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Mi PETiT VERANO (nº14): EL BAÑADOR,
DEL TRAJE DE BAÑO AL PENEKiNi

Mi PETiT VERANO (nº14): EL BAÑADOR,
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   La historia de la ropa de baño está plagada de anécdotas, nacidas por igual de la mojigatería que del atrevimiento del momento. Atuendo que ha ido menguando con el tiempo, el bañador ha pasado de cubrir el cuerpo de pies a cabeza, a finales del siglo XIX, a quedarse en el espíritu de la golosina con la llegada del tanga y del penekini a nuestras playas, hoy en día. Crónica sentimental de un trozo de tela que revolucionó tanto las vacaciones como las mentalidades.


   Actividad prohibida por la Iglesia Católica, durante la Alta y Baja Edad Media, por -al parecer- fomentar los vicios del diablo, el baño en el mar no tuvo adeptos hasta que el rey Jorge III de Inglaterra recuperara las playas para su real disfrute y mandara construir, en 1787, el Royal Pavilion de Brighton, una especie de balneario para su exclusivo retiro. Sin embargo, el primer bañador propiamente dicho, es decir, ropa hecha específicamente para estar en el agua a sus anchas, no llegó hasta 1890. Y ¡cómo llegó! ¡Tela marinera (nunca mejor dicho)!


   Como su nombre indica, el traje de baño se componía, para los hombres, de (agárrense) una camisa, un pantalón y un par de calcetines; y, en el caso de las mujeres, de un corsé, una blusa a media manga y un pantalón largo y ancho, parcialmente cubierto por una falda, ya que, en aquella época, que una mujer llevara pantalones era escandalosamente inconcebible. Pero, eso no es todo. Al constatar que las faldas de las mujeres se levantaban al entrar en contacto con el agua, algún iluminado tuvo la feliz idea de añadir plomo en los dobladillos para evitar que las damas enseñarán sus rodillas (tapadas, no lo olvidemos, por un pantalón). Huelga decir que se le quitaron las ganas de bañarse y de ir a la playa a más de una y que la única transgresión posible consistió, para las más “rebeldes”, en “atreverse” a llevar el bañador de “4 piezas” de un color distinto del consagrado y moralmente recomendado negro.


   La cosa no cambió hasta los felices años 20, cuando la ropa deportiva comenzó a triunfar. Pero, la verdadera revolución llegó, una vez más, de la mano de la excéntrica Coco Chanel, que puso de moda el punto como material textil. Las mujeres lo adoptaron al minuto y, por fin liberadas del castrador corsé, empezaron a ir por la vida más cómodas que nunca. Por supuesto, los fabricantes aprovecharon el tirón para utilizar el punto también en la ropa de baño... ¡Craso error! Las sufridas bañistas salían del agua con un bañador que, al mojarse, podía llegar a pesar ¡más de 3 kilos!


   Entre los locos 20 y más serios 30, a medida que las faldas se fueron acortando, los pantalones fueron sustituidos por medias antes de desaparecer por completo. Había nacido el bañador de 1 pieza, que cubría solo el tronco dejando las piernas y los brazos al descubierto. Y así fue como muchas mujeres volvieron a ir a la playa no para entrenarse para supuestos campeonatos de natación sino simplemente para entretenerse y tomar el sol. 


   Entre los años 40 y los 50, gracias al látex, que comenzó a extenderse como material para la fabricación de ropa de baño, y a las primeras vacaciones pagadas, que multiplicaron la demanda, nuevos diseños florecieron al mismo tiempo que la superficie de tela utilizada fuera disminuyendo. Y, en 1946, nació el bikini, que fue tan atrevido para la época que su creador, Louis Réard, no encontró modelo que aceptara lucirlo y tuvo que contratar a una stripper, Micheline Bernardini, para su desfile. En cuanto al nombre del nuevo modelo, que posteriormente inspiraría el del famoso sándwich de jamón y queso, el sastre francés, que tenía clarísimo que la llegada del “dos piezas” iba a ser un escándalo de dimensiones “explosivas”, decidió bautizar su obra maestra, con algo de caradura y mucha provocación, como el atolón de Bikini, en las islas Marshall del Pacífico, donde los EE.UU. estaban realizando pruebas nucleares. Lo que nadie sabe es que, en realidad, Réard no había inventado nada nuevo sino que se había inspirado en unos mosaicos del año 1600 a.C., recién descubiertos en una antigua villa de Sicilia, en los que varias mujeres estaban ataviadas con un “bikini”.


   Sin embargo y pese a la herencia histórica, el bikini que solo cubría las partes pudendas generó en los puritanos años 40, una reacción en cadena en su contra. Entonces, cuando la nadadora Esther Williams, protagonista de películas como la conocida “Escuela de Sirenas”, apareció en bikini en la gran pantalla, las inmediatas acusaciones de inmoralidad desde Europa a EE.UU. hicieron que fuera censurada. Y, en 1951, después de los desfiles de Miss Mundo, la prenda fue simplemente prohibida. 


   Pero era sin contar con el poder del cine y, más concretamente, las curvas de Brigitte Bardot. A finales de los 50, la actriz gala no solo lucía palmito en la Costa Azul francesa sino que, en 1957, se quitaría el bikini en la mítica película de Vadim, “Y Dios creó a la mujer”. Y rápidamente las mujeres americanas y europeas también quisieron lucir cuerpo y emular a divas como Úrsula Andress o Marilyn Monroe, excepto en España, Grecia y Portugal, donde por sus regímenes políticos, menos aperturistas (por decirlo de alguna manera) y que hacían del recato su bandera, los bañadores de 1 sola pieza seguirían siendo la prenda de baño más demandada.


   Entre el nacimiento de la lycra, en los 60, y el culto al cuerpo, en los 70, las dimensiones de las 2 piezas se quedaron en un “gua”, el topless (que Gala, la musa de Dalí, ya practicaba solita en las playas de Torremolinos en los años 30) se puso de moda en todo el planeta y la/el tanga, inventado en Brasil, por el genovés Carlo Ficcardi en 1974, haría desaparecer casi para siempre las molestas marcas blancas. Paralelamente, los grandes nombres de la moda, como Yves Saint Laurent o Christian Lacroix, que hasta ahora se habían empeñado en ningunear al bañador, le otorgaron la importancia que se merecía incluyéndolo en sus colecciones y desfiles.


   Mientras, en los 80 -la década de los excesos que fue dura para todos-, los bañadores fueron de todo menos discretos, muy escotados, de pierna alta y con prints muy llamativos (que Sthéphanie de Monaco supo lucir como nadie); en los 90, al igual que en las pasarelas, triunfó el minimalismo con líneas rectas y sencillas, braguitas de una pieza pero altas hasta casi el ombligo y sin lazadas. Ah y el trikini dio sus primeros pasos en las revistas de moda pero nunca consiguió imponerse en las playas.


   Finalmente, hoy en día, definitivamente instalados en el siglo XXI, el bikini sigue ganando por goleada al bañador. Un año más, será la prenda estrella del verano.


PD: En cuanto a los hombres, este verano, podrán lucir penekini, una prenda mínima que cubre únicamente los genitales y que se sujeta al cuerpo por una cadera; o saco-tanga, una bolsita de tejido con el que se tapan pene y testículos y que se sujeta con un cordel enrollado. ¡Adiós las marcas blancas! ¿hola las burlas?


                                 (De Abigail Campos, el 06 de agosto de 2014)


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   La historia de la ropa de baño está plagada de anécdotas, nacidas por igual de la mojigatería que del atrevimiento del momento. Atuendo que ha ido menguando con el tiempo, el bañador ha pasado de cubrir el cuerpo de pies a cabeza, a finales del siglo XIX, a quedarse en el espíritu de la golosina con la llegada del tanga y del penekini a nuestras playas, hoy en día. Crónica sentimental de un trozo de tela que revolucionó tanto las vacaciones como las mentalidades.


   Actividad prohibida por la Iglesia Católica, durante la Alta y Baja Edad Media, por -al parecer- fomentar los vicios del diablo, el baño en el mar no tuvo adeptos hasta que el rey Jorge III de Inglaterra recuperara las playas para su real disfrute y mandara construir, en 1787, el Royal Pavilion de Brighton, una especie de balneario para su exclusivo retiro. Sin embargo, el primer bañador propiamente dicho, es decir, ropa hecha específicamente para estar en el agua a sus anchas, no llegó hasta 1890. Y ¡cómo llegó! ¡Tela marinera (nunca mejor dicho)!


   Como su nombre indica, el traje de baño se componía, para los hombres, de (agárrense) una camisa, un pantalón y un par de calcetines; y, en el caso de las mujeres, de un corsé, una blusa a media manga y un pantalón largo y ancho, parcialmente cubierto por una falda, ya que, en aquella época, que una mujer llevara pantalones era escandalosamente inconcebible. Pero, eso no es todo. Al constatar que las faldas de las mujeres se levantaban al entrar en contacto con el agua, algún iluminado tuvo la feliz idea de añadir plomo en los dobladillos para evitar que las damas enseñarán sus rodillas (tapadas, no lo olvidemos, por un pantalón). Huelga decir que se le quitaron las ganas de bañarse y de ir a la playa a más de una y que la única transgresión posible consistió, para las más “rebeldes”, en “atreverse” a llevar el bañador de “4 piezas” de un color distinto del consagrado y moralmente recomendado negro.


   La cosa no cambió hasta los felices años 20, cuando la ropa deportiva comenzó a triunfar. Pero, la verdadera revolución llegó, una vez más, de la mano de la excéntrica Coco Chanel, que puso de moda el punto como material textil. Las mujeres lo adoptaron al minuto y, por fin liberadas del castrador corsé, empezaron a ir por la vida más cómodas que nunca. Por supuesto, los fabricantes aprovecharon el tirón para utilizar el punto también en la ropa de baño... ¡Craso error! Las sufridas bañistas salían del agua con un bañador que, al mojarse, podía llegar a pesar ¡más de 3 kilos!


   Entre los locos 20 y más serios 30, a medida que las faldas se fueron acortando, los pantalones fueron sustituidos por medias antes de desaparecer por completo. Había nacido el bañador de 1 pieza, que cubría solo el tronco dejando las piernas y los brazos al descubierto. Y así fue como muchas mujeres volvieron a ir a la playa no para entrenarse para supuestos campeonatos de natación sino simplemente para entretenerse y tomar el sol. 


   Entre los años 40 y los 50, gracias al látex, que comenzó a extenderse como material para la fabricación de ropa de baño, y a las primeras vacaciones pagadas, que multiplicaron la demanda, nuevos diseños florecieron al mismo tiempo que la superficie de tela utilizada fuera disminuyendo. Y, en 1946, nació el bikini, que fue tan atrevido para la época que su creador, Louis Réard, no encontró modelo que aceptara lucirlo y tuvo que contratar a una stripper, Micheline Bernardini, para su desfile. En cuanto al nombre del nuevo modelo, que posteriormente inspiraría el del famoso sándwich de jamón y queso, el sastre francés, que tenía clarísimo que la llegada del “dos piezas” iba a ser un escándalo de dimensiones “explosivas”, decidió bautizar su obra maestra, con algo de caradura y mucha provocación, como el atolón de Bikini, en las islas Marshall del Pacífico, donde los EE.UU. estaban realizando pruebas nucleares. Lo que nadie sabe es que, en realidad, Réard no había inventado nada nuevo sino que se había inspirado en unos mosaicos del año 1600 a.C., recién descubiertos en una antigua villa de Sicilia, en los que varias mujeres estaban ataviadas con un “bikini”.


   Sin embargo y pese a la herencia histórica, el bikini que solo cubría las partes pudendas generó en los puritanos años 40, una reacción en cadena en su contra. Entonces, cuando la nadadora Esther Williams, protagonista de películas como la conocida “Escuela de Sirenas”, apareció en bikini en la gran pantalla, las inmediatas acusaciones de inmoralidad desde Europa a EE.UU. hicieron que fuera censurada. Y, en 1951, después de los desfiles de Miss Mundo, la prenda fue simplemente prohibida. 


   Pero era sin contar con el poder del cine y, más concretamente, las curvas de Brigitte Bardot. A finales de los 50, la actriz gala no solo lucía palmito en la Costa Azul francesa sino que, en 1957, se quitaría el bikini en la mítica película de Vadim, “Y Dios creó a la mujer”. Y rápidamente las mujeres americanas y europeas también quisieron lucir cuerpo y emular a divas como Úrsula Andress o Marilyn Monroe, excepto en España, Grecia y Portugal, donde por sus regímenes políticos, menos aperturistas (por decirlo de alguna manera) y que hacían del recato su bandera, los bañadores de 1 sola pieza seguirían siendo la prenda de baño más demandada.


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