hasta Atocha, conectando así toda la red de tuberías de Madrid.


   A partir de ese momento, las obras no pararon. Al año siguiente, el agua potable llegó a los hogares madrileños. El primerito de todos en abrir el grifo fue el Marqués de Bedaña y poco a poco aquel gesto dejó de ser de uso privilegiado para alcanzar cada vez más casas, también humildes. En 1868, con el agua sobrante -lo cual ya era un milagro- se construyeron varias acequias para regadíos, aunque el gozo se quedó en el pozo, porque la migración del campo a la ciudad y la transformación del paisaje rural hicieron que perdiera todo su sentido siendo cerradas en 1967. En 1912, se inauguró el Depósito elevado de Chamberí (en la ilustración), que en 1986 se transformó en la sala de exposiciones que hoy todos conocemos. En 1945, se levantó el de Plaza de Castilla y poco a poco Madrid fue nutriéndose, con más refuerzos hidráulicos y nuevas incorporaciones como las aguas del Jarama o estrenados embalses como el de El Atazar, hoy en día, el más importante. Para entonces, la Villa estaba tan agujereada que parecía un queso gruyer, y entre sus pasadizos de guerra, excavaciones acuíferas y túneles de metro, los gatos daban cada día las gracias por no habitar en zona frecuente de seísmos.


   En 1984, la compañía del Canal de Isabel II alcanzó tal relevancia, que pasó a convertirse en empresa pública dependiente de la Comunidad de Madrid, cuyo dominio del líquido le llevó a gestionar también la depuración de las aguas residuales, el alcantarillado y la mejora y conservación del caudal de los ríos. En 2009, su infraestructura de 14 embalses y cerca de 14.000 kilómetros de distribución era ya un patrimonio histórico de tal importancia que busca ser declarado Bien de Interés Cultural.


   Hoy, las aguas isabelinas andan revueltas por un nuevo intento de privatización de sus beneficiosas infraestructuras. La noticia bomba cayó hace unas cuantas navidades, el 29 de diciembre de 2008 para ser exactos, cuando el Ejecutivo del Canal, vía Esperanza Aguirre, anunció su intención de crear una sociedad anónima en la que los inversores privados fuesen propietarios del 49% de las acciones. Y el resultado apabullante del referéndum no vinculante, organizado en marzo 2012 por la Plataforma contra la privatización del CYII (de las 167.000 votantes, el 99% estaba en contra de tales medidas), no conseguiría cambiar el curso de las cosas. El 01 de julio de 2012, quedó establecida la sociedad anónima Canal de Isabel II Gestión S.A., con la Comunidad como reguladora, y una participación del 82 % gestionada por el ente público Canal de Isabel II y el 18% restante por los 111 municipios presentes en el accionado. Y las compuertas del Canal quedaron abiertas a la privatización.


   Ahora, la intención de la administración autonómica es pasar el poder al sector privado antes de 2016. La institución acabó 2013 con una deuda de 1.480 millones de euros aunque según su plan du déficit debería estar ya por debajo de los 950 millones y rondar los 350 en apenas un año. El próximo Miércoles 03 de diciembre de 2014, la empresa emitirá bonos en el mercado de deuda por valor de 600 millones de euros. Una decisión contra la que sigue luchando la Plataforma. Bajo el lema “Nos roban el Canal antes de que les echemos”, su idea cristalina de una gestión pública y transparente ha convocado una manifestación, hoy, Domingo 30 de noviembre, a las 12h, en la Puerta del Sol, y una concentración el 03 de diciembre, a las 12h30, en la puerta de Canal Gestión coincidiendo con el momento en el que el la Junta de Accionistas dará el pistoletazo de salida a la emisión de bonos.


PD: Para seguir los necesarios pasos comprometidos de la PLATAFORMA CONTRA LA PRiVATiZACiÓN DEL CYII, conéctate a su web, su Facebook y su Twitter.


                               (De Lidia Martín, el 30 de noviembre de 2014)


Referencias útiles
CANAL DE iSABEL II GESTiÓN

Calle de Santa Engracia, 125
28003 Madrid
915 451 234
M Ríos Rosas / Alonso Cano / Canal


[Volver a Mi Petit CompromisoCallejero o Blogosfera]

   En Madrid no hay playa, y aunque está el Manzanares, su escaso caudal y sus desniveles hicieron que sus aguas, o mejor dicho, su casi ausencia, se convirtiera en uno de los principales problemas de la Villa cuando Felipe II le echara el ojo para establecer su Corte en 1561. El crecimiento imparable de la población y su consiguiente demanda de agua potable obligaron a las autoridades a buscar nuevas fuentes de abastecimiento hídrico hasta que se pusiera en marcha, en 1858, la red del Canal de Isabel II, una obra de ingeniería de la que pueden presumir los madrileños, y un negocio que hoy mueve millones de euros. A pesar de que el acceso al agua sea un derecho y una necesidad básica del ser humano, la empresa pública, en manos de la Comunidad de Madrid desde 1984 (después de pertenecer a diferentes ministerios), que hidrata a 6 millones y medio de madrileños, ha abierto sus compuertas a la privatización. Esta es la historia de cómo las aguas llegaron a su ¿cauce?


   Cuando los primitivos pozos se agotaron, los primeros habitantes de Mayrit pasaron a visitar los manantiales y arroyos más próximos, e incluso, a esperar en vano la llegada de agua de lluvia, hasta que el invasor musulmán importara de la antigua Persia un sistema de túneles (que se remontan al año 1000 a.C.), llamados Qanat, Con el tiempo, la red de pasadizos, excavados a los pies de colinas, a partir del siglo IX, con ligero declive para aprovechar un recorrido en descenso y llegar así lo más lejos posible, evolucionaron y se modernizaron convirtiéndose en los denominados Viajes de agua o ríos artificiales, que llevaron el tan ansiado fluido a Madrid hasta el siglo XIX.


   De hecho, aún hoy, algunas de las calles más frecuentadas en el centro de la capital ocultan bajo su manto de asfalto esos caminos subterráneos, que daban sus frutos en fuentes públicas, repartidas por casi toda la ciudad, como en la céntrica Plaza de Puerta Cerrada, en el barrio de La Latina, donde nacía lo que se conocía como arroyo madre, descrito ya en 1202 en el Fuero de Madrid, un estatuto con el que Alfonso VIII de Castilla puso orden en la Villa al crear las primeras normas de vida. Y es que aquel pasadizo tenía solera, pues hay constancia de que también los visigodos del siglo VI habían aprovechado la altura del lugar para hacer caer el agua por la Cava Baja hasta la Plaza de los Carros y por la calle Segovia hacia el río Manzanares. Hasta el siglo XI, Madrid presumió de agua, e incluso, había leyendas que contaban que la ciudad estaba construida sobre ella, y que su santo patrón, Isidro Labrador, le hacía honor como experto pocero y localizador de acuíferos.


   Sin embargo, la realidad era otra. La Villa iba creciendo cada vez más y, con la decisión de Felipe II, a mediados del siglo XVI, de establecer la Corte en su caso antiguo, el aumento de población fue brutal y las necesidades prácticamente insalvables. Además, no todas las aguas eran las mismas, y ya entonces las había finas -para el consumo humano-; y gordas -para el regadío o limpieza y que solían salir del final del trayecto, cargadas de cal y todo tipo de suciedad-. Mientras la plebe tenía que buscar su propia agua -con la típica imagen de mujeres haciendo cola en las fuentes-, los reyes, la nobleza y las órdenes religiosas contaban con pozos propios, sirvientes para recogerla y un constante caudal en sus terrenos. En el siglo XVIII, la desigualdad llegó incluso a los caños, con 471 pozos privados contra solo 43 fuentes públicas. Huelga decir que los aguadores hicieron su dinerito vendiendo el preciado líquido al grito de “agua fresca”, a la que el gusto refinado fue añadiendo anís, limón y un poco de azúcar.


   Poco a poco, Madrid no solo fue mejorando su bebida, sino también pulió sus costumbres de higiene, hasta entonces tan escasas como el vital caldo. Pero cuando llegó la moda del buen olor en el siglo XIX, fue imposible satisfacer la demanda, hasta tal punto que la carencia del más que nunca ansiado elemento provocó una epidemia de cólera, que dejó a la Villa tiritando. Estaba claro que el medio centenar de Viajes de agua, que surcaban 124 km de longitud, las 77 fuentes públicas y los más de 2.000 metros cúbicos de agua al día, no eran suficientes para los 200.000 habitantes que poblaban entonces Madrid. La única solución era traer el líquido de otros ríos cercanos, con candidatos como el Guadalix, el Jarama o el Lozoya. Pero del dicho al hecho, hay un trecho y habría que esperar a que surgiera un proyecto solvente y creíble que lo hiciera realidad.


   Por fin, en 1848, los ingenieros Juan Rufo y Juan de Ribera hicieron bien los deberes con un plan de 20 millones de pesetas, que cubría el doble de la estimación de crecimiento de la población. Y, el 18 de junio de 1851, el por entonces presidente del Consejo de Ministros -el equivalente al Presidente del Gobierno actual-, Juan Bravo Murillo, consciente de que tenía que hacer algo, comunicó con tal entusiasmo el boceto a la Reina Isabel II que sólo 3 días después la mujer estaba dictando un Real Decreto por el cual el Gobierno se comprometía a realizar las obras para llevar la preciada agua a la Villa. El primer paso consistió en crear una empresa hidráulica haciendo honor a su soberana promotora, y nació el Canal de Isabel II, con su Consejo de Administración y su primer Director, el ingeniero José García Otero, que pasó a la historia sin pena ni gloria al ser rápidamente sustituido por el ingeniero de Caminos y Arquitecto, Lucio del Valle, autor del ensanche de la Puerta del Sol y cerebrito del “canal”, una construcción de unas dimensiones tan descomunales como desconocidas hasta entonces en la capital.


   El 11 de agosto de 1851, el Rey Consorte, Francisco de Asís de Borbón, colocó la primera piedra de la futura edificación bajo tierra, situada al noroeste de Madrid, en la sierra de Ayllón; y, después de 7 años de intensas obras, con la boca echa agua, los madrileños vieron, como contaron los medios el 24 de junio de 1858, “cómo un río llegó a Madrid”, más exactamente a una majestuosa fuente, que ocupaba la calle San Bernardo y que ya auguraba el estilo de las inauguraciones futuras, con más faustos que hechos, y más emoción que eficacia, ya que las filtraciones eran una realidad.


   El primer gran depósito, con capacidad para 58.000 metros cúbicos de agua, estaba soterrado bajo el entonces llamado Campo de Guardias, delimitado por las calles de Bravo Murillo, Cea Bermúdez, Boix y Morer y Avenida Filipinas. Una instalación subterránea, que pasaba inadvertida para los madrileños hasta que encontraban a su paso, en Bravo Murillo, una fuente neoclásica, adornada por esculturas de Sabino de Medina, Andrés Rodríguez y José Pagniucci, con las figuras alegóricas del Río Lozoya, la Agricultura y la Industria. De ese primer depósito, el agua salía hasta la Puerta del Sol y en otra ruta por Fuencarral, hasta Atocha, conectando así toda la red de tuberías de Madrid.


   A partir de ese momento, las obras no pararon. Al año siguiente, el agua potable llegó a los hogares madrileños. El primerito de todos en abrir el grifo fue el Marqués de Bedaña y poco a poco aquel gesto dejó de ser de uso privilegiado para alcanzar cada vez más casas, también humildes. En 1868, con el agua sobrante -lo cual ya era un milagro- se construyeron varias acequias para regadíos, aunque el gozo se quedó en el pozo, porque la migración del campo a la ciudad y la transformación del paisaje rural hicieron que perdiera todo su sentido siendo cerradas en 1967. En 1912, se inauguró el Depósito elevado de Chamberí (en la ilustración), que en 1986 se transformó en la sala de exposiciones que hoy todos conocemos. En 1945, se levantó el de Plaza de Castilla y poco a poco Madrid fue nutriéndose, con más refuerzos hidráulicos y nuevas incorporaciones como las aguas del Jarama o estrenados embalses como el de El Atazar, hoy en día, el más importante. Para entonces, la Villa estaba tan agujereada que parecía un queso gruyer, y entre sus pasadizos de guerra, excavaciones acuíferas y túneles de metro, los gatos daban cada día las gracias por no habitar en zona frecuente de seísmos.


   En 1984, la compañía del Canal de Isabel II alcanzó tal relevancia, que pasó a convertirse en empresa pública dependiente de la Comunidad de Madrid, cuyo dominio del líquido le llevó a gestionar también la depuración de las aguas residuales, el alcantarillado y la mejora y conservación del caudal de los ríos. En 2009, su infraestructura de 14 embalses y cerca de 14.000 kilómetros de distribución era ya un patrimonio histórico de tal importancia que busca ser declarado Bien de Interés Cultural.


   Hoy, las aguas isabelinas andan revueltas por un nuevo intento de privatización de sus beneficiosas infraestructuras. La noticia bomba cayó hace unas cuantas navidades, el 29 de diciembre de 2008 para ser exactos, cuando el Ejecutivo del Canal, vía Esperanza Aguirre, anunció su intención de crear una sociedad anónima en la que los inversores privados fuesen propietarios del 49% de las acciones. Y el resultado apabullante del referéndum no vinculante, organizado en marzo 2012 por la Plataforma contra la privatización del CYII (de las 167.000 votantes, el 99% estaba en contra de tales medidas), no conseguiría cambiar el curso de las cosas. El 01 de julio de 2012, quedó establecida la sociedad anónima Canal de Isabel II Gestión S.A., con la Comunidad como reguladora, y una participación del 82 % gestionada por el ente público Canal de Isabel II y el 18% restante por los 111 municipios presentes en el accionado. Y las compuertas del Canal quedaron abiertas a la privatización.


   Ahora, la intención de la administración autonómica es pasar el poder al sector privado antes de 2016. La institución acabó 2013 con una deuda de 1.480 millones de euros aunque según su plan du déficit debería estar ya por debajo de los 950 millones y rondar los 350 en apenas un año. El próximo Miércoles 03 de diciembre de 2014, la empresa emitirá bonos en el mercado de deuda por valor de 600 millones de euros. Una decisión contra la que sigue luchando la Plataforma. Bajo el lema “Nos roban el Canal antes de que les echemos”, su idea cristalina de una gestión pública y transparente ha convocado una manifestación, hoy, Domingo 30 de noviembre, a las 12h, en la Puerta del Sol, y una concentración el 03 de diciembre, a las 12h30, en la puerta de Canal Gestión coincidiendo con el momento en el que el la Junta de Accionistas dará el pistoletazo de salida a la emisión de bonos.


PD: Para seguir los necesarios pasos comprometidos de la PLATAFORMA CONTRA LA PRiVATiZACiÓN DEL CYII, conéctate a su web, su Facebook y su Twitter.


                               (De Lidia Martín, el 30 de noviembre de 2014)


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