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Mi PETiT VERANO (nº30):
HiSTORiA DEL BRONCEADO

Mi PETiT VERANO (nº30):
HiSTORiA DEL BRONCEADO

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   Si, para much@s hoy en día, el bronceado rima con verano, y refleja que te has pegado las vacaciones de tu vida, hasta no hace tanto el estar moreno se asociaba exclusivamente a la clase trabajadora. Aunque a nadie le amarga un dulce, y un tono ligeramente tostado es muy favorecedor, ya no escuchamos hablar de productos (auto)bronceadores sino de protectores solares.


   Originalmente, todos teníamos la piel negra pero, a medida que el hombre se fue desplazando hacia los polos, al compás de los continentes a la deriva, del desplazamiento de las placas tectónicas o de las corrientes conectivas (según la teoría que más nos guste), el tono de nuestra epidermis se fue adaptando a las condiciones climáticas específicas del lugar de residencia elegido: las pieles se quedaron más oscuras, en el sur, para evitar que la luz solar destruya el folato, o más claras, en el norte, para absorber los rayos solares y facilitar la producción de vitamina D.


   Mientras que a los pueblos nómadas prehistóricos de la Edad de Piedra ni se les pasó por la imaginación tomar el sol, y menos, ir a la playa, las preocupaciones de la Humanidad fueron cambiando en función del “grado de civilización” de las sociedades en la que le tocaron vivir.


   Hasta principios del siglo XX, la moda y los cánones de belleza de la época imponían estar más blanco que los protagonistas de “Crepúsculo”. La palidez en el rostro y las manos (no se enseñaba ningún centímetro más de piel), era cosa de nobleza y aristocracia. “Prueba” de ello: la expresión “sangre azul”, que proviene de las venas que se transparentaban a través de su piel tan blanquecina. Como solo los campesinos y obreros trabajaban expuestos al sol, su tono de piel traicionaba su origen social


   Pero, una vez más, Coco Chanel (1883-1971) cambió el curso de la Historia. Pionera de tantas cosas, también lo fue con el moreno aunque de manera involuntaria. En 1923, la moderna Coco, que entre puntada y puntada también se divertía, hizo una travesía por el Mediterráneo a bordo del yate del duque de Westminster, y de manera accidental, se bronceó al quedarse dormida en la cubierta. Al desembarcar, los fotógrafos que les esperaban (sí, en los felices 20 también había paparazzis) la retrataron, y los periodistas comentaron lo guapa que había salido en las imágenes. Y ¡el moreno se puso de moda!


   Fue cuando el adversario declarado de Chanel, el modista Jean Patou, vio una oportunidad, que encajaba a la perfección con la moda deportiva y desenfadada del momento, para lanzar el primer aceite solar. Creado en 1927 por el maestro perfumista Henri Alméras, L’Huile de Chaldée fue el primer bronceador de la Historia, que facilitaba el moreno sin tener que esperar al verano (el producto desapareció en los años 60, para ser reeditado después pero ya como perfume y no como fórmula bronceadora).


   En cuanto al primer protector solar de la Historia, llegó de la mano de la famosa marca Ambre Solaire (que hoy pertenece a Garnier), en los años 30. Eugène Schueller, amante de la vela, químico de profesión y fundador de L’Oréal, se dio cuenta de que necesitaba protegerse durante sus regatas para no quemarse. En 1935, creó un filtro contra los UVB, de color ámbar (de allí, su nombre), y la primera publicidad se dirigió sin equívoco a las (felices) veraneantes de la Riviera francesa, prometiéndole broncearse “cinco veces más rápido y sin quemaduras”. ¡Como habían cambiado las cosas! Después de años de palidez vampírica, a la víspera de la II Guerra Mundial, estar moreno suponía que tenías dinero de sobra para pagarte unas vacaciones de lujo (más europeo que asiático)…


   El bronceado siguió afianzándose cada verano. En los años 40, Hollywood desterró el blanco y negro, y comenzó a producir películas en color. Un tono de piel saludable o bronceado se valoraba especialmente en los castings, y divas del celuloide, como Lana Turner y Joan Crawford, tomaban el sol durante horas en las piscinas de sus mansiones de Beverly Hills. Definitivamente, lo de estar blanco era cosa del pasado, y ni los tiempos de escasez de la II Guerra Mundial fueron capaces de acabar con la tendencia. La revista Marie-Claire enseñó a sus lectoras que unas piernas bronceadas sustituían a las medias, e incluso, les sugirió pintar la costura en la parte posterior de la pierna.


   Mientras, en las trincheras, los soldados estaban a la intemperie, y se quemaban, en cambio, a los aviadores estadounidenses se les empezó a suministrar aceite de parafina rojo, que se obtenía del petróleo, para protegerles de los rayos ultravioleta. En 1944, el farmacéutico Benjamin Green patentó la idea, la desarrolló, la comercializó, y nació Coppertone. A partir de entonces la industria, vio un filón, y comenzó a especializarse. En los 50, se lanzaron nuevos formatos para la cara, para los niños mientras, en Francia, las pin up triunfaban con sus bikinis de cuadritos vichy y sus cuerpos bronceados.


   Con los 60, llegó el boom de las vacaciones en casi todas las playas del planeta. Mientras en EE.UU., se llevaba el movimiento surfero en California gracias a una banda musical, The Beach Boys y sus canciones sobre la vida de los surfistas y lo “in” que era estar bronceado, en España, las caravanas Nivea se convirtieron en un clásico en la costa cuando empezaron a regalar una pelota azul de plástico por cada producto que se comprara. También fue en los 60 cuando la cosa se puso seria. La ciencia empezó a investigar la relación del sol con el cáncer de piel y el envejecimiento, y nacieron los primeros FPS o factores de protección solar.


   Los laboratorios continuaron trabajando para ofrecer soluciones, y en 1974, Piz Buin lanzó los primeros productos resistentes al agua, que proporcionaban protección incluso después del baño… sin embargo, en los chiringuitos y paseos marítimos se seguía viendo a personas con exactamente el mismo color del señor Cangrejo, jefe de Bob Esponja. ¿Qué pasaba? ¡Que las cremas con protección solar de los 70 tenían un factor 3, 4, 5, 6 y 7! Comparado con los actuales -que no se consideran saludables si no son a partir de 30 en verano-, la diferencia era enorme.


   En los 80, el mundo se volvió completamente majareta con el bronceado, dando lugar a la tanorexia u obsesión por estar moreno. Con su vida ajetreada y estresada, los yuppies tenían menos tiempo que nunca para playas y piscinas, pero, paradójicamente, lo que se llevaba era tener la piel como la de Julio Iglesias o Don Johnson en “Corrupción en Miami” durante todo el año, aunque vivieras en una ciudad como Madrid, alejada del mar. Así que nacieron y crecieron los salones de bronceado. De nuevo, el estar moreno era símbolo de estatus, “porque me he dado UVA”.


   En los 90, se desarrolló ampliamente la investigación en filtros UVA y UVB, y el furor por la exposición solar fue bajando en intensidad, aunque sin desaparecer. Ya no se llevaba estar moreno en diciembre, pero sí en julio, aunque tampoco demasiado. Y la cosa se quedó en un término medio, con un poquito de color. Y para los que no pueden ir a la playa o no les gusta tomar el sol, la industria cosmética desarrolló los bronceadores sin sol, cada vez más efectivos y sofisticados -siempre que seas un poco hábil y no termines lleno de churretes-.


   Después de todo este recorrido por la -al fin y al cabo- corta historia del bronceado, se plantea una pregunta: como todas las modas vuelven, ¿regresará la tendencia de estar pálido como un muerto? De momento, las japonesas ya se pasean por las calles con sombrillas¿y tú?


PD etimológica: En un principio, la palabra “bronceado” se creó para referirse a los procedimientos empleados para darles el aspecto de bronce a objetos, hechos de otros materiales menos nobles (y resistentes).


[Volver a Mi Petit VeranoCallejero Blogosfera]

   Si, para much@s hoy en día, el bronceado rima con verano, y refleja que te has pegado las vacaciones de tu vida, hasta no hace tanto el estar moreno se asociaba exclusivamente a la clase trabajadora. Aunque a nadie le amarga un dulce, y un tono ligeramente tostado es muy favorecedor, ya no escuchamos hablar de productos (auto)bronceadores sino de protectores solares.


   Originalmente, todos teníamos la piel negra pero, a medida que el hombre se fue desplazando hacia los polos, al compás de los continentes a la deriva, del desplazamiento de las placas tectónicas o de las corrientes conectivas (según la teoría que más nos guste), el tono de nuestra epidermis se fue adaptando a las condiciones climáticas específicas del lugar de residencia elegido: las pieles se quedaron más oscuras, en el sur, para evitar que la luz solar destruya el folato, o más claras, en el norte, para absorber los rayos solares y facilitar la producción de vitamina D.


   Mientras que a los pueblos nómadas prehistóricos de la Edad de Piedra ni se les pasó por la imaginación tomar el sol, y menos, ir a la playa, las preocupaciones de la Humanidad fueron cambiando en función del “grado de civilización” de las sociedades en la que le tocaron vivir.


   Hasta principios del siglo XX, la moda y los cánones de belleza de la época imponían estar más blanco que los protagonistas de “Crepúsculo”. La palidez en el rostro y las manos (no se enseñaba ningún centímetro más de piel), era cosa de nobleza y aristocracia. “Prueba” de ello: la expresión “sangre azul”, que proviene de las venas que se transparentaban a través de su piel tan blanquecina. Como solo los campesinos y obreros trabajaban expuestos al sol, su tono de piel traicionaba su origen social


   Pero, una vez más, Coco Chanel (1883-1971) cambió el curso de la Historia. Pionera de tantas cosas, también lo fue con el moreno aunque de manera involuntaria. En 1923, la moderna Coco, que entre puntada y puntada también se divertía, hizo una travesía por el Mediterráneo a bordo del yate del duque de Westminster, y de manera accidental, se bronceó al quedarse dormida en la cubierta. Al desembarcar, los fotógrafos que les esperaban (sí, en los felices 20 también había paparazzis) la retrataron, y los periodistas comentaron lo guapa que había salido en las imágenes. Y ¡el moreno se puso de moda!


   Fue cuando el adversario declarado de Chanel, el modista Jean Patou, vio una oportunidad, que encajaba a la perfección con la moda deportiva y desenfadada del momento, para lanzar el primer aceite solar. Creado en 1927 por el maestro perfumista Henri Alméras, L’Huile de Chaldée fue el primer bronceador de la Historia, que facilitaba el moreno sin tener que esperar al verano (el producto desapareció en los años 60, para ser reeditado después pero ya como perfume y no como fórmula bronceadora).


   En cuanto al primer protector solar de la Historia, llegó de la mano de la famosa marca Ambre Solaire (que hoy pertenece a Garnier), en los años 30. Eugène Schueller, amante de la vela, químico de profesión y fundador de L’Oréal, se dio cuenta de que necesitaba protegerse durante sus regatas para no quemarse. En 1935, creó un filtro contra los UVB, de color ámbar (de allí, su nombre), y la primera publicidad se dirigió sin equívoco a las (felices) veraneantes de la Riviera francesa, prometiéndole broncearse “cinco veces más rápido y sin quemaduras”. ¡Como habían cambiado las cosas! Después de años de palidez vampírica, a la víspera de la II Guerra Mundial, estar moreno suponía que tenías dinero de sobra para pagarte unas vacaciones de lujo (más europeo que asiático)…


   El bronceado siguió afianzándose cada verano. En los años 40, Hollywood desterró el blanco y negro, y comenzó a producir películas en color. Un tono de piel saludable o bronceado se valoraba especialmente en los castings, y divas del celuloide, como Lana Turner y Joan Crawford, tomaban el sol durante horas en las piscinas de sus mansiones de Beverly Hills. Definitivamente, lo de estar blanco era cosa del pasado, y ni los tiempos de escasez de la II Guerra Mundial fueron capaces de acabar con la tendencia. La revista Marie-Claire enseñó a sus lectoras que unas piernas bronceadas sustituían a las medias, e incluso, les sugirió pintar la costura en la parte posterior de la pierna.


   Mientras, en las trincheras, los soldados estaban a la intemperie, y se quemaban, en cambio, a los aviadores estadounidenses se les empezó a suministrar aceite de parafina rojo, que se obtenía del petróleo, para protegerles de los rayos ultravioleta. En 1944, el farmacéutico Benjamin Green patentó la idea, la desarrolló, la comercializó, y nació Coppertone. A partir de entonces la industria, vio un filón, y comenzó a especializarse. En los 50, se lanzaron nuevos formatos para la cara, para los niños mientras, en Francia, las pin up triunfaban con sus bikinis de cuadritos vichy y sus cuerpos bronceados.


   Con los 60, llegó el boom de las vacaciones en casi todas las playas del planeta. Mientras en EE.UU., se llevaba el movimiento surfero en California gracias a una banda musical, The Beach Boys y sus canciones sobre la vida de los surfistas y lo “in” que era estar bronceado, en España, las caravanas Nivea se convirtieron en un clásico en la costa cuando empezaron a regalar una pelota azul de plástico por cada producto que se comprara. También fue en los 60 cuando la cosa se puso seria. La ciencia empezó a investigar la relación del sol con el cáncer de piel y el envejecimiento, y nacieron los primeros FPS o factores de protección solar.


   Los laboratorios continuaron trabajando para ofrecer soluciones, y en 1974, Piz Buin lanzó los primeros productos resistentes al agua, que proporcionaban protección incluso después del baño… sin embargo, en los chiringuitos y paseos marítimos se seguía viendo a personas con exactamente el mismo color del señor Cangrejo, jefe de Bob Esponja. ¿Qué pasaba? ¡Que las cremas con protección solar de los 70 tenían un factor 3, 4, 5, 6 y 7! Comparado con los actuales -que no se consideran saludables si no son a partir de 30 en verano-, la diferencia era enorme.


   En los 80, el mundo se volvió completamente majareta con el bronceado, dando lugar a la tanorexia u obsesión por estar moreno. Con su vida ajetreada y estresada, los yuppies tenían menos tiempo que nunca para playas y piscinas, pero, paradójicamente, lo que se llevaba era tener la piel como la de Julio Iglesias o Don Johnson en “Corrupción en Miami” durante todo el año, aunque vivieras en una ciudad como Madrid, alejada del mar. Así que nacieron y crecieron los salones de bronceado. De nuevo, el estar moreno era símbolo de estatus, “porque me he dado UVA”.


   En los 90, se desarrolló ampliamente la investigación en filtros UVA y UVB, y el furor por la exposición solar fue bajando en intensidad, aunque sin desaparecer. Ya no se llevaba estar moreno en diciembre, pero sí en julio, aunque tampoco demasiado. Y la cosa se quedó en un término medio, con un poquito de color. Y para los que no pueden ir a la playa o no les gusta tomar el sol, la industria cosmética desarrolló los bronceadores sin sol, cada vez más efectivos y sofisticados -siempre que seas un poco hábil y no termines lleno de churretes-.


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