“Febrero es la inconstancia, la inconsciencia, el desliz”, según el escritor y soldado del Siglo de Oro (macizo), Miguel de Castro, en un poema escrito para significar al segundo mes del año. “Sabe de algarabía, pero no de canción”, continúan en consonante los versos, porque “Bebe con Rabelais, guiña con Juan Ruiz / y a la razón opone su nariz de cartón”.

   ¿A qué nos recuerdan estas rimas? Pues a la fiesta, a la farsa, a las caretas, al alcohol y la chanza. ¡Al Carnaval!, cumbre de un mes que solo dura 28 días (o 29 en los años bisiestos). No sabemos (¿o sí?) porqué febrero se llama febrero, pero sí por qué en este fresquito mes se desarrolla la fiesta pagana, que más personas celebran y disfrutan en todo el planeta. Son días de baile, disfraces y mucha diversión, que se remontan a más de 5.000 años, y que el Imperio romano supo llevar a su apogeo.

   Se dice que cuando llegaba el final del año, los romanos -como dignos herederos de los griegos- sentían la necesidad de limpiarse de las culpas y pecados cometidos en los meses anteriores -que ya se sabe que los romanos eran muy frescos-, y para ello, celebraban fiestas purificativas y sacrificios expiatorios en los montes Palatino y Quirinal. En el primero, las denominadas Lupercales rendían homenaje a Fauno Luperco, el dios de los pastores, protector de los rebaños y de la fecundidad de la tierra, del ganado y de los seres humanos; y, en el segundo, la gran fiesta Quirinalia a Quirino, un pastor algo guerrero, amiguete de la diversión y la juventud. 

   Los primeros festejos arrancaban el 15 del mes, y eran un desfase total (ríete tú de las macro fiestas posmodernas más salvajes en una fábrica abandonada o un descampado yerto) ya que, en aquella época, las cosas o se hacían a conciencia o no se hacían. Las celebraciones comenzaban cuando el (supuesto) dios Luperco y sus sacerdotes aparecían, ante sus fieles, vestidos con pieles de cabra y, acto seguido, sacrificaban a un macho cabrío, que se servía inmediatamente después en un banquete. Una vez engullida la carne sagrada, los mancebos de mejor ver y de mejor familia se levantaban de la mesa comunal, para que los sacerdotes rozaran sus frentes juveniles con los cuchillos ensangrentados (del sacrifico), y luego, les enjuagaran la sangre sobrante con un vellón de lana empapado en leche mientras los efebos mostraban su satisfacción y felicidad. Después le llegaba el turno a las doncellas. Las sobras de la piel de los carneros se cortaban en tiras, y con ellas, se azotaba (se supone que no muy fuerte) a las jóvenes que lo solicitaban para que les trajese fecundidad.

   Si los sacrificios desaparecieron con la caída del Imperio festero, en cambio las ganas de redimirse al acabar el año se afianzaron… Ahora me diréis ¡pero febrero no es de finales sino de principios de año! En efecto, pero desde hace relativamente poco. Resulta que febrero pasó a ocupar sitio después de enero cuando la Iglesia Católica decidió poner un poquito de por favor en las costumbres de sus (in)fieles cambiando el orden establecido por el calendario juliano. Eso sí, le costó Dios y ayuda (nunca mejor dicho) borrar de nuestro mapa mental que el año ya no acabaría con los sacrificios expiatorios y las purificaciones (“Fébrua” en latín), y  que, por ende, tampoco comenzaría bajo los auspicios del dios guerrero Marte (que sigue dando su nombre a Marzo), pero lo consiguió a finales del siglo XVI.

   En 1582, el mundo católico apostólico romano adoptó, no sin reticencias, el calendario gregoriano, que hoy en día sigue rigiendo nuestras agendas (¿laicas?), con 12 meses cuyos nombres conservan su origen pagano como, por ejemplo, Februarius... ¡Anda! Al final resulta que sí que sabíamos por qué febrero se llama febrero. ¡Qué loco!

                                         (De Noemí Z., el 01 de febrero de 2015)

PD (nº1): Aleluyas y chascarrillos populares aplicados al mes de febrero:
- “Febrerillo es chiquitín, embustero y bailarín”.
- “En él, según los refranes, la sombra buscan los canes”.
- “Y hasta personas formales, se “visten” en carvanales”.
- “Los hombres de todas cáscaras buscan los bailes de máscaras”.
- “La plebe se encalambrina para enterrar la sardina”.
- “Y este mes tan divertido se va por donde ha venido”.

PD (nº2): El poema del joven Miguel de Castro (1590-1617):

Febrero es la inconstancia, la inconsciencia, el desliz
Sabe de algarabía, pero no de canción
Bebe con Rabelais, guiña con Juan Ruiz
y a la razón opone su nariz de cartón
¿Es jovial’ ¿O es escépico, que se finge feliz
para hacernos felices, con piadosa intención?
Por si llorando le hallo, no descorro el tapiz,
que no hay duelo más triste que el duelo de un histrión.
Verle llorar da risa; verle reír da frío.
No inquiramos… Cúal tú, Febrero, hermano mío,
Soy voluble, enigmático, que río, y canto, y lloro.
¿Qué eres loco? ¿Y quién no…? ¡Vamos, a trochemoche,
a ornar las crenchas de la esta carnavalesca noche
Con el nimio “confetti” de los astros de oro!

[Volver a Mi Petit Crónica Sentimental, Callejero o Blogosfera]