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ANNA WiNTOUR,
LA PAPiSA DE LA MODA

ANNA WiNTOUR,
LA PAPiSA DE LA MODA

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   Su corte de pelo bob, sus sempiternas gafas de sol, su actitud hierática, su aura poderosa… Anna Wintour (1949) ha trascendido el periodismo para convertirse en LA embajadora de la moda. Venerada por muchos y detestada por otros, la editora jefe de Vogue USA (desde 1988) ha marcado un antes y un después en las publicaciones de moda. Dicen que, detrás de su flequillo, esconde su timidez y que las gafas no son de postureo, sino que tienen esa misma intención de disimular su actitud medrosa. ¿Quién lo iba a decir? La más respetada (o ¿temida?) en el mundo de la moda, la que ocupa el puesto 41 entre las mujeres más poderosas del mundo según Forbes… ¡tiene que esconderse!


   De apariencia fría, distante, arrogante, desabrida, ambiciosa, la imagen que el mundo tiene de Anna Wintour, más allá de que sea (que lo es) una institución en el mundo de la moda, es la que nos dejó la película de David Frankel, “El  diablo viste de Prada” (2006) con Meryl Streep, basada en una novela escrita por Lauren weisberger, una de las ex ayudantes de la editora, que no parecía guardarle mucho cariño a su exjefa. Pero, más allá de su actitud -que su gente más próxima insiste en justificar por su timidez casi enfermiza-, hay que reconocerle el mérito de haber sido capaz de cambiar una publicación en decadencia hasta convertirla en la Biblia de la Moda con mayúsculas. Y, lo mejor de todo, sin preparación ninguna ni apenas formación académica.


   Hija de Charles Wintour, editor del Evening Standard, y Eleonor Trego (de quien luego su padre se divorciaría para casarse con la estadounidense Audrey Slaughter, también editora de revistas como Petticoat), Anna Wintour nació en Londres el 3 de noviembre de 1949. Junto a sus cuatro hermanos menores (uno de los cuales, Patrick Wintour, también es periodista y trabaja en The Guardian), pasó su infancia en la capital británica, donde estudió en el North London Collegiate School y ya apuntaba maneras como, por ejemplo, acortarse la falda porque no le gustaba su uniforme. A los 16 años, no quiso seguir estudiando ni ir a la Universidad. Dejó también a medias unos cursos de moda (“de moda sabes o no sabes”, se justificó), pero papá le consiguió un primer empleo en la boutique Biba hasta que la joven rebelde decidió pasarse al periodismo.


   Primero, trabajó como editora junior, en 1970, en Harpers&Queen (fusión de las dos revistas, que con el tiempo pasaría a llamarse Harpers Bazaar), donde dejó boquiabierto al personal (y lectores) al conseguir localizaciones insólitas para las producciones de moda. Después, en 1976, se mudó a Estados Unidos y se incorporó a Harpers Bazaar, donde duró menos de un año. Luego, pasó brevemente por la revista Viva y comenzó a trabajar en la revista New York donde conoció a quien sería su marido (en 1984), el psiquiatra infantil David Schaffer. Y, finalmente, un año antes de casarse, el director editorial de Condé Nast le ofreció un puesto en Vogue USA, que hasta entonces no existía y del que se desconocían un poco las competencias, pero que tenía el bonito nombre de dirección creativa. Wintour aceptó y consiguió que le pagaran el doble de salario del que originalmente le propusieron.


   Ya al mando de la publicación, volvió a Londres en 1986 como editora de Vogue (y también de la revista House&Garden), por indicación directa de los altos mandos de la compañía, con el objetivo de poner orden en la edición británica, lo que cumplió con creces dándole un giro hacia la modernidad, entre chicas con minifalda y tacones, en las producciones de moda. Pero, la prensa londinense la trató mal. Según cuenta en sus memorias, Grace Coddington (actual directora de moda de Vogue USA y otra institución en la materia que merece su historia aparte): “Era noticia lo que estaba haciendo al Vogue británico, donde todo el mundo estaba acostumbrado a llegar tarde y nadie se mataba a trabajar. Si Anna veía a alguien perdiendo el tiempo, enseguida le encargaba diez sesiones de fotos”.


   Y, en 1988, fue llamada de vuelta a Estados Unidos para ser editora jefe (el cargo equivalente a directora) en Vogue USA. Wintour quería una revista joven y más actual, y se plantó en Nueva York con buena parte de sus colaboradores londinenses. Muchos de ellos aún continúan a su lado: André Leon Tatley, Grace Coddington, Hamish Bowles o Plum Sykes (que luego se hizo escritora de novelas chick-lit).


   Su primera portada fue toda una declaración de intenciones. Fotografiada por Peter Lindbergh, la modelo israelí, Michaela Bercu, llevaba una chaqueta de Lacroix de 10.000 dólares y unos humildes shorts vaqueros de 50. Se iniciaba la era de la posmodernidad en la moda. Así como una nueva etapa en el periodismo. Gracias a Wintour, la publicación abrió sus columnas a jóvenes diseñadores (favoreció el fichaje de John Galliano por Dior) y a otras disciplinas como el arte, la gastronomía, la tecnología, los viajes o la política. Fue la primera en dar portadas a celebridades y no solo a modelos. 


   Con ella, la revista volvió a ser tan importante como en tiempos de Diane Vreeland (y más). Sus páginas destilaban y siguen destilando un microcosmos artístico, sofisticado, lujoso… y aspiracional. La mayoría de l@s lector@s de Vogue no pueden ni podrán nunca comprarse ninguno de los artículos que salen en la revista, pero eso no impide que aspiren a hacerlo o, como poco, sueñen con ello.


   El trabajo de la incansable editora ha trascendido las páginas de Vogue. Por ejemplo, Wintour se ha volcado con el Costume Institute del Metropolitan Museum of Art de Nueva York, encargándose de una gala anual para recaudar fondos para la institución, que es el evento del año en Nueva York, y en el que ella decide desde qué se van a poner los invitados hasta el color de los centros florales. Su entrega en cuerpo y alma (o su poderío) le ha valido que, en mayo de 2014, un conjunto de instalaciones en el MET, que incluyen una biblioteca, laboratorio de conservación y sala de exposiciones, pase a llevar el nombre de Anna Wintour Costume Center.


   Suya fue también la idea del Seventh On Sale, una iniciativa precursora del Vogue Fashion Night Out, evento que nació con el objetivo de impulsar el consumo después de la recesión económica de 2009 y que, hoy, se celebra en muchas de las grandes capitales del mundo. Entonces, a nadie le extrañó que, en marzo de 2013, asumiera el cargo de directora artística de la editora Condé Nast. Cada vez más arriba en el escalafón, Anna sigue subiendo.


   Si el libro de su ex asistente, Lauren Weiserberg, publicado en 2003 y en el que retrataba a una directora de revista de moda déspota, despiadada y profundamente antipática, que se parecía sospechosamente a Wintour y a Vogue, dañó la imagen de la editora a escala mundial. En cambio, su trabajo y el respeto que los demás le profesan quedó plasmado a la perfección en la película documental “The September Issue”, en 2009. Dicen que tardaron más de un año en convencerla para rodarla y puede que, finalmente, aceptara con la intención de lavar la imagen que de ella y de la moda había dejado “El Diablo viste de Prada”. Los autores, R.J. Cutler y Robert Sharenow, la siguieron durante semanas para no perderse ni un detalle de la creación del ejemplar de septiembre de 2007.


   Mujer de voluntad férrea (su peinado es el mismo desde los 15 años, algo dramáticamente ejemplar para alguien que se mueve en el mundo de las tendencias y la belleza), cuando quiere algo, no acepta un “NO” por respuesta. “Tiene la capacidad de borrar de su campo visual a quien esté diciendo algo que no le apetece oír”, dice Grace Coddington. Parece inmune a las críticas y su actitud es imperturbable incluso en situaciones límite. Una vez en París, a punto de comenzar un desfile, activistas de organizaciones en defensa de los derechos de los animales le arrojaron una sustancia pegajosa (en protesta por las pieles que se fotografían en Vogue). Ella se metió al backstage, se limpió, se maquilló de nuevo y llegó a tiempo de sentarse de las primeras.


   En Anna, todo está medido y cronometrado. El café de las mañanas es de Starbucks, no pasa más de veinte minutos en una fiesta y nunca se acuesta más allá de las 22h15 (habría que ver qué pasaría con sus hábitos si dirigiera el Vogue Spain…). ¿Y su salario? Hace tiempo, se dijo que rondaba los 5 millones de dólares anuales con un presupuesto adicional de 200.000 euros para moda, chófer y suite en el Ritz, durante la Semana de la Moda de París. Pero, lo cierto es que Wintour no es solo la editora jefe de Vogue, es su representante, una embajadora que pone cara a la publicación de moda más importante del mundo. Recibió el reconocimiento de la Legión de Honor de manos de Sarkozy y The Guardian la bautizó como “la alcaldesa no oficial” de Nueva York. Ha organizado actos para recaudar fondos para las campañas de los demócratas y Obama, y ha apoyado a Hillary Clinton como candidata a presidente de los Estados Unidos. Durante un tiempo se rumoreó que iba a ser nombrada embajadora de EEUU en el Reino Unido, pero la cosa quedó ahí.


   Al contrario que otras editoras jefe de ediciones de Vogue, Anna Wintour no se mueve en las redes sociales. Su único tuit lo escribió a favor de las uniones gays en la cuenta de Vogue, firmando con sus iniciales. Y su única publicación en Instagram fue una foto de sí misma (también en la cuenta de Vogue), tapándose la cara con el número de septiembre de este año.


   Definitivamente, también Dios viste de Prada. Happy birthday!


                               (De Abigail Campos, el 03 de noviembre de 2014)


Referencias útiles:
Para seguir los pasos (re)creativos de ANNA WiNTOUR, conéctate (en inglés) a la web de VOGUE USA (también en Facebook y Twitter).


[Volver a Mi Petit Armario, Biblioteca, Callejero o Blogosfera]

   Su corte de pelo bob, sus sempiternas gafas de sol, su actitud hierática, su aura poderosa… Anna Wintour (1949) ha trascendido el periodismo para convertirse en LA embajadora de la moda. Venerada por muchos y detestada por otros, la editora jefe de Vogue USA (desde 1988) ha marcado un antes y un después en las publicaciones de moda. Dicen que, detrás de su flequillo, esconde su timidez y que las gafas no son de postureo, sino que tienen esa misma intención de disimular su actitud medrosa. ¿Quién lo iba a decir? La más respetada (o ¿temida?) en el mundo de la moda, la que ocupa el puesto 41 entre las mujeres más poderosas del mundo según Forbes… ¡tiene que esconderse!


   De apariencia fría, distante, arrogante, desabrida, ambiciosa, la imagen que el mundo tiene de Anna Wintour, más allá de que sea (que lo es) una institución en el mundo de la moda, es la que nos dejó la película de David Frankel, “El  diablo viste de Prada” (2006) con Meryl Streep, basada en una novela escrita por Lauren weisberger, una de las ex ayudantes de la editora, que no parecía guardarle mucho cariño a su exjefa. Pero, más allá de su actitud -que su gente más próxima insiste en justificar por su timidez casi enfermiza-, hay que reconocerle el mérito de haber sido capaz de cambiar una publicación en decadencia hasta convertirla en la Biblia de la Moda con mayúsculas. Y, lo mejor de todo, sin preparación ninguna ni apenas formación académica.


   Hija de Charles Wintour, editor del Evening Standard, y Eleonor Trego (de quien luego su padre se divorciaría para casarse con la estadounidense Audrey Slaughter, también editora de revistas como Petticoat), Anna Wintour nació en Londres el 3 de noviembre de 1949. Junto a sus cuatro hermanos menores (uno de los cuales, Patrick Wintour, también es periodista y trabaja en The Guardian), pasó su infancia en la capital británica, donde estudió en el North London Collegiate School y ya apuntaba maneras como, por ejemplo, acortarse la falda porque no le gustaba su uniforme. A los 16 años, no quiso seguir estudiando ni ir a la Universidad. Dejó también a medias unos cursos de moda (“de moda sabes o no sabes”, se justificó), pero papá le consiguió un primer empleo en la boutique Biba hasta que la joven rebelde decidió pasarse al periodismo.


   Primero, trabajó como editora junior, en 1970, en Harpers&Queen (fusión de las dos revistas, que con el tiempo pasaría a llamarse Harpers Bazaar), donde dejó boquiabierto al personal (y lectores) al conseguir localizaciones insólitas para las producciones de moda. Después, en 1976, se mudó a Estados Unidos y se incorporó a Harpers Bazaar, donde duró menos de un año. Luego, pasó brevemente por la revista Viva y comenzó a trabajar en la revista New York donde conoció a quien sería su marido (en 1984), el psiquiatra infantil David Schaffer. Y, finalmente, un año antes de casarse, el director editorial de Condé Nast le ofreció un puesto en Vogue USA, que hasta entonces no existía y del que se desconocían un poco las competencias, pero que tenía el bonito nombre de dirección creativa. Wintour aceptó y consiguió que le pagaran el doble de salario del que originalmente le propusieron.


   Ya al mando de la publicación, volvió a Londres en 1986 como editora de Vogue (y también de la revista House&Garden), por indicación directa de los altos mandos de la compañía, con el objetivo de poner orden en la edición británica, lo que cumplió con creces dándole un giro hacia la modernidad, entre chicas con minifalda y tacones, en las producciones de moda. Pero, la prensa londinense la trató mal. Según cuenta en sus memorias, Grace Coddington (actual directora de moda de Vogue USA y otra institución en la materia que merece su historia aparte): “Era noticia lo que estaba haciendo al Vogue británico, donde todo el mundo estaba acostumbrado a llegar tarde y nadie se mataba a trabajar. Si Anna veía a alguien perdiendo el tiempo, enseguida le encargaba diez sesiones de fotos”.


   Y, en 1988, fue llamada de vuelta a Estados Unidos para ser editora jefe (el cargo equivalente a directora) en Vogue USA. Wintour quería una revista joven y más actual, y se plantó en Nueva York con buena parte de sus colaboradores londinenses. Muchos de ellos aún continúan a su lado: André Leon Tatley, Grace Coddington, Hamish Bowles o Plum Sykes (que luego se hizo escritora de novelas chick-lit).


   Su primera portada fue toda una declaración de intenciones. Fotografiada por Peter Lindbergh, la modelo israelí, Michaela Bercu, llevaba una chaqueta de Lacroix de 10.000 dólares y unos humildes shorts vaqueros de 50. Se iniciaba la era de la posmodernidad en la moda. Así como una nueva etapa en el periodismo. Gracias a Wintour, la publicación abrió sus columnas a jóvenes diseñadores (favoreció el fichaje de John Galliano por Dior) y a otras disciplinas como el arte, la gastronomía, la tecnología, los viajes o la política. Fue la primera en dar portadas a celebridades y no solo a modelos. 


   Con ella, la revista volvió a ser tan importante como en tiempos de Diane Vreeland (y más). Sus páginas destilaban y siguen destilando un microcosmos artístico, sofisticado, lujoso… y aspiracional. La mayoría de l@s lector@s de Vogue no pueden ni podrán nunca comprarse ninguno de los artículos que salen en la revista, pero eso no impide que aspiren a hacerlo o, como poco, sueñen con ello.


   El trabajo de la incansable editora ha trascendido las páginas de Vogue. Por ejemplo, Wintour se ha volcado con el Costume Institute del Metropolitan Museum of Art de Nueva York, encargándose de una gala anual para recaudar fondos para la institución, que es el evento del año en Nueva York, y en el que ella decide desde qué se van a poner los invitados hasta el color de los centros florales. Su entrega en cuerpo y alma (o su poderío) le ha valido que, en mayo de 2014, un conjunto de instalaciones en el MET, que incluyen una biblioteca, laboratorio de conservación y sala de exposiciones, pase a llevar el nombre de Anna Wintour Costume Center.


   Suya fue también la idea del Seventh On Sale, una iniciativa precursora del Vogue Fashion Night Out, evento que nació con el objetivo de impulsar el consumo después de la recesión económica de 2009 y que, hoy, se celebra en muchas de las grandes capitales del mundo. Entonces, a nadie le extrañó que, en marzo de 2013, asumiera el cargo de directora artística de la editora Condé Nast. Cada vez más arriba en el escalafón, Anna sigue subiendo.


   Si el libro de su ex asistente, Lauren Weiserberg, publicado en 2003 y en el que retrataba a una directora de revista de moda déspota, despiadada y profundamente antipática, que se parecía sospechosamente a Wintour y a Vogue, dañó la imagen de la editora a escala mundial. En cambio, su trabajo y el respeto que los demás le profesan quedó plasmado a la perfección en la película documental “The September Issue”, en 2009. Dicen que tardaron más de un año en convencerla para rodarla y puede que, finalmente, aceptara con la intención de lavar la imagen que de ella y de la moda había dejado “El Diablo viste de Prada”. Los autores, R.J. Cutler y Robert Sharenow, la siguieron durante semanas para no perderse ni un detalle de la creación del ejemplar de septiembre de 2007.


   Mujer de voluntad férrea (su peinado es el mismo desde los 15 años, algo dramáticamente ejemplar para alguien que se mueve en el mundo de las tendencias y la belleza), cuando quiere algo, no acepta un “NO” por respuesta. “Tiene la capacidad de borrar de su campo visual a quien esté diciendo algo que no le apetece oír”, dice Grace Coddington. Parece inmune a las críticas y su actitud es imperturbable incluso en situaciones límite. Una vez en París, a punto de comenzar un desfile, activistas de organizaciones en defensa de los derechos de los animales le arrojaron una sustancia pegajosa (en protesta por las pieles que se fotografían en Vogue). Ella se metió al backstage, se limpió, se maquilló de nuevo y llegó a tiempo de sentarse de las primeras.


   En Anna, todo está medido y cronometrado. El café de las mañanas es de Starbucks, no pasa más de veinte minutos en una fiesta y nunca se acuesta más allá de las 22h15 (habría que ver qué pasaría con sus hábitos si dirigiera el Vogue Spain…). ¿Y su salario? Hace tiempo, se dijo que rondaba los 5 millones de dólares anuales con un presupuesto adicional de 200.000 euros para moda, chófer y suite en el Ritz, durante la Semana de la Moda de París. Pero, lo cierto es que Wintour no es solo la editora jefe de Vogue, es su representante, una embajadora que pone cara a la publicación de moda más importante del mundo. Recibió el reconocimiento de la Legión de Honor de manos de Sarkozy y The Guardian la bautizó como “la alcaldesa no oficial” de Nueva York. Ha organizado actos para recaudar fondos para las campañas de los demócratas y Obama, y ha apoyado a Hillary Clinton como candidata a presidente de los Estados Unidos. Durante un tiempo se rumoreó que iba a ser nombrada embajadora de EEUU en el Reino Unido, pero la cosa quedó ahí.


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