En 1968, Alfredo Calles, un apuesto hombre de mundo, atrevido e innovador, compró por 118.000 pesetas una reluciente Harley-Davidson del 63 -hoy valorada en unos 20.000 euros-, con la que desquitarse de una pasión que tuvo que abandonar. Lo hizo a escondidas de su mujer, a la que fue preparando pacientemente después de conquistarla a lomos de una Sanglas, y de vender por ella su joya de la corona, una Indian con la que paseó a otras damas, y a la que renunció, claro está, para demostrar su amor. Hoy, aquella moto luce como nunca rodeada de otros modelos especiales, rarezas, ediciones limitadas y piezas desaparecidas, marcadas por los viajes y vidas de sus dueños, que ahora las manos expertas de Adolfo (en la ilustración), hijo de aquel negociante de la vieja escuela, recupera, mima y modificada en su tienda Bonneville. Escondida entre los cientos de papeles por ordenar de este negocio especializado en creaciones exclusivas y en la modificación de Harleys, la factura de aquella reliquia recuerda cada día a su heredero dónde empezó todo, cuando en 1991, con apenas 21 años, decidió restaurar aquella motocicleta olvidada por su padre.

   Si Adolfo siempre fue más de coches, aquellas 2 ruedas se cruzaron en su camino como la salvación de un adolescente a la deriva. Le costó 1 año poner la moto a punto, y además de convertirse en un experto, se dio cuenta de que no había ningún sitio en la capital donde adquirir las piezas o el conocimiento que necesitaba, y se puso manos a la obra. Por entonces, moverse en una Harley era tan raro, que si el motorista se cruzaba con otra similar, la parada, el saludo y la amistad eran casi obligatorios. Cuatro años después, el por entonces Dj cambió la música de la noche por el rugir de un motor inequívoco, aunque ¡ojo! no patentado, por mucho que exista tal leyenda urbana.

   Desde hace 2 décadas, el sonido Harley acompaña a Adolfo, y aún recuerda cuando el 27 de octubre de 1995 abrió Bonneville en apenas 15 metros cuadrados de la calle Alberto Aguilera. El nombre, que significa “buen sitio” y que también bautizó a una moto Triumph y a un coche Pontiac-, viene de un salar de 260km2, situado al oeste de El Gran Lago Salado de Utah, perfecto para batir los récords del mundo de velocidad. En 2001, el negocio se mudó frente al concesionario de Harley Davidson en Madrid, una ubicación pensada no para competir, sino para ser el complemento perfecto que permitiera a los compradores de la línea oficial soñar sin miedo para mejorar y hacer exclusiva su moto. La magia hoy se logra en un cuarto oscuro, medido e industrial, un espacio único en España tocado por la particular mano de Kike Keller, que empezó comprándole piezas para sus esculturas y muebles, y acabó construyendo el entorno perfecto para envolver el sabor y obsolescencia de las Harleys y sus siempre especiales accesorios.

   No hay nada estándar entre las 4 paredes de Bonneville. Motos, cascos, guantes, ropa, etc. todo está especialmente seleccionado para evitar el aburrimiento, y las sorpresas van desde una Harley del 38 (de la que solo se hicieron apenas 100 copias y de la que Adolfo -dueño de 18 motos- siempre se arrepiente de haber vendido), a una Harley Sportster militar del 57, el mismo año en que empezaron a fabricarse, con una única tirada de 418 unidades, imposible de tasar porque no hay ninguna otra a la venta.

   Por Bonneville, han pasado y pasan clientes de lo más variopinto, gente de profesiones, gustos y creencias muy diferentes, unidos por una misma pasión. Herradores de caballos, deshollinadores, traficantes y astronautas (de verdad), y entre los conocidos, los fotógrafos Alberto García-Alix o Antonio Alay, los actores Jorge Sanz o Quique San Francisco, el cocinero Sergi Arola, o los chicos de Arctic Monkeys, que ya hacen parada obligatoria cada vez que vienen a la capital. Clientes fieles, algunos desde el día en que Bonneville abrió sus puertas, grandes amigos con el tiempo, y muchos, que han traspasado a sus hijos su moto, y con ella, la dirección del templo donde customizarla. Los hay que han recomprado su motocicleta, que vendieron el coche para pasar a las 2 ruedas, y que han pegado la nariz al escaparate hasta lograr el dinero necesario, como un vecino que, con solo 11 años, vio como abría bajo su casa el lugar que siempre soñó, que pasó las tardes observando, aprendiendo y empapándose de los libros de mecánica que Adolfo le prestaba, y que aún hoy, en la treintena, sigue trabajando para lograr la moto perfecta.

   Las Harleys nacieron en 1903 en -como es costumbre en Norteamérica- el patio trasero del hogar, en ese caso de la familia Davidson. En los años 20, circulaban algunas por nuestras calles, pero no fue hasta pasar el aislamiento de la posguerra y su autarquía cuando esas motos cogieron fuerza. Alguna que otra se escapó durante la dictadura, como las que se traían los poderosos como recuerdo de sus viajes, o las famosas Harley de la Guardia Real, que entraron en el 54 con el Plan Marshall con el que Estados Unidos intentaba reconstruir los países europeos tras la II Guerra Mundial, y de paso, evitar la expansión del comunismo. De hecho, la mítica película “Easy Rider” (Dennis Hopper, 1969), con sus Harleys como inseparables compañeras de un viaje que recorría mucho más que kilómetros, símbolo de la contracultura que plagó Estados Unidos de motoclubs y de ex combatientes de la guerra del Vietnam que eligieron las ruedas como fórmula de vida al margen de una sociedad en la que no conseguían reintegrarse, no llegó a nuestro país hasta 1974.

   Aunque en España hubo una época en la que la moto era más popular que el coche -simplemente porque era más barata-, y marcas patrias como Derbi (fundada en 1922), Montesa (cuyo origen se remonta a 1944), o Bultaco (nacida en el 58) se hicieron con el reconocimiento mundial, no fue hasta mediados de los 80 cuando la importación de las Harleys americanas se estabilizó, y con ella, el mercado de unas motos hoy reconocibles y asociadas a una filosofía de vida.

   Sin embargo, Adolfo no cree en el “way of life” que venden las marcas, sino en la figura del auténtico motorista, que nada tiene que ver con el ”motero” que, al comprarse una moto, se transforma creyendo que se le concede un status irreal con solo montarse en ella. Más allá de los selfies presumiendo de vehículo, existe una pasión por las ruedas que se logra solo con el tiempo y la curiosidad, la misma que llevó a aquel adolescente a destripar los recuerdos de su padre para descubrir el mundo.

PD (nº1) curiosa: La primera motocicleta de la historia, bautizada “Reitwagen”, fue construida en 1885 por los alemanes Wilhelm Maybach y Gottlieb Daimler (fundador con el tiempo de la compañía Mercedes-Benz al fusionar en 1926 su empresa “Sociedad de motores Daimler” con la compañía rival de Karl Benz, “Benz & Cie”.

PD (nº2) chismosa: Adolfo comparte amistad y pasión con Jesse G. James, fabricante de motocicletas y uno de las figuras fundamentales en la modificación de motos, desde finales de los 90, que te sonará, entre otras cosas, por ser el tatuado ex marido de la actriz Sandra Bullock.

PD (nº3) amuleto: ¡No te pierdas la Virgen de los Pistones (negra o blanca) by Mad Works!

                                     (De Lidia Martín, el 01 de septiembre de 2015)

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