Porque la tierra tarda exactamente 365 días, 6 horas y 9,1626 segundos en darle la vuelta al sol, cada 4 años necesitamos un día extra para que nuestro calendario gregoriano no se vuelva loco. Crónica sentimental de un capricho temporal arbitrario pero indispensable.

   Contra todo pronóstico, el año bisiesto debe su nombre a Julio César en un intento de regular el calendario romano, cargado de desfases debido a su imprecisión. Inspirándose en un calendario que había encontrado al visitar a la faraona egipcia Cleopatra en el año 49 a.C., el emperador le encargó al astrónomo, matemático y filosofo Sosígenes de Alejandría un nuevo calendario a la altura de su imperio, y “Bis sextus dies ante calendas martii” (repítase el sexto día ante del primer día del mes de marzo) se convirtió en el lema de su reinado.

   Entre el 48 y el 46 a.C., después de fijar la revolución solar en una duración de 365 días y 6 horas, el científico alejandrino le entregó al monarca romano el nuevo calendario, que obligó a que el año 46 a.C. se convirtiera en el año más largo de la Historia, con 445 días de duración para compensar los desajustes, y que llegó a ser bautizado “año juliano” por unos y “año de la confusión por otros. Pero por un error de cálculo de menos de un segundo al día de parte de Sosígenes, el Tiempo volvió a poner el dedo en la llaga...

   El 24 de febrero de 1582, para recuperar el tiempo perdido entre las fechas del equinoccio de primavera “legal” y el equinoccio de primavera real (que utilizan los cristianos para calcular las fechas de la Semana Santa), el Papa Gregorio XIII, muy bien asesorado por el astrónomo jesuita alemán Christopher Clavius, promulgó la bula Inter Gravissimas, en la que establecía que, tras el jueves 04 de octubre de 1582, seguiría el viernes 15 de octubre de 1582, y resumiendo mucho, se conservó el famoso 366º día cada 4 años, pero con una condición: cuando el año acaba en dos ceros no podía ser bisiesto. Con esa reforma, no solo se “robaron” 10 días al año 1582, de un día para otro, sino que se cambiaron las fechas de muchísimos acontecimientos históricos anteriores.

   A pesar de arreglar los desperfectos temporales que había, los años bisiestos no tardaron en ser objeto de todo tipo de supersticiones... negativas, por supuesto. Cuentan que los romanos evitaban celebrar acontecimientos importantes durante ese día añadido. Y poco a poco el refranero popular se fue nutriendo de su mala fama para alimentar el imaginario colectivo con nuevos adagios como “Año bisiesto, año siniestro”, “Año bisiesto, ni viña ni huerto”, “Año bisiesto, entra el hambre en el cesto” o “Año bisiesto, ni casa ni viña ni huerto ni puerto”.

   Hoy en día, a pesar de que algunos observadores obsesionados con hacer una lista de los acontecimientos trágicos acaecidos durante años bisiestos (como el hundimiento del Titanic en 1912, el inicio de la Guerra Civil española en 1936, el conflicto entre Irán e Irak en 1980 o sonados asesinatos como los de Gandhi en 1948, Robert Kennedy y Luther King en 1968, Lennon en 1980 o Indira Gandhi en 1984), el 29 de febrero ya no rima con mal agüero, y se observa desde una perspectiva científica.

   Por ejemplo, la probabilidad de nacer un 29 de febrero es solo de una entre 1.461, y se estima que hay casi 5 millones de personas nacidas ese día en el mundo, y 32.000 en España según el Club Mundial de los Bisiestos, como el personaje de Superman, el actual líder del PSOE Pedro Sánchez (1972) y el cantante Mark Foster (1984), entre otros pocos. ¡Feliz cumpleaños a todos!

PD (nº1) festiva: El pueblo de Anthony en Texas es conocido como la Capital Mundial del Año Bisiesto (o “Leap Year Capital of the World”) por acoger un festival del 25 al 29 de febrero, que incluye una vista guiada a una cueva azteca, una fiesta en una granja de caballos y bailes en las plazas.

PD (nº2) artística: La ilustración que acompaña el post de hoy corresponde al Doodle animado de Google.

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