Hace 3 años, cansado de chaquetas, corbatas y balances, César Barbosa (retratado aquí a la izquierda), abogado y alto directivo de banca, acudió para desahogarse a su compañero y amigo, José Luis Serrano (retratado aquí a la derecha), economista, también directivo y ex boxeador profesional. Después de 2 décadas trabajando en finanzas, viajando por el mundo y resolviendo la vida de otros, había llegado su momento, y un ERE les dio el empujón necesario para abandonar la supuesta estabilidad de sus trabajos y abrir su propio negocio, basado en lo que mejor sabían hacer: luchar por un sueño.

   César ya le había dado al judo, al full contact, al rugby, y claro está, al boxeo, y José Luis, que hoy sigue siendo Entrenador Nacional por la Federación Española de Boxeo y Árbitro Internacional, fue en su época 2 veces Campeón de España de Boxeo, y 5 de la Comunidad de Madrid. Con este currículum paralelo y a punto de cumplir los 50, el 15 de octubre de 2014, abrieron Fightland, un gimnasio atípico, especializado en el entrenamiento de boxeo sin contacto, que reivindica la parte más intelectual de una disciplina muchas veces malinterpretada o calificada de violenta. Ahora, César y José Luis defienden en su terreno un deporte con historia, que han convertido en la mejor manera de luchar en el pleno sentido de la palabra, ya sea contra el estrés, la obesidad, el miedo o, incluso, uno mismo.

   El boxeo siempre ha sido relacionado con barrios marginales y chicos conflictivos. Con el tiempo, logró ser reconocido como deporte, y según César y José Luis, es uno de los más nobles, porque es el único en el que después de pelear, los contrincantes se dan la mano. Ahora, los chicos de Fightland nos presentan el White Collar Boxing, es decir, boxeo de cuello blanco, que aquí vendría a ser de guante blanco. Una tendencia que nació en Nueva York a finales de los 80, cuando altos ejecutivos de Wall Street eligieron el mítico gimnasio Gleason’s de Brooklyn para descargar tensiones dándole al saco.

   El primer combate enfrentó en 1988 al abogado Richard Novak con el doctor en literatura inglesa, David Lawrence, abriendo camino a todos los financieros que soñaban con cambiar, al menos por un rato, el despacho por el cuadrilátero. Su particular método de desconexión se extendió por otras ciudades, atravesó el charco, llegó Hong Kong y Singapur, y hoy en día, se celebran veladas de boxeo, sin ganadores ni vencidos, que acaban con los contrincantes sentados a la misma mesa de cenas benéficas de alto nivel, como la que se vivió en 2013, en el Boodles Boxing Ball de Londres, que recaudó 200.000 libras, y a la que acudieron, entre otros, el Príncipe Harry y Pippa Middleton.

   Bajo este nuevo concepto, y ubicados en el noble barrio de Chamberí, en un antiguo taller de Harley Davidson, César y José Luis buscaron clientes que entendieran su filosofía, a pesar de la opinión de todos sus amigos y conocidos, que les auguraron la ruina. Creían que estaban locos al abrir un gimnasio sin máquinas y en el que encima se enseñaba boxeo sin el objetivo de pelear, pero César y José Luis decidieron seguir su instinto. Para dejar las ideas claras, dan la bienvenida a sus pupilos con un cartel que recoge una frase del historiador y militar ateniense Tucídides, que ya en el año 400 a. C decía: “La sociedad, que separa a sus intelectuales de sus guerreros, hará que cobardes tomen las decisiones, y tontos luchen las guerras”.

   En Fightland, cerebro y cuerpo van unidos, y el rendimiento y mejora física se consiguen aprovechando un instinto primario, una respuesta innata ante la amenaza o peligro donde no quedaba otra que huir o luchar. Hoy, correr y boxear son los dos únicos deportes milenarios que han sobrevivido al paso del tiempo y a las modas. Hay evidencias de que ya en el año 4.000 a.C. se practicaba el boxeo, y ahora -como entonces-, hay que usar el intelecto para controlar la fuerza bruta, canalizándola mediante un entrenamiento, que ya ayudó a otros grandes a los que sorprende ver enfundados en sus guantes, como el actor Charles Chaplin, los directores Alfred Hitchcock, John Ford o Luchino Visconti, escritores como Oscar Wilde, Ernest Hemingway, Julio Cortázar, Scott Firzgerald o Norman Mailer, o el mismísimo Nelson Mandela, e incluso, Juan Pablo II. Sí, todos ellos le dieron al boxeo. Intelectuales y defensores de la paz, que vieron en esta lucha un método de superación, una forma de trabajar el cuerpo, generar endorfinas, saborear la adrenalina y sentirse bien.

   En Fightland, se mezclan boxeadores profesionales con médicos, amas de casa, policías, camareros, empresarios, carniceros, y vecinos del barrio, desde los 12 años de la alumna más joven, a los 66 del más longevo. Casi un 40% son chicas, rompiendo así otro de los estereotipos del boxeo; entre ellas las hijas de los 2 socios, y en especial, la mujer de José Luis, que no pudo negarse a probar bajo esta nueva visión, algo que siempre había odiado y que ahora, con un dolor placentero, le descubre al día siguiente de entrenar, que su cuerpo tiene músculos que ni sabía que estaban ahí.

   Pero además, César y José Luis también dan cursos de liderazgo y motivación para empresas a través del boxeo. Fusionan así sus dos pasiones en una versión que sorprende al ejecutivo estresado, y sobre todo, divierte. Porque se trata de pasarlo bien, descargar energía, fortalecer el cuerpo, trabajar la resistencia, la velocidad, la potencia, la autoestima, la seguridad, los reflejos, e incluso y por supuesto, adelgazar con clases que prometen hasta 1000 calorías de consumo por hora, pero si se hace sin diversión, no hay recompensa que valga. Es su mantra cada día que despiertan agotados, con alguna tentadora oferta de banca, que siguen rechazando porque saben que ya no hay marcha atrás.

   Mucho más cansados pero también más felices, piensan en expandir un negocio que ya supera los 600 alumnos. Muchos de ellos entrenan con la mirada puesta en la única imagen de boxeo que hay en toda la planta: un grafiti en el que se ve a Mohamed Ali después de haber derrotado a Sonny Liston en 1965. De un solo golpe, en el primer asalto, el contrincante de Cassius Clay cayó dejando a Mohamed rabioso y con ganas de más. Es el símbolo de la lucha, del esfuerzo concentrado y de la superación en todos los sentidos, porque como dicen César y José Luis, tanto en la vida como en el boxeo, no pierde quien cae al suelo, sino el que no se vuelve a levantar.

                                         (De Lidia Martín, el 08 de septiembre de 2015)

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