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Mi PETiT VERANO (nº20):
EL ABANiCO

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   En la historia de la Humanidad, hay elementos del vestir que han ido adaptándose a los tiempos y otros que han desaparecido. En el caso del abanico -en su origen, indispensable para sobrellevar el calor y ahuyentar a los insectos-, no solo nunca olvidó su razón de ser sino que además se convirtió, primero, en un adorno de uso obligatorio para las damas con postín; luego, en un capricho para los intelectuales con pedigrí; y, hoy en día, en un objeto cotizado tanto por los invitados a bodas veraniegas como por los coleccionistas (casi) fetichistas.


   Aunque se desconoce al creador oficial del artefacto, se sabe que los orígenes del abanico se pierden en el tiempo. Si los pueblos persas, babilonios, egipcios, romanos, griegos, japoneses y chinos ya lo utilizaban muchos años antes de llegar Cristo a nuestras vidas; se podría afirmar que, hace 790.000 años, el Homo Erectus (prometeico) fue el primero en usarlo como utensilio para abanicar las brasas y prender fuego.


   En el Antiguo Egipto, una maza ceremonial de Narmer (el artífice de la unificación del Alto y Bajo Egipto), que data del 3.000 a.C. (y que hoy está en el Asmolean Museum de Oxford), muestra a un cortejo real en el que 2 esclavos portan abanicos de plumas, que todavía no se plegaban y que tenían largos mangos para dar más amplitud al movimiento. Pocos siglos después, hay constancia del uso del abanico en la China del emperador Hsien Yuan, en el año 2697 a.C. La leyenda atribuye su creación a la hija del emperador mandarín Kan-Sí, quien durante un baile utilizó su máscara para darse aire agitándola muy rápidamente sobre el rostro, evitando así que los hombres vieran sus facciones.


   En la Antigua Grecia (1200 a.C.-146 a.C.), había varios tipos de abanicos llamados miosoba, ripia y psigma, dependiendo del uso que tuvieran. El primero se utilizaba como espantamoscas, el segundo para mover el aire y el tercero para refrescarse. Los había de hojas de palma o de loto, y, con el tiempo, de plumas de cola de pavo real. En la tragedia “Helena” de Eurípides (412 a.C.) se cuenta que, mientras la esposa de Menelao dormía, un eunuco la abanicaba platónicamente para que el calor y los insectos no perturbaran su sueño.


   En cuanto a los romanos copiones, el gran César Augusto (que gobernó entre el 27 a.C. hasta su muerte en el 14 d.C.) también tenía a su servicio, las 24 horas del día y los 7 días de la semana, a varios esclavos, cuya exclusiva tarea consistía en portar y agitar grandes abanicos (llamados flabelos), para impedir que el emperador romano pasara calor bajo ningún concepto (vamos que fueron el aire acondicionado humano del palacio).


   Aunque hay ciertas corrientes discrepantes, la mayoría de los estudiosos coincide en atribuir la invención del abanico plegable a Japón y, concretamente, a un obrero llamado Tamba que, observando el vuelo de los murciélagos, plasmó la manera de plegar las alas del quiróptero en varillas, y en el año 670 creó el Kawahori (murciélago), cuyo uso sencillo se extendió rápidamente. Mientras tanto, en Europa, el abanico pasó a formar parte de la liturgia cristiana durante la Edad Media. Se utilizaba para proteger la Eucaristía de los insectos durante la misa, así como para abanicar al celebrante. Pasado el siglo XIV, el uso del abanico quedó reducido a misas solemnes hasta su desaparición total tras el Concilio Vaticano II, en 1959.


   En las culturas incas y aztecas, los abanicos también constituían un refrescante signo exterior de riqueza y fueron uno de los regalos que Moctezuma (1466-1520) le hizo a Hernán Cortés ¿en son de paz? Fueron también uno de los presentes que Cristóbal Colón llevó a la reina Isabel la Católica a la vuelta de su primer viaje a las Américas (junto con el Oro que daría su nombre a un fructífero Siglo que, en realidad, duró 189 años, oficialmente desde la publicación de la Gramática castellana de Nebrija en 1492 hasta la muerte de Pedro Calderón de la Barca en 1681). Los originales abanicos del Nuevo Continente completaron la amplia colección de los Reyes de España, donde ya se usaban los abanicos como nos lo cuenta la Crónica de Pedro IV de Aragón, del siglo XIV, en la que se cita como oficio de nobles de la Corte “el que lleva el abanico”, así como el inventario de bienes del pintor Bartolomé Abella, de 1429.


   A partir del siglo XVI, el abanico pasó de ser un objeto con el que darse aire a otro con el que darse “aires” (valga la redundancia). En Inglaterra, Isabel I (que reinó de 1553 a 1603) solía decir a sus damas que “una reina sólo puede aceptar un regalo: el abanico”, porque consideraba desmerecedor cualquier otro presente que se le ofreciese.


   En el siglo XVII, su uso se popularizó y se extendió entre las mujeres pudientes, fundamentalmente en el París de Luis XV (1638-1715) y en la Corte. Se hacían con los materiales más sofisticados y, más allá del mero complemento, se desarrolló todo un lenguaje secreto con el que las damas se comunicaban con los caballeros para coquetear. Para hacerse una idea, era el watsapp de la época (con la particularidad de que el destinatario del mensaje tenía que estar delante), que servía para ligar a pesar de la presencia de madres, carabinas y señoritas de compañía. Cortos, sencillos pero contundentes, los mensajes no podían andar con rodeos. Por ejemplo, se movía el abanico alrededor de la mejilla para decir “te quiero”, se apoyaba a medio abrir sobre los labios para advertir “puedes besarme”, o se contestaba a la pregunta “¿a qué hora nos vemos?” según el número de varillas abiertas.


   Pero la verdadera revolución y futura democratización llegó en 1676, cuando se creó en Francia el gremio de los abaniqueros y París se convirtió en la capital de este complemento durante el siglo XVIII. Mientras tanto en España, en plena resaca dorada, también se desarrolló una floreciente industria artesana, principalmente en Madrid y Sevilla a finales del XVII, y en Valencia y zona de Levante a partir del siglo XVIII. Y artistas extranjeros, como el francés Eugenio Prost, se instalaron en España y ayudaron a que la artesanía local rivalizara con sus vecinos europeos. A finales del XVIII, se fundó en Valencia la Real Fábrica de Abanicos. Aunque se desconoce cuánto tiempo estuvo en funcionamiento, posiblemente fue el origen de la creación, ya en el XIX, del gremio de abaniqueros, que utilizaban técnicas cada vez más evolucionadas e incorporaban materiales exquisitos como el encaje de bolillos con el que se hacían los abanicos de pericón, utilizados en el flamenco y otras artes escénicas.


   A principios del siglo XX, los intelectuales de la Generación del 27 recuperaron su uso como complemento masculino. Lorca, Alberti, Cernuda, Aleixandre… todos lo utilizaron para refrescarse durante sus tertulias y, durante un tiempo, los abanicos fueron símbolo de intelectualidad. Como digno heredero de aquella tradición, en muchas ocasiones, se ha visto a Jaime de Marichalar con pañuelo blanco y abanico en el bolsillo de la solapa.


  Si bien es verdad que el abanico fue cayendo en desuso a lo largo del siglo XX y que, hoy en día, es un complemento apenas utilizamos para oxigenar nuestra rutina, hay que confesar que, en las ocasiones en las que vemos a una mujer refrescándose con uno, nos da una enviiiiidiaaaaaa...


                           (De Abigail Campos, el 25 de agosto de 2014)


PD nº1: Si te interesa su dimensión antropológica y cultural, podrás ver muchos abanicos históricos en el MUSEO NACiONAL DE ARTES DECORATiVAS (calle Montalbán 12; M Retiro o Banco de España).


PD nº2: Si lo que quieres es un abanico artesano para uso particular o de colección, una de las tiendas más históricas de la Villa es CASA DE DiEGO, fundada en 1858. Hoy en día, tiene 2 tiendas: la primera en la Puerta del Sol (nº12) y la segunda en la calle de los Mesoneros Romanos 4 (M Callao o Sol).


PD nº3: Si quieres saber (aún) más sobre la historia del abanico sin moverte de casa, consulta la web de TODO ABANiCOS.


PD nº4: Y finalmente, si eres un@ nostalgic@ romántic@ que no sale a la calle sin un abanico en el bolso, consulta la Pequeña Guía, elaborada por el blog El Rincón de la Novela Romántica para descubrir el lenguaje secreto del abanico, con la que podrás expresar sentimientos o pasar contraseñas...
- Abanicarse lentamente, o abrir y cerrar muy despacio el abanico
: Estoy casada y me eres indiferente.


- Abanicarse rápidamente: Te amo intensamente.


- Cerrarlo despacio: Sí.


- Cerrarlo de forma rápida y airada: No.


- Abrir y cerrar el abanico rápidamente: Cuidado, estoy comprometida.


- Dejar caer el abanico: Te pertenezco.


- Abanicarse levantando los cabellos o mover el flequillo con el abanico: Pienso en ti, no te olvido.


- Cubrirse con él del sol: Eres feo, no me gustas.


- Apoyarlo sobre la mejilla derecha: Sí.


- Apoyarlo sobre la mejilla izquierda: No.


- Prestar el abanico al acompañante: Malos presagios.


- Dárselo a su madre: Te despido, se terminó.


- Dar un golpe con el abanico sobre un objeto: Impaciencia.


- Sujetar el abanico abierto con las dos manos: Es mejor que me olvides.


- Cubrirse los ojos con el abanico abierto: Te quiero


- Cubrirse el rostro con el abanico abierto: Cuidado, nos vigilan.


- Pasarse el abanico por los ojos: Lo siento, vete, por favor.


- Cerrar el abanico tocándose los ojos: ¿Cuando te puedo ver?


- Apoyar el abanico a medio abrir sobre los labios: Puede besarme.


- Apoyar los labios sobre el abanico: Desconfianza.


- Llevarlo en la mano izquierda: Deseo conocerte.


- Moverlo con la mano izquierda: Nos observan.


- Llevarlo o moverlo con la mano derecha: Amo a otro.


- Ponerse en el balcón con el abanico abierto, salir al balcón abanicándose o entrar en el salón abanicándose: Saldré pronto.


- Dejarse el abanico cerrado en el balcón, salir al balcón con el abanico cerrado, o entrar en el salón con el abanico cerrado: No saldré.


- Arrojar el abanico: Te odio, o adiós, se acabó.


- Presentarlo cerrado: ¿Me quieres?


- Pasarlo sobre la oreja izquierda: Déjame en paz no quiero saber nada de ti.


- Pasarlo sobre la oreja derecha: No reveles nuestro secreto.


- Contar tocándolas o abrir cierto número de varillas: La hora para quedar en una cita dependiendo del número de varillas abiertas o tocadas.


[Volver a Mi Petit Armario, Callejero o Blogosfera]

   En la historia de la Humanidad, hay elementos del vestir que han ido adaptándose a los tiempos y otros que han desaparecido. En el caso del abanico -en su origen, indispensable para sobrellevar el calor y ahuyentar a los insectos-, no solo nunca olvidó su razón de ser sino que además se convirtió, primero, en un adorno de uso obligatorio para las damas con postín; luego, en un capricho para los intelectuales con pedigrí; y, hoy en día, en un objeto cotizado tanto por los invitados a bodas veraniegas como por los coleccionistas (casi) fetichistas.


   Aunque se desconoce al creador oficial del artefacto, se sabe que los orígenes del abanico se pierden en el tiempo. Si los pueblos persas, babilonios, egipcios, romanos, griegos, japoneses y chinos ya lo utilizaban muchos años antes de llegar Cristo a nuestras vidas; se podría afirmar que, hace 790.000 años, el Homo Erectus (prometeico) fue el primero en usarlo como utensilio para abanicar las brasas y prender fuego.


   En el Antiguo Egipto, una maza ceremonial de Narmer (el artífice de la unificación del Alto y Bajo Egipto), que data del 3.000 a.C. (y que hoy está en el Asmolean Museum de Oxford), muestra a un cortejo real en el que 2 esclavos portan abanicos de plumas, que todavía no se plegaban y que tenían largos mangos para dar más amplitud al movimiento. Pocos siglos después, hay constancia del uso del abanico en la China del emperador Hsien Yuan, en el año 2697 a.C. La leyenda atribuye su creación a la hija del emperador mandarín Kan-Sí, quien durante un baile utilizó su máscara para darse aire agitándola muy rápidamente sobre el rostro, evitando así que los hombres vieran sus facciones.


   En la Antigua Grecia (1200 a.C.-146 a.C.), había varios tipos de abanicos llamados miosoba, ripia y psigma, dependiendo del uso que tuvieran. El primero se utilizaba como espantamoscas, el segundo para mover el aire y el tercero para refrescarse. Los había de hojas de palma o de loto, y, con el tiempo, de plumas de cola de pavo real. En la tragedia “Helena” de Eurípides (412 a.C.) se cuenta que, mientras la esposa de Menelao dormía, un eunuco la abanicaba platónicamente para que el calor y los insectos no perturbaran su sueño.


   En cuanto a los romanos copiones, el gran César Augusto (que gobernó entre el 27 a.C. hasta su muerte en el 14 d.C.) también tenía a su servicio, las 24 horas del día y los 7 días de la semana, a varios esclavos, cuya exclusiva tarea consistía en portar y agitar grandes abanicos (llamados flabelos), para impedir que el emperador romano pasara calor bajo ningún concepto (vamos que fueron el aire acondicionado humano del palacio).


   Aunque hay ciertas corrientes discrepantes, la mayoría de los estudiosos coincide en atribuir la invención del abanico plegable a Japón y, concretamente, a un obrero llamado Tamba que, observando el vuelo de los murciélagos, plasmó la manera de plegar las alas del quiróptero en varillas, y en el año 670 creó el Kawahori (murciélago), cuyo uso sencillo se extendió rápidamente. Mientras tanto, en Europa, el abanico pasó a formar parte de la liturgia cristiana durante la Edad Media. Se utilizaba para proteger la Eucaristía de los insectos durante la misa, así como para abanicar al celebrante. Pasado el siglo XIV, el uso del abanico quedó reducido a misas solemnes hasta su desaparición total tras el Concilio Vaticano II, en 1959.


   En las culturas incas y aztecas, los abanicos también constituían un refrescante signo exterior de riqueza y fueron uno de los regalos que Moctezuma (1466-1520) le hizo a Hernán Cortés ¿en son de paz? Fueron también uno de los presentes que Cristóbal Colón llevó a la reina Isabel la Católica a la vuelta de su primer viaje a las Américas (junto con el Oro que daría su nombre a un fructífero Siglo que, en realidad, duró 189 años, oficialmente desde la publicación de la Gramática castellana de Nebrija en 1492 hasta la muerte de Pedro Calderón de la Barca en 1681). Los originales abanicos del Nuevo Continente completaron la amplia colección de los Reyes de España, donde ya se usaban los abanicos como nos lo cuenta la Crónica de Pedro IV de Aragón, del siglo XIV, en la que se cita como oficio de nobles de la Corte “el que lleva el abanico”, así como el inventario de bienes del pintor Bartolomé Abella, de 1429.


   A partir del siglo XVI, el abanico pasó de ser un objeto con el que darse aire a otro con el que darse “aires” (valga la redundancia). En Inglaterra, Isabel I (que reinó de 1553 a 1603) solía decir a sus damas que “una reina sólo puede aceptar un regalo: el abanico”, porque consideraba desmerecedor cualquier otro presente que se le ofreciese.


   En el siglo XVII, su uso se popularizó y se extendió entre las mujeres pudientes, fundamentalmente en el París de Luis XV (1638-1715) y en la Corte. Se hacían con los materiales más sofisticados y, más allá del mero complemento, se desarrolló todo un lenguaje secreto con el que las damas se comunicaban con los caballeros para coquetear. Para hacerse una idea, era el watsapp de la época (con la particularidad de que el destinatario del mensaje tenía que estar delante), que servía para ligar a pesar de la presencia de madres, carabinas y señoritas de compañía. Cortos, sencillos pero contundentes, los mensajes no podían andar con rodeos. Por ejemplo, se movía el abanico alrededor de la mejilla para decir “te quiero”, se apoyaba a medio abrir sobre los labios para advertir “puedes besarme”, o se contestaba a la pregunta “¿a qué hora nos vemos?” según el número de varillas abiertas.


   Pero la verdadera revolución y futura democratización llegó en 1676, cuando se creó en Francia el gremio de los abaniqueros y París se convirtió en la capital de este complemento durante el siglo XVIII. Mientras tanto en España, en plena resaca dorada, también se desarrolló una floreciente industria artesana, principalmente en Madrid y Sevilla a finales del XVII, y en Valencia y zona de Levante a partir del siglo XVIII. Y artistas extranjeros, como el francés Eugenio Prost, se instalaron en España y ayudaron a que la artesanía local rivalizara con sus vecinos europeos. A finales del XVIII, se fundó en Valencia la Real Fábrica de Abanicos. Aunque se desconoce cuánto tiempo estuvo en funcionamiento, posiblemente fue el origen de la creación, ya en el XIX, del gremio de abaniqueros, que utilizaban técnicas cada vez más evolucionadas e incorporaban materiales exquisitos como el encaje de bolillos con el que se hacían los abanicos de pericón, utilizados en el flamenco y otras artes escénicas.


   A principios del siglo XX, los intelectuales de la Generación del 27 recuperaron su uso como complemento masculino. Lorca, Alberti, Cernuda, Aleixandre… todos lo utilizaron para refrescarse durante sus tertulias y, durante un tiempo, los abanicos fueron símbolo de intelectualidad. Como digno heredero de aquella tradición, en muchas ocasiones, se ha visto a Jaime de Marichalar con pañuelo blanco y abanico en el bolsillo de la solapa.


  Si bien es verdad que el abanico fue cayendo en desuso a lo largo del siglo XX y que, hoy en día, es un complemento apenas utilizamos para oxigenar nuestra rutina, hay que confesar que, en las ocasiones en las que vemos a una mujer refrescándose con uno, nos da una enviiiiidiaaaaaa...


                           (De Abigail Campos, el 25 de agosto de 2014)


PD nº1: Si te interesa su dimensión antropológica y cultural, podrás ver muchos abanicos históricos en el MUSEO NACiONAL DE ARTES DECORATiVAS (calle Montalbán 12; M Retiro o Banco de España).


PD nº2: Si lo que quieres es un abanico artesano para uso particular o de colección, una de las tiendas más históricas de la Villa es CASA DE DiEGO, fundada en 1858. Hoy en día, tiene 2 tiendas: la primera en la Puerta del Sol (nº12) y la segunda en la calle de los Mesoneros Romanos 4 (M Callao o Sol).


PD nº3: Si quieres saber (aún) más sobre la historia del abanico sin moverte de casa, consulta la web de TODO ABANiCOS.


PD nº4: Y finalmente, si eres un@ nostalgic@ romántic@ que no sale a la calle sin un abanico en el bolso, consulta la Pequeña Guía, elaborada por el blog El Rincón de la Novela Romántica para descubrir el lenguaje secreto del abanico, con la que podrás expresar sentimientos o pasar contraseñas...
- Abanicarse lentamente, o abrir y cerrar muy despacio el abanico
: Estoy casada y me eres indiferente.


- Abanicarse rápidamente: Te amo intensamente.


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- Abrir y cerrar el abanico rápidamente: Cuidado, estoy comprometida.


- Dejar caer el abanico: Te pertenezco.


- Abanicarse levantando los cabellos o mover el flequillo con el abanico: Pienso en ti, no te olvido.


- Cubrirse con él del sol: Eres feo, no me gustas.


- Apoyarlo sobre la mejilla derecha: Sí.


- Apoyarlo sobre la mejilla izquierda: No.


- Prestar el abanico al acompañante: Malos presagios.


- Dárselo a su madre: Te despido, se terminó.


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