Desde siempre, el cine ha sentido una verdadera fascinación por la distopía, un género en el que una sociedad futurista está sometida por una fuerza mayor, que todo lo domina. Al origen de esta pasión por historias con tintes siempre políticos, sociológicos, humanistas y morales, se encuentra sin duda en “Metropolis” (1927), la obra cumbre de Fritz Lang (1890-1976), que fue la primera película inscrita en el Registro de la “Memoria del Mundo” por la Unesco (después de los documentales de los hermanos Lumière, “El Mago de Oz” (1939), de Victor Fleming, y “Los Olvidados” (1950), de Luis Buñuel). Hoy, Martes 21 de abril de 2015, con motivo de su exposición “El gusto moderno. Art Déco en París, 1910-1935”, la Fundación Juan March nos brinda la oportunidad de (re)descubrir la historia apocalíptica de María en el año 2026.

   A la altura de grandes obras maestras como “Intolerancia” (1916), de D.W. Griffith, “El acorazado Potemkin” (1925), de Serguéi M. Eisenstein, o “Amanecer” (1927), de Friedrich W. Murnau, “Metropolis” ha marcado un antes y un después en la historia del cine de ciencia ficción. A modo de ejemplo: no se entiende la iconografía del cyborg (pos)moderno sin la mujer robot de Rotwang, clara inspiradora del androide C3PO de “La guerra de las Galaxias” (1977), de George Lucas. Sí. “Metrópolis” fue una revolución, aunque la importancia de la película no radica tanto en su argumento, sorprendentemente sencillo, como en el impacto de unas imágenes, una puesta en escena y un contexto, únicos e indudablemente visionarios.

   Inspirándose en los rascacielos de Nueva York y Chicago, que le horrorizaron y embaucaron por igual, Fritz Lang (en la ilustración) encargó al famoso escenógrafo, Otto Hunte, uno de los más magníficos y esplendorosos decorados de todos los tiempos. Ambientada en una gigantesca ciudad futurista, en el año 2026, la cinta nos muestra una sociedad en crisis en la que Freder, el hijo malcriado del Amo de Metropolis, descubre las condiciones infrahumanas y de semi esclavitud de los trabajadores, que viven en el mundo subterráneo, que se esconde bajo la ciudad, gracias a la bella María, que trata de medrar entre los dos mundos, en aras de una vida mejor para todos. Temiendo una revolución, el Amo contrata a un científico, Rotwang, para que dé vida a una criatura, que pueda dominar a la clase trabajadora y que tenga el aspecto angelical de María. Pero, el inventor (por venganza) tiene otros planes: utilizar a su robot -el vivo retrato de María pero como pose lasciva y embaucadora- para conducir a los obreros a la rebelión, y destruir el régimen establecido. A punto de morir todos a causa de una terrible inundación, María y Freder consiguen salvar la situación, permitiendo que todos los bandos recobren la razón, y que se produzca la deseada reconciliación entre dominadores y dominados. Aunque Lang acabaría retractándose años después, el director de cine de origen austríaco explicó, en su momento, que el final del filme era una alegoría: “El mediador entre las manos y el cerebro ha de ser el corazón”.

   El rodaje fue una pesadilla, que duró 310 días y 60 noches. Se emplearon casi seis millones de marcos, e intervinieron más de 37.000 extras, entre los que había 25.000 hombres, 11.000 mujeres, 1.100 calvos, 750 niños, 100 personas de piel oscura y 15 asiáticos. Y, contra todo pronóstico, todos los méritos de la cinta fueron ninguneados. Para empezar, la crítica la tildó de moralista, y le reprochó reflejar una cursilería social inaceptable y ser ideológicamente incoherente. Obviamente, los temas políticos, sociológicos, tecnológicos y psicoanalíticos, mezclados con una tesis semi mesiánica de convivencia entre las clases sociales, no se entendieron. Además, el argumento fue atacado por mezclar un retorcido drama familiar y un romance intimista con una historia épica de represión, sublevación y reconciliación. Tampoco fue aceptado su estilo tan abruptamente expresionista, con toques vanguardistas y de impresionismo francés donde, además, el modelo social planteado era arcaico y moderno al mismo tiempo, para reflejar la exaltación revolucionaria con motivos seudoreligiosos.

   En cuanto al público, no fue al cine a verla, y el resultado en cifras fue deprimente (la Universum Film AG casi se arruinó). Es más, para intentar mantener la cinta en cartelera, se efectuó toda clase de tijeretazos, que Lang jamás aprobó. Y, hoy, es imposible saber cuál fue el montaje definitivo del director, pero gracias a la exhaustiva restauración, que realizó la Fundación Murnau, se ha logrado meter una gran cantidad de intertítulos, que sustituyen eficazmente las escenas desaparecidas.

El milagro se produjo en 2009, cuando aparecieron 25 minutos de material inédito, en la Filmoteca de Buenos Aires, proveniente, según parece, de una donación particular. Y ésta es la versión que se va a proyectar, hoy, en la Fundación Juan March: la aproximación más fidedigna, hasta la fecha, de lo que debió de ser la versión el día de su estreno, el 10 de enero de 1927... aunque aún quedan más de 30 minutos, perdidos, quemados o desaparecidos para siempre…

   Nadie como Lang supo encarnar las ambiciones, éxitos, miserias y ansiedades del siglo XX. Hoy, no hay duda de que sigue siendo el cineasta más legendario del cine alemán como tampoco se comprende que fuera tan infravalorado en Hollywood. El batacazo de “Metropolis” le obligó a abandonar el expresionismo para realizar trabajos artísticamente menos complejos como “La mujer de la luna” (1929), “M el vampiro de Dusseldorf” (1931) y “El testamento del Dr. Mabuse” (1933); pero en su estilo, permanecería intacta la idea de enfrentar siempre al individuo con (el poder abusivo de) la burocracia.

   De todo su trabajo, de todas sus rarezas y personalísimas joyas, “Metropolis” es la mejor. Su mezcla de estilos y tramas, su colosal diseño industrial constructivista con una impresionante estética Art Déco, su mística bíblica y sus creencias futuristas, así como su argumento sencillo pero grandilocuente, que va del asalto (bolchevique) a las máquinas a la ideología criptototalitaria, dan lugar a un bello eclecticismo, sin duda reflejo de una época convulsa... muy actual.

PD (nº1) nazi: Poco después de su estreno, “Metropolis” sí que tuvo algunos defensores a ultranza: Hitler y Goebbels. Ambos quedaron impresionados por los monumentales decorados y la dimensión heroica de sus personajes, y se declararon admiradores de Lang, que rechazó rotundamente dirigir una nueva agencia, encargada de supervisar la cinematografía alemana, en el año 33. Atemorizado por las presiones del Ministro de Propaganda, el directo de cine se autoexilió a París meses después, pero su mujer, Thea von Harbou, una ferviente seguidora del partido nazi, se quedó en Alemania.

PD (nº2) hollywoodiana: En 1936, Fritz Lang se estrenó con “Furia” en Hollywood donde nunca sucumbió a las exigencias de la industria cinematográfica, que prefería la eficacia del producto a la personalidad de sus autores. “El ministerio del miedo” (1941) no puede calificarse como una película esotérica; “La mujer del cuadro” (1944) no fue sólo cine negro; y decir que “Encubridora” (1952) es “simplemente” un western sería terriblemente injusto. Aunque sus temáticas giran siempre en torno al sentido de la culpa, la venganza o el sempiterno enfrentamiento entre la ley y la violencia, definitivamente el cine de Lang escapa a todo tipo de clasificación.

                                            (De Belén E., el 21 de abril de 2015)

Referencias útiles:
“METROPOLiS”, DE FRiTZ LANG

¿CUÁNDO? El Martes 21 de abril de 2015, a las 19h.

¿QUÉ? Con motivo de la exposición El gusto moderno. Art déco en París, 1910-1935, se proyecta la película "Metrópolis" (1926), de Fritz Lang, de la cual se presenta la versión restaurada en 2010 con 25 minutos inéditos, que ilustra la presencia del art déco en el género cinematográfico.

¿DÓNDE? En la Fundación Juan March
Calle de Castelló, 77
28006 Madrid
914 354 240
M Núñez de Balboa

¿CUÁNTO? Entrada libre.

Más info en la web de la FUNDACiÓN MARCH (también en Facebook y Twitter).

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