Descifrar el origen del flamenco es adentrarse en un sinfín de versiones, hipótesis y defensas, pero de lo que no hay duda es que Andalucía es el lugar donde nació una manifestación artística, hoy internacional, desde que un 16 de noviembre de 2010 la Unesco incluyó el arte jondo en su Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Crónica sentimental de un género indispensable en la definición cultural de nuestro país.

   Andalucía conserva en sus calles huellas de fenicios, romanos, y en especial, musulmanes. Ocho siglos de presencia árabe no pasan inadvertidos, y una de sus etapas de mayor esplendor en la península ibérica fue la de la dinastía de los Omeyas, que a partir del siglo VIII convirtieron Córdoba en el más increíble centro cultural de Europa. Bajo su mecenazgo y gracias a un ambiente de libertad -que deberíamos recordar todos-, musulmanes, judíos y cristianos convivieron e intercambiaron costumbres y tradiciones dando lugar a la música andalusí. Con este poso, los expertos sitúan la cuna del flamenco en la zona del Valle del Guadalquivir, conocida como Baja Andalucía, donde -al parecer- en el momento de la reconquista castellana, los gitanos acogieron a los moriscos desubicados, asimilando sus artes y sumando las suyas en una mezcolanza que la mayoría defiende como el nacimiento del flamenco.

   Por supuesto, también los hay que defienden un origen puramente gitano, sin medias tintas, y que ven incluso parecidos en su baile con el de alguna de las regiones asiáticas de las que huyeron buscando climas más cálidos. Perseguidos y marginados durante siglos, en 1749, Zenón de Somodevilla y Bengoechea, es decir, el Marqués de la Ensenada, con la complacencia de Fernando VI, puso en marcha la denominada Gran Redada, una orden con el claro propósito de acabar con la etnia gitana. Tal enfrentamiento venía de lejos. Ya, en el siglo XVI, Felipe II ordenó reponer a los remeros perdidos en la batalla naval de Lepanto de 1571, entre otomanos y católicos, mediante la captura de gitanos a los que forzó a ocupar las galeras. Aún así, la comunidad fue creciendo y asentándose en nuevas ciudades, y mientras Felipe V hizo lo posible por asimilarlos, Fernando VI actuó para aniquilarlos. Su plan fue secreto, y sin utilizar nunca la palabra “gitano” -prohibida por entonces-, mandó arrestar y condenar a los hombres de la comunidad a trabajos forzados y a sus mujeres a las fábricas.

   A pesar de las muchas protestas y recursos que siguieron a esa brutal medida, no fue hasta la llegada de Carlos III cuando se logró el indulto, mediante una orden por la que en 1785 la étnica gitana fue liberada mejorando de un plumazo su situación legal. Para entonces, el cante y el baile flamenco eran ya habituales, y lo castizo y auténtico, y por extensión, lo “cañí”, vivió una época de auge con el fin de la Guerra de la Independencia, que había enfrentado a principios del siglo XIX a España contra el Imperio Francés. El “casticismo” era una de las mejores manera de mostrar su oposición a la “ilustrada” francesa: Andalucía se puso de moda, y la corte empezó a mirar con interés aquellas tierras de bandoleros, escuelas taurinas, tascas y cafés cantantes.

   A partir de 1860, aquellos bares, donde además de copas había espectáculo, llenaron las noches más tediosas de música y flamenco, ganando fama y adeptos en todas sus variantes: instrumental, cante puro y duro, con baile o acompañado de una guitarra que, por fin, fue cogiendo protagonismo. Fue la Edad de Oro del Flamenco, y dicen que fue un cantaor andaluz descendiente de italianos, llamado Silverio Franconetti (1823-1889), el que en 1881 abrió oficialmente el primer café de cante únicamente flamenco. Y en 1882, se confirmó la fuerza del género gracias a la publicación del libro Colección de Cantes Flamencos, de (Antonio Machado Álvarez) Demófilo (1846-1893), considerado como el padre de la flamencología, además del poeta Antonio Machado.

   Mientras el pueblo disfrutaba de aquellas actuaciones, los intelectuales, y en especial, la Generación del 98 se dedicaron a atacar sin piedad a un arte que veían como el mayor enemigo para el progreso económico de la sociedad. Sin embargo, el nuevo siglo trajo una visión más abierta de esa expresión artística, que no solo llenaba los locales de la capital, sino que también atraía a los principales artistas, e incluso, se exportaba a escenarios de medio mundo. La Generación del 27, con el compositor gaditano, Manuel de Falla (1876-1946), a la cabeza, llegó a organizar hasta un concurso en Granada en 1922, para buscar nuevos valores del cante jondo -pues así llamaban al cante antiguo-, y recuperar el único sonido que consideraban auténtico.

   Tal fue el éxito de aquella convocatoria que el dueño del madrileño Teatro Pavón quiso crear un premio de prestigio para motivar a los cantaores, y con la primera entrega en 1925, arrancó la etapa más polémica pero no menos prolífica del flamenco, la conocida como la Ópera Flamenca, un nombre que responde a una mera estrategia comercial para atraer a un público que prefería la ligereza de los fandangos y cuplés a la pureza de las soleás o bulerías, y para evitar impuestos, ya que los espectáculos públicos de cafés y variedades tributaban el 10%, mientras que los conciertos instrumentales y óperas solo contribuían con un 3%. Pero después de ese paréntesis, a mediados del siglo XX, el flamenco se convirtió por fin en objeto de estudio, investigación y divulgación, se multiplicaron publicaciones y recopilatorios, para recuperar sus raíces más profundas en los tablaos, herederos de los cafés cantantes; y se crearon el I Concurso Nacional de Cante Jondo de Córdoba, en 1956, y la primera Cátedra de Flamencología para su estudio, conservación y divulgación, en 1958.

   En los 70, con una sociedad ya deseosa de nuevos aires, la música de fuera empezó a llegar tímidamente para revolucionar unos oídos curiosos y hastiados de lo de siempre. La mezcla fue natural y aquella fusión, muy criticada por los más puristas, asentó aún más la fama de un flamenco que se extendía como la pólvora y que tuvo un antes y un después con el maravilloso encuentro entre el cantaor isleño Camarón de la Isla (1950-1992) y el guitarrista Paco de Lucía (1947-2014), que incomodaron como pocos al sector más conservador entre el estilo único y personal de uno y los toques latinos y jazzísticos del otro. También Enrique Morente (1942-2010) supo innovar moviéndose entre el estilo más pureta y el más rompedor sumándose al rock. Y en los 80, con el boom de la Movida Madrileña, grupos como Pata Negra o artistas como Ray Heredia crearon sus propias recetas flamencas a base de blues, rock y lo que hiciera falta para hacer aún más grande al flamenco.

   Finalmente, en cuanto al origen del nombre “Flamenco”, existen varias opciones: desde la hipótesis del notario, político y padre de la Patria Andaluza, Blas Infante (1885-1936), de que viene del árabe “felanmengu”, que significa labrador expulsado o campesino errante; a las versiones que sitúan su raíz en las tierras de Flandes, donde en el siglo XVI, bajo Carlos I de España y V de Alemania, la música polifónica patria arrasó; pasando por la que apoyó el folclorista Demófilo, que encontraba en los gitanos su único origen, pues “los gitanos llaman gachós a los andaluces, y éstos a los gitanos flamencos”, palabra supuestamente derivada de “flamancia”, usada en el argot de entonces para nombrar a los pretenciosos o fanfarrones...

   Sea cual sea su origen, ¡muy feliz Día del Flamenco!

                                     (De Lidia Martín, el 16 de noviembre de 2015)

Referencias útiles:
RUTA FLAMENCA POR LA ViLLA

(1) Café de Chinitas (también en Facebook y Twitter) (ver la ilustración)
Calle de Torija, 7
28013 Madrid
915 471 502
M Callao
Horario: de Lunes a Sábado, de 19h hasta medianoche.

(2) Candela (también en Facebook) (ver la ilustración)
Calle del Olmo, 2
28012 Madrid
914 673 382
M Antón Martín / Lavapiés
Horario: de Lunes a Domingo, de 22h hasta las 5h30 de la madrugada.

(3) Cardamomo (también en Facebook y Twitter) (ver la ilustración)
Calle de Echegaray, 15
28014 Madrid
918 051 038
M Sol / Antón Martín
Horario: de Lunes a Domingo, de 15h30 hasta mecianoche.

(4) Casa Patas (también en Facebook y Twitter) (ver la ilustración)
Calle de los Cañizares, 10
28012 Madrid
913 690 496
M Tirso de Molina
Horario:
- De Lunes a Viernes: de 13h a 17h y de 20h hasta las 2h de la madrugada;
- Los Sábados: de 19h30 hasta las 3h de la madrugada.

(5) Corral de la Morería (también en Facebook y Twitter) (en la ilustración)
Calle de la Morería, 17
28005 Madrid
913 651 137
M La Latina
Horario: de Lunes a Domingo, de 18h30 hasta medianoche.

(6) Las Carboneras (también en Facebook y Twitter) (ver la ilustración)
Calle de Conde de Miranda, 1
28005 Madrid
915 428 677
M La Latina
Horario: de Lunes a Sábado, de 19h30 hasta medianoche

(7) Villa Rosa (también en Facebook y Twitter) (ver la ilustración)
Plaza de Santa Ana, 15
28012 Madrid
915 213 689
M Sol / Antón Martín
Horario:
- De Lunes a Viernes: de 19h30 hasta la 1h de la madrugada;
- Los Sábados y Domingos: de 12h hasta la 1h de la madrugada.

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