Todos soñamos con tomarlas. Si para unos, riman con farniente, y para otros, con cosas pendientes, se agradecen igualmente. Conquista obrera por excelencia del siglo XX, las vacaciones pagadas se impusieron en el hoy denominado primer mundo gracias -resumiendo mucho- a la lucha de clases. Crónica sentimental de un derecho fundamental... exclusivamente vinculado al del trabajo.

   En la Antigua Grecia, solo los ciudadanos pudientes podían permitirse viajar a lugares como Delfos u Olimpia para asistir a los Juegos, que allí se celebraban. Luego, con el peregrinaje de los romanos a santuarios de Grecia, Egipto o Asia Menor, aparecieron las primeras posadas y casas de campo, donde pasar la noche. En la Edad Media, tanto el comercio como el fervor religioso hicieron que aumentara el número de desplazamientos de manera considerable, y durante el Renacimiento, Italia se convirtió en el país más popular del Viejo Continente para artistas y filósofos.

   En el siglo XVIII, los viajes se pusieron de moda gracias a los jóvenes aristócratas europeos, que llevaban a cabo el denominado “Gran Tour”, un viaje que realizaban al final de sus estudios, con el objetivo de aumentar su educación y ver mundo, y cuyo nombre se encuentra al origen de la palabra “turista”, que designaba concretamente entonces a los ingleses que viajan a países extranjeros por curiosidad. Debemos también a un británico, Thomas Cook, la primera agencia de viajes (que abrió sus puertas en Londres); y a un escritor francés, Stendhal, la popularización del término, gracias a su novela Memorias de un turista.

   Con la revolución industrial y los avances tecnológicos, aparecieron nuevos medios de transporte. El tren permitió a los viajeros llegar más rápido y más lejos a su destino en condiciones más confortables; y el viajar dejó de ser únicamente una actividad útil para convertirse en ocio a partir del siglo XX. Después del apogeo del turismo ferroviario, el nacimiento del automóvil, sinónimo de libertad para moverse uno donde quiera y cuando quiera, transformaría a su vez el arte de viajar.

   Pero la verdadera revolución o, mejor dicho, democratización, llegó en los locos años 30. Mientras España entraba en la Guerra (in)civil, al otro lado del pirineo, el gobierno republicano francés del Front Populaire, presidido por Leon Blum, llegaba a un acuerdo histórico con la UGT; y el 07 de junio de 1936, un nuevo contrato social regía la sociedad gala con el establecimiento de los “congés payés”, es decir, las primeras vacaciones pagadas de la Historia, que marcarían un antes y un después en la conquista de los derechos sociales de la clase trabajadora. Aquel verano, gracias a los “Acuerdos Matignon” -que también establecieron la jornada laboral de 8 horas y 40 horas semanales-, miles de franceses disfrutaron de dos semanas de descanso. Muchos fueron a visitar a familiares, y otros tantos a ver el mar por vez primera, pero en ambos casos, con la tranquilidad económica de cobrar su salario completo a finales de mes.

   Tras la Segunda Guerra Mundial, el fenómeno se extendió con la consagración, el 10 de diciembre de 1948, del derecho a las vacaciones pagadas, en el artículo 24 de la Declaración Universal de Derechos Humanos: “Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas”. En España, hubo que esperar hasta 1976, para que el periodo de 7 días, establecido por el régimen franquista en 1944, pasara a 21 días.  

   Hoy en día, se calcula que el número de turistas en el mundo supera los 850 millones anuales. Sabiendo que somos más de 7.311.300.000 habitantes en todo el planeta, queda mucho por hacer en cuanto a derechos laborables se refiere, ¿no crees?

   Trajadores, ¡muy merecidas vacaciones pagadas!

PD: Ilustración by Vireta (también en Facebook y Twitter).

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